𝗖𝗔𝗣𝗜𝗧𝗨𝗟𝗢 𝟭𝟭

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—Muchas gracias, señora —dijo Marc, poniéndose su chaqueta de pana.— La comida estaba buenísima.

—¿Ya os vais? —preguntó Dolores.

El muchacho asintió y susurró mientras le echaba un vistazo a su reloj:

—Nos gustaría quedarnos más tiempo, pero me temo que es hora de irnos.

Las agujas marcaban las nueve y media. Tal vez, si se daban prisa, llegarían al hotel antes de las diez y se ahorrarían una bronca por parte de su entrenador.

Dolores les dió un cálido abrazo a los chicos antes de que se marcharan. No entendía como en tan poco tiempo había podido cogerles tanto cariño a esos muchachos.

—Dejad de decirme señora. Hacéis que me sienta vieja. Llamarme Dolores, ¿de acuerdo?

—Está bien, Dolores —respondió Héctor.— Ha sido un placer conocerla.

—El placer ha sido mío. Volver cuando queráis. Aquí siempre seréis bien recibidos.

—Le tomo la palabra —sonrió el moreno.

Los jóvenes estuvieron apunto de cruzar la puerta, pero, de repente, Marc se acordó de algo. Era la excusa perfecta si quería pasar más tiempo con Bianca. Se dió media vuelta y clavó sus ojos miel en la rubia.

—Por cierto, mañana jugamos un partido en el estadio Ciutat de València —anunció el castaño—. Si queréis pasaros, estáis más que invitadas.

—No vamos a ir —contestó Bianca.

Dolores le lanzó una mirada de desaprobación. ¿Qué demonios le pasaba a su nieta? Ella no solía ser así. Estaba harta de su actitud. En toda la cena no había hecho otra cosa que comportarse de manera hostil con aquellos muchachos. ¿Y se suponía que eran sus amigos? Cualquiera pensaría lo contrario.

—Yo sí iré. Si tú no quieres ir, no vayas —replicó Dolores. Y, mirando a Marc, aseguró—: Allí estaré, cariño.

—Genial. Avíseme cuando llegue.

Sacaron sus móviles y se intercambiaron los números de teléfono. Los chicos se pusieron las gorras y las gafas de sol y salieron de la casa. Se despidieron de las mujeres con la mano antes de adentrarse en las sombras. En las calles reinaba la oscuridad, tan solo iluminada por la amarillenta luz que proyectaban las farolas. Marc y Héctor caminaron en silencio, hasta que éste último preguntó:

—¿Crees que Bianca vendrá?

Marc se encogió de hombros.

—No lo sé. Espero que sí.



                                           ***


Miles de personas sobresaltadas entraban a tropel al interior del gran estadio Ciutat València. La gran mayoría portaban banderines con el escudo del FC Barcelona o del Levante y sus rostros estaban ocultos tras una capa de pintura.

Como pudieron, Dolores y Bianca se abrieron paso entre la muchedumbre. En un principio, la joven iba a quedarse en casa, pero su abuela le había insistido tanto para que fuera que decidió ir solamente para que se callara. Cuando Dolores se proponía una cosa, no paraba hasta que lo conseguía.

Bianca agradeció haberse hecho una coleta alta; ese día hacía un calor impresionante. La muchacha observó cómo había llamado la atención de un grupo de tres chicos. Eran de su edad y parecían unos quinquilleros que se pasaban la tarde fumando maría.

Aquel vestido plisado de tirantes con estampado floral realzaba la figura de Bianca. Sonrió al mismo tiempo en el que la brisa agitaba su cabello. Bianca supuso que la imagen había sido de lo más prometedora por las miradas embobadas de aquellos chicos.

Dolores rebuscó en su bolso, cogió el teléfono y tecleó el número de Marc. No lo cogió hasta el tercer pitido.

—¿Sí? —dijo el castaño al otro lado del aparato.

—Hola, cielo —saludó.— Ya estamos en el estadio.

—Vale. Id a la parte trasera. Ahora salgo para abriros.

Dicho esto, el joven finalizó la llamada. Cinco minutos después, la puerta se abrió y Marc apareció vestido con el uniforme de su equipo. Las franjas verticales de colores azul y granate incorporaban una tercera tonalidad: un azul más oscuro que se utilizaba también en los pantalones, medias y mangas.

Marc sonrió al ver a Bianca.

—Bienvenidas —exclamó sin perder la sonrisa.

—¿Y Héctor? —preguntó Dolores.

—Poniéndose la equipación.

Marc las condujo hacia el interior del recinto. Aquel sitio era enorme. Bianca se fijó en la dorsal del castaño. Tenía grabado «Marc Guiu» con letras grandes y blancas, y el número treinta y ocho justo debajo. Atravesaron el túnel y salieron por la zona de las gradas.

—Aquellos son vuestros asientos —apostilló Marc, señalándolos con el dedo índice.— Os lo he reservado para vosotras.

—Ay, ¡qué mono! —chilló Dolores.

Bianca puso los ojos en blanco.

—Me tengo que ir. El partido está apunto de empezar. Quiero ver cómo me animáis, eh.

—Seré tu fan número uno —respondió Dolores.

Marc soltó una carcajada.

—Luego nos vemos.

Acto seguido, salió corriendo en dirección a los vestuarios.

Desde sus respectivos asientos, Bianca y Dolores tenían una perfecta visión del campo. El césped estaba limpio y recién cortado y parecía brillar gracias a la luz que emitían los focos. Los aficionados estaban entusiasmados, eufóricos, pletóricos...

Los jugadores salieron del túnel y se disponían a colocarse en sus posiciones. Bianca rápidamente divisó a Héctor. Se hallaba en el lateral derecho. Marc, por el contrario, estaba en la parte delantera. Dolores aplaudió, emocionada.

—¡Dadles duro, chicos! —chilló la mujer.

Unas cuantas personas se les quedaron mirando.

—¡Abuela! —gritó Bianca por lo bajo, muerta de la vergüenza.

—¿Qué? ¿Es que ahora no puedo animarlos?

—Sí, pero no hace falta que grites.

—Pues esta es mi manera de animar, así que te aguantas.

El árbitro se llevó el silbato a los labios y sopló, dando así por iniciado el partido. Los primeros minutos fueron desfavorables para el equipo azulgrana. El equipo del Levante estaban ganando en posesión y la línea defensora cumplía con éxito su cometido.

Álex Valle, uno de los jugadores del Levante, le arrebató la pelota a Marc de forma violenta, pero el árbitro no pitó falta. No había que ser demasiado listo para saber que aquel no estaba siendo profesional.

—¡Eso es claramente falta! —gruñó Dolores, levantándose de su asiento.— ¡Árbitro, comprao!

Los culés soltaron un abucheo general que retumbó por todo el estadio.

La pelota voló en dirección a Héctor y el rugido de la multitud latió en su sangre. Los jugadores del equipo contrario se aproximaron por el campo para atacarle, pero Héctor pasó de largo de todos ellos.

Le pasó el balón a Gavi. Éste engañó al portero fingiendo que iba a tirar a la portería; la pelota pasó a posesión de Pedri y disparó un tiro directo a la portería. Su tiro entró con un zumbido en la red y sus compañeros rápidamente se acercaron a él para celebrarlo. Los aficionados gritaron un fuerte «gol» al unísono y tocaron sus bocinas de plástico.

El partido dió por finalizado y el Barça salió victorioso. Quedaron 2-1 en el marcador.

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⏰ Última actualización: Mar 22 ⏰

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