𝗖𝗔𝗣𝗜𝗧𝗨𝗟𝗢 𝟬𝟲

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                 𝟭 𝗗𝗘 𝗘𝗡𝗘𝗥𝗢 𝗗𝗘 𝟮𝟬𝟮𝟭, 𝗩𝗔𝗟𝗘𝗡𝗖𝗜𝗔.



Bianca contempló los ataúdes. Aún no podía creer que el cuerpo de sus padres estuvieran ahí dentro. Un accidente de tráfico, un maldito conductor borracho, y sus padres habían dejado de existir.

El Padre Juan anunciaba el fin del cortejo fúnebre que se había llevado a cabo desde la iglesia hacia el cementerio y abrió las puertas del panteón.

Los ojos de Bianca se posaron en Dolores y en Antonio, sus abuelos paternos. Al igual que Bianca, estaban destrozados y apenas podían mantenerse en pie.

Dentro de aquel panteón, se encontraban los ancestros de Bianca, con sus nombres grabados en las lápidas que cubrían sus restos. Toda una estirpe de Núñez de más de un siglo.

El Padre Juan se adecuó en el altar, bajo los pies de un Cristo crucificado, dando así paso al féretro trasportado por los hombros de los hermanos de Daniel y Carla.

En el centro, el cajón de piedra que acogería los ataúdes de sus padres, estaba decorado con exuberantes motivos florales y velones de pie. Los padres de Bianca siempre habían querido que los enterraran juntos en el panteón Núñez. Y así fue. Cumplieron su voluntad.

Bianca, al ver a sus tíos transportando los ataúdes dentro del panteón, agachó la cabeza, conteniendo las lágrimas. No quería llorar. Si lloraba, todo aquello se haría realidad. La muchacha sintió el calor de las manos de Dolores en su espalda.

—Abuela... —sollozó Bianca, apunto de derrumbarse.

—Mi niña, llorar no te hace débil —susurró la mujer.

Su abuela era consciente de lo mucho que Bianca había evitado derramar las lágrimas.

—No quiero que se vayan... —gimió con un hilo de voz.

—Lo sé, mi vida, lo sé. Pero ahora están en un lugar mejor. Y siempre los tendrás aquí —se pusó la mano en el pecho—, en tu corazón.

Esas palabras bastaron para que Bianca se derrumbara. Rompió a llorar. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se deslizaron por sus mejillas como ríos. Dolores la estrechó entre sus brazos y lloró junto a ella.

—¿Puedo salir? —preguntó Bianca sin aliento.

—Claro que sí.

Y sin decir más, salió del panteón. No sería bien visto, no era bueno que Bianca se perdiera el último adiós de sus padres. Pero nunca le había importado lo que pensara la gente y aquella no iba a ser la excepción.

Cuando salió, unas pequeñas gotas impactaron en sus brazos desnudos.

«Vaya, está lloviendo. Qué oportuno», pensó.

La joven levantó la vista al cielo y cerró los ojos, notando como las gotas rebotaban en su rostro.

Habían sido unos días muy duros para ella. Sus padres habían muerto, regresó a Valencia sin despedirse de Héctor ni de Marc, vio a su familia devastada, a sus abuelos desolados...

La muchacha miró sus pies y el suelo que estos pisaban. Bianca pensó que quizá, bajó de él, estaría mejor. Creyó que tal vez la muerte le ahorraría el tormento de seguir respirando cuando no quería hacerlo.

Sin embargo, fue un pensamiento que se fue tan rápido como vino. Una vez que Bianca se calmó, respiró hondo antes de volver a entrar al panteón.

Antonio estaba situado en el centro. El abuelo de Bianca encontró fuerzas para mantenerse en pie por sí solo y, tras soltar un suspiró, exclamó:

—Un padre nunca... Nunca debería enterrar a su hijo. Eso es realmente doloroso. Un dolor que no le deseo a nadie.— El hombre sollozó. Aquello estaba siendo muy duro para él.— Elegir las últimas palabras para despedir a un ser querido no es fácil, y más si son para despedir a un hijo. Cuando pierdes un hijo, pierdes la vida. Ante eso no hay consuelo posible. Nada de lo que dicen, nada de lo que oyes te hace sentir mejor. Pero es un dolor con el que tendré que aprender a lidiar. Daniel, si estás escuchando esto, quiero que sepas que aunque ya no estés de cuerpo presente, siempre tendrás un hueco en mi corazón. Siempre te recordaré, no por cómo te fuiste, si no por la forma en que viviste y cambiaste mi vida para siempre. Gracias por todo, Daniel. Sé feliz allá dónde estés y recuerda que esto no es un adiós, sino un hasta luego. Descansa en paz, hijo mío. Te quiero.

Aquel discurso conmovió a todos los presentes. Un silencio sepulcral se hizo en el panteón. Lo único que rompía aquel silencio era el sonido de la lluvia y la brisa agitando la copa de los árboles.

Bianca sintió una opresión tan fuerte en el pecho que apenas la dejaba respirar. Dolores, al ver el estado en el que se encontraba su nieta, se acercó a ella y la abrazó. La consoló. Tenían que ser fuertes si querían seguir hacia adelante.

DESTINO A TU CORAZÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora