𝗧𝗥𝗘𝗦 𝗔Ñ𝗢𝗦 𝗗𝗘𝗦𝗣𝗨𝗘𝗦...
Menja Beu era uno de los restaurantes más exclusivos de Valencia. Un establecimiento que contaba con dos estrellas Michelin que destacaba por sus exquisitos platos, especialmente el arroz. La terraza gozaba de unas exuberantes panorámicas del océano. Era un lugar agradable y apartado del ruido del tráfico en el que podías comer tranquilamente.
Pero una cosa era comer allí y otra muy diferente trabajar, algo que Bianca detestaba. Prohibido pasear sin el maldito y horroroso uniforme, y férrea disciplina con la que se calculaba hasta la hora de ir al baño. Uno estaba perdido si no respetaba las normas. Lo cual resumía a la perfección lo aburrida que era la vida de Bianca.
Llevaba trabajando allí cerca de un año, un año que a Bianca le pareció una eternidad. El trato que daba el jefe a los empleados era pésimo. Trabajaban a jornada completa a cambio de una miseria. Se sentían explotados, pero ninguno decía nada al respecto. Conseguir trabajo era mucho más difícil de lo que uno podría llegar a imaginar.
Ese día el local era un caos. Estaba tan atiborrado de gente que los camareros apenas tenían sitio por donde pasar.
—¡Núñez, eres camarera, no una supermodelo de Vogue! —masculló María a Bianca.— ¡Vamos, más brio!
María era la subencargada. Aquella mujer era igual o incluso peor que su jefe. Hacía la vida imposible a todo el mundo, en especial a Bianca. Parecía que la tenía tomada con ella. Por más que la muchacha tratara de hacer bien las cosas, para María estaba todo mal.
Bianca puso los ojos en blanco. Se deslizó por el suelo subida en sus patines de cuatro ruedas y se dirigió hacia una de las mesas.
—Buenas tardes —saludó Bianca a los jóvenes, sacando su libreta del bolsillo del delantal.— ¿Qué les apetece?
Los chicos levantaron la vista y la miraron. Uno de ellos agarró el menú plastificado y echó un vistazo por encima.
—Yo tomaré el arroz especial de Menja Beau —pidió el chico moreno de pelo corto.
Bianca asintió y lo apuntó. El tipo dejó el menú en la mesa y uno de sus amigos lo cogió en su lugar.
—Yo quiero un arroz igual que el de él. También quiero una hamburguesa doble con queso y cebolla caramelizada. Solo la hamburguesa, sin patatas fritas. Aunque, he cambiado de opinión, con patatas fritas. Ah, y las nuggets de pollo de cuatro. Bueno, no. Mejor ponme las de ocho.
—¿En serio te vas a comer todo eso, Gavi? —preguntó el moreno.
—Claro —respondió, dejando la carta encima de la mesa.— Soy un niño que aún se está desarrollando.
¿Un niño? Para nada lo era. Bianca lo observó. Por su apariencia, intuyó que rondaba los veinte años. Una vez que Bianca anotó todo lo que los chicos habían pedido, les quitó la carta y fue al mostrador trasero para darle la comanda al cocinero.
Segundos después, Valentina; una compañera con la que se llevaba súper bien, se acercó a Bianca corriendo y le dijo en voz baja:
—¡Madre mía! Sabes quiénes son, ¿no?
—¿Quiénes?
—Los que acabas de atender.
—Ni idea.
—¡Son jugadores del Barça!
Así que toda esa aglomeración de personas se debía a ellos.
—Ah —contestó Bianca sin demasiado interés.
Valentina la miró indignada.
—Pero ¿qué te pasa? ¿Por qué no te está dando un chungo ahora mismo?
Bianca se encogió de hombros.
—No soy muy fan del fútbol.
Bianca, mientras tanto, no dejaba de moverse de un lado a otro. Tenía muchas cosas que hacer.
Valentina la observaba con los ojos abiertos como platos. Bianca, al ver que su amiga no le quitaba el ojo de encima, le acercó la bandeja y exclamó:
—Si quieres podemos cambiarnos el turno.
Por la forma en la que Valentina jadeó, cualquiera pensaría que le había tocado el euromillon.
—¿En serio? —preguntó emocionada.
—Sí.
—¡Gracias! Te debo una muy gorda.
Y, sin decir más, Valentina cogió la bandeja y les llevó la comida a los jugadores. ¡Estaban famélicos! Acababan de jugar un partido contra el Valencia CF y no habían comido nada en toda la tarde. Todos atacaron como lobos hambrientos cuando llegaron los alimentos.
Bianca le pareció haber visto a alguien que conocía. Negó con la cabeza. Era imposible que fuera él. Seguro que era alguien que se le parecía.
A medida que transcurría la noche, más personas irrumpían en el local y los pedidos no paraban de llegar uno detrás de otro. Aquello era una auténtica locura.
Bianca en ese momento se había hecho cargo de fregar la pila de platos sucios, pero al ver que sus compañeros no daban abasto, decidió intercambiarle el puesto a uno de ellos y atendió las mesas.
Bianca tuvo que esquivar a las personas. El restaurante no era muy grande y el camino era estrecho. Entonces, de repente, Bianca sintió como se chocó contra el cuerpo fornido de un hombre.
Lo hizo con tanto ímpetu que perdió el equilibrio y se cayó abruptamente al suelo de culo.
Todo pareció pasar a cámara lenta. La muchacha escuchó unos gritos ahogados y los platos haciéndose añicos contra el suelo. La sangre comenzó a brotarle del pequeño corte que se había hecho en la mejilla.
La muchacha se preocupó más por los platos que por su mejilla. Aquellos platos eran muy caros. El jefe se lo descontaría de su sueldo.
—Lo siento —se disculpó Bianca, recogiendo los pedacitos de los platos.— Ha sido culpa mía. No me he fijado por dónde iba.
Ni siquiera levantó la mirada. Se moría de la vergüenza.
—¿Bianca?
Aquella voz podría reconocerla en cualquier parte. Cuando alzó la vista, su corazón dió un vuelco.
Frente a ella tenía a su amigo de la infancia. Aquellos tres años a Marc le habían sentado genial. De por sí siempre había sido un chico que llamaba la atención, pero el paso del tiempo no había hecho otra cosa que volverlo aún más atractivo. Era más alto, más fuerte, más corpulento. Bianca lo miró en silencio. No podía hablar. Tenía la boca seca.
Quería levantarse, abrazarlo y decirle que estaba guapísimo, pero como temía que sus rodillas temblasen demasiado, se quedó sentada en el suelo con la bandeja en la mano.
Los ojos color miel de Marc analizaron el rostro de la joven. Por un momento, pensó que aquello era producto de su imaginación.
Durante meses, intentó buscar a Bianca por mar y por tierra, pero, tras ver que no la encontraba por ningún sitio, decidió tirar la toalla. Y, de pronto, allí estaba, enfrente de él, tan preciosa como siempre. ¡Por fin la había encontrado!
—¿Marc? —logró articular la joven.