𝗖𝗔𝗣𝗜𝗧𝗨𝗟𝗢 𝟬𝟭

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𝟮𝟮 𝗗𝗘 𝗦𝗘𝗣𝗧𝗜𝗘𝗠𝗕𝗥𝗘 𝗗𝗘 𝟮𝟬𝟭𝟮, 𝗕𝗔𝗥𝗖𝗘𝗟𝗢𝗡𝗔.



Héctor y Marc estaban listos para el próximo asalto. El día había amanecido fresco y despejado, con un frío vivificante que indicaba el final del verano. El corazón de Héctor saltaba desbocado mientras iba a toda velocidad por la pista.

El balón estaba en su posesión. Le hizo un regate a Marc y lo dejó atrás. Héctor era bueno jugando al fútbol. Muy bueno. El joven golpeó el balón, pero éste no entró en la portería; sino que chocó contra el poste y salió despedido por los aires.

—¡Aparta! —gritó Héctor.

Marc corrió para evitar el destino de la pelota, pero no fue lo suficientemente rápido. La pelota impactó contra la cara de la pequeña rubia que estaba sentada en uno de los bancos. La joven se llevó las manos a la cara e intentó reprimir las lágrimas que impugnaban por salir. No quería llorar delante de esos niños.

Una vez que llegaron hasta la niña, ella levantó la vista y clavó sus ojos grisáceos en Héctor y Marc. El segundo, al ver su rostro y ojos enrojecidos, preguntó apenado:

—¿Estás bien? ¿Te has hecho daño?

La joven no respondió. Si hablaba, se echaría a llorar. Héctor, al ver que no contestaba a su amigo, exclamó:

—¿Se te ha comido la lengua el gato, rubita?

Seguía sin hablar. Se hizo el silencio, hasta que Héctor observó que la pequeña tenía los ojos aguados.

—¿Vas a ponerte a llorar? —soltó con sorna.

—¡Por supuesto que no! —respondió finalmente la muchacha, poniéndose en pie.— No tienes puntería, deberías dejar de jugar al fútbol.

—¿Cómo dices?

—Que eres malo jugando.

Se miraron como auténticos rivales. Marc presenció todo aquello en silencio. Aquella jovencita tenía agallas. Lo que ellos no sabían, es que en el fondo, Bianca estaba muerta de miedo. No estaba acostumbrada a tener disputas.

Bianca solía ser una niña buena y obediente. Lo único que quería era hacer amigos y encajar en su nuevo hogar. Hacía poco tiempo que se había mudado a Barcelona con sus padres, algo que odiaba profundamente. Sus nuevos compañeros de clase eran desagradables con ella. Extrañaba su casa, su colegio, sus amigos...

Cuando abandonaron Valencia, sus padres les explicó que debían mudarse por temas de trabajo. Aunque Bianca no estaba de acuerdo con aquella decisión, hizo creerles que sí. Quería contentarlos.

Héctor cogió la pelota del suelo, se la tendió a la niña y masculló:

—A ver qué puntería tienes tú, rubita.

—Desde luego que mejor que la tuya —aseguró Bianca, levantando el mentón.

Marc reprimió una carcajada. Aquella muchacha le estaba cayendo cada vez mejor. Era la primera vez que alguien ponía a Héctor en su lugar.

—Menos cháchara y más acción —gruñó Héctor.

El chico del cabello castaño se acercó a ella y le dedicó una sonrisa.

—Yo soy Marc —se presentó.

La niña lo miró con recelo. Dudó en si decirle su nombre o no, pero, tras unos segundos de silencio, decidió responderle.

—Bianca.

La sonrisa del castaño dejaba entrever unos pequeños y preciosos hoyuelos. Marc le arrebató el balón a Bianca de entre las manos y dijo:

—Te enseñaré cómo debes tirar.

—¡Eso es trampa! —gritó Héctor desde la portería.

Bianca frunció el ceño. Aquel muchacho nada tenía que ver con su amigo. Héctor era insoportable y maleducado, todo lo contrario a lo que era Marc. Bianca tenía ganas de darle un balonazo en la cara para ver si así cerraba el pico de una vez.

La joven le quitó a Marc el balón y sentenció:

—Gracias, pero sé cómo jugar.

El niño asintió y se hizo a un lado. Acto seguido, Bianca colocó la pelota en el punto penal y dio un par de pasos hacia atrás. Héctor flexionó levemente las rodillas, entrecerró los ojos y levantó ambas manos. No estaba dispuesto a que una niñita estúpida lo dejara en ridículo.

Bianca soltó el aire que había estado reteniendo, se acercó a la pelota y la golpeó. Ésta, con un tiro certero y preciso, entró en la red. Marc aplaudió, con una sonrisa en los labios. Bianca disfrutó ver cómo la sorpresa se dibujó en el rostro de Héctor. El padre de la joven le había enseñado jugar al fútbol desde que era muy pequeña. Y lo cierto, es que se le daba bastante bien.

Marc se acercó a Bianca y le chocó los cinco. Héctor los miró, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa. En ese preciso instante, apareció la madre de Marc y dijo:

—¡Niños, venga, nos tenemos que ir!

Las cosas no se iban a quedar así. Esa rubia tonta iba a saber quién era Héctor Fort García. Héctor cogió el balón del suelo, se acercó a Bianca y la señaló con el dedo índice.

—Mañana, aquí, a la misma hora. Quiero la revancha.

—Aquí estaré.

—¡Marc, Héctor, vamos! —repitió la mujer.

—¡Ya voy, mamá! —respondió Marc mientras se despedía de Bianca con la mano.

Héctor la miró en silencio. La observaba fijamente, con los ojos entrecerrados. La estaba desafiando, así que Bianca le concedió el placer aceptando el reto con una sonrisa. El niño giró sobre sus talones y desapareció de la cantera sin articular palabra alguna.

DESTINO A TU CORAZÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora