𝟯 𝗗𝗘 𝗗𝗜𝗖𝗜𝗘𝗠𝗕𝗥𝗘 𝗗𝗘 𝟮𝟬𝟮𝟬, 𝗕𝗔𝗥𝗖𝗘𝗟𝗢𝗡𝗔.
Los olores se mezclaron e impregnaron el interior del local. Alcohol, sudor, perfumes...
Dentro, la discoteca estaba repleta de humo de hielo seco. Luces de colores recorrían la pista de baile, convirtiéndola en un país multicolor.
Esa noche Bianca cumplía quince años y, junto sus amigos, se había colado en el Hyde Club, una discoteca situada cerca del centro de Barcelona. De soslayo, Bianca observó cómo Héctor bailaba con una preciosa chica pelirroja.
La canción Pobre Diabla de Don Omar resonó por los altavoces. El muchacho comenzó a mover la pelvis en cuanto la música retumbó en todos los rincones del local. Efectivamente, era un buen bailarín, además de importarle un comino que todo el mundo le estuviera mirando. Tan seguro de sí mismo, Héctor se movía lento, suave, sexy.
Bianca sintió que en su estómago se centró una estampida de ñus y se desató en su interior. Marc, su mejor amigo y con quien bailaba en ese momento, al ver la dirección de su mirada, le preguntó a Bianca por encima de la música:
—¿Estás bien?
Ella, como pudo, esbozó una sonrisa y asintió con la cabeza.
—Sí.
—¿Seguro? —insistió el castaño.— Si quieres, podemos irnos.
—Estoy bien.
Marc no la creyó, pero decidió guardar silencio. Éste era conocedor de los sentimientos que Bianca tenía hacia Héctor. Y aunque Héctor hiciera creer que no soportaba a Bianca, sabía que el sentimiento era recíproco.
Bianca volvió a clavar su mirada en Héctor mientras la pelirroja danzaba pegada a él, insinuante y atrevida. Se restregaba contra su pecho, moviendo las caderas sobre su pelvis con toda la intención de provocarlo.
Entonces, los ojos de Héctor y Bianca se encontraron y se contemplaron con intensidad. La música se hizo más vehemente y Héctor la empleó de excusa para acercarse aún más a su acompañante. Colocó sus manos en las caderas de la chica y la hizo seguir el auténtico ritmo de la canción.
Sus pelvis se topaban y sus rodillas se entrelazaban, como antesala de lo que estaba por venir.
Héctor, finalmente, besó a la pelirroja sin dejar de mirar a Bianca. La observaba jocoso, disfrutando de que estuviera presenciando aquello. Bianca sintió una marea de cólera que rugió en su pecho y antes de que Marc pudiera reaccionar, la joven desapareció entre la multitud de adolescentes y salió del local.
Los ojos de Bianca se llenaron de lágrimas y se las limpió con rabia. Marc, quien había observado todo aquel espectáculo, negó con la cabeza. ¿Cómo Héctor podía ser tan capullo?
Sin tiempo que perder, salió en busca de la joven. Una vez que estuvo fuera del local, la buscó con la mirada, pero no estaba por ninguna parte. ¿Dónde se había metido?
Héctor separó sus labios de los de su acompañante. Al ver que sus amigos habían desaparecido, se arrepintió de lo que hizo. ¿Por qué había besado a aquella chica? ¿Por qué? En ese momento se sintió como un verdadero tonto.
Después de un par de minutos, no muy lejos de la discoteca, Marc encontró a Bianca sentada en la acera de la calle.
—No vuelvas hacer eso nunca más —exclamó el muchacho, sentándose a su lado.— Me has dado un susto de muerte.
—Lo siento —susurró Bianca sin levantar la vista del suelo.— Vaya mierda de cumpleaños.
Verla así, tan decaída, a Marc le partió el corazón. No estaba acostumbrado a verla en aquel estado. Bianca era una joven risueña y alegre que solía sonreír todo el tiempo.
El castaño le tendió su cerveza.
—¿Quieres?
La joven, sin pensárselo dos veces, la aceptó y se llevó la botella de vidrio a los labios. Necesitaba evadirse de los problemas y, sin lugar a dudas, el alcohol era una buena solución. El líquido empapó sus papilas gustativas y ardió en su garganta. Bianca tosió.
—¡Por Dios, Marc, está asquerosa! —se quejó la muchacha.— ¿Cómo coño te puede gustar esto?
Marc soltó una carcajada echando su cabeza hacia atrás, mostrando una versión maravillosa de su rostro.
—Cuando la bebes seguido, empiezas a cogerle el gustillo.
Bianca le volvió a dar otro trago. De nuevo, tosió.
—Sigue sabiendo mal —masculló la rubia.
Marc se desternilló de la risa y Bianca se le unió. Las personas que les rodeaban los miraron como si estuviesen locos de atar.
Cuando dejaron de reírse, Marc la miró de soslayo e inquirió tras darle un trago a su cerveza:
—¿Estás mejor?
—Sí —asintió.
—Qué harías sin mí, ¿eh?
—Ahorrarme un mal trago. Literalmente.
Marc se echó a reír. La gélida brisa de la noche catalana sopló e impactó contra el rostro de los jóvenes. Marc, al ver que Bianca tiritaba de frío, se quitó la cazadora de cuero y se la puso por encima de los hombros. Ella se lo agradeció con una sonrisa.
—Vamos, te acompañaré a casa —dijo Marc, ofreciéndole la mano.
Bianca, con una sonrisa, entrelazó sus dedos con los del castaño y se puso en pie.
—¿Adónde pensáis iros?
La voz de Héctor, curiosa y vibrante, resonó en el ambiente. Al girarse, Bianca se encontró con sus ojos oscuros. No estaba solo, le acompañaba la pelirroja con la que se había besado en la pista de baile. Notó que sus entrañas se revolvieron de los celos y se preguntó cómo pudo enamorarse de él.
—Héctor, ¡no seas cotilla! —soltó su acompañante. Héctor la miró, confundido.— Es obvio que hemos interrumpido algo. Vamos, dejémosles algo de intimidad.
—Solo queríamos tomar un poco el aire —aclaró Marc.
Héctor centró su mirada en Bianca durante unos incómodos segundos. Examinó la chaqueta que tenía puesta sobre sus hombros. ¿Por qué Bianca llevaba puesta la cazadora de Marc? Acto seguido, bajó la vista y se fijó en sus manos entrelazadas. Un músculo de la mandíbula de Héctor se tensó, produciendo un movimiento casi imperceptible.
Su acompañante le insistió de que volvieran a dentro y Héctor, a regañadientes, accedió y entró en el local.
Cuando estuvieron solos, Bianca resopló.
—¿Sabes en qué estoy pensando? —preguntó Marc, rompiendo el silencio.
La rubia, tras ver su sonrisa, sabía que era lo que quería.
—Irnos a casa y hacer una maratón de Harry Potter mientras nos comemos un montón de chuches.
—¿Qué? ¿Cómo lo has sabido?
—Te conozco demasiado —aseguró Bianca.— Está bien, me parece buen plan. ¿En tu casa o en la mía?
—En la mía.