Cuando cayó la noche, Luna estaba leyendo en su habitación, cómodamente arropada. Fuera gemía un viento fantasmagórico y las ramas golpeaban el cristal. Finales de octubre. Siempre se levantaban fuertes rachas de viento en aquella época del año.
Una noche como aquella de hacía doce años hizo gritar a Luna. Un rayo iluminó su habitación y la lluvia embistió con más fuerza sobre el cristal. El viento parecía el silbido de miles de fantasmas enfadados. El árbol golpeaba la ventana como si quisiera entrar. Todo le daba mucho miedo.
‒ ¿Lucero?
Luna se bajó corriendo de la cama cuando oyó la voz adormilada de su abuelo y se abrazó a él. El abuelo le acarició la espalda y observó lo que estaba ocurriendo fuera.
‒A ti tampoco te gustan las tormentas, ¿eh?
Ella negó con la cabeza. Al comprobar que la pequeña no dejaba de temblar, la cogió en volandas y le limpió las lágrimas de los ojos. Después se acercó hasta la ventana. Ella lo miró con ojos como platos. ¡¿Cómo podía tener el valor de arrimarse tanto al peligro?! ¡El monstruo quería entrar! No dejaba de golpear el cristal. Pero al acercarse descubrió que no eran garras, sino las ramas de un árbol.
‒De pequeño odiaba tanto las tormentas como tú. El ruido sibilante del viento, los golpes bruscos contra el cristal. ¡Se me ponía la carne de gallina!
Los ojos de la pequeña le miraban con atención.
‒ ¿Y cómo superaste ese miedo?
‒Aún me dan miedo, pero mucho menos. Mi secreto es este; observar la tormenta. Mírala. No puede hacerte daño. El cristal es de los buenos, te lo digo yo que me costó un ojo de la cara.
Ella se echó a reír.
‒Es solo agua. A veces la Luna tiene noches malas y también llora. Ahora nos toca a nosotros escucharla y consolarla. Si miras la tormenta, verás que no quiere hacerte daño. La Luna llora, también tiene días malos.
‒A lo mejor ha discutido con el Sol, como se acerca el verano ahora ella saldrá menos...
Aquello hizo sonreír a su abuelo.
‒Pues seguro que es eso. Puede que dé miedo, lucero. Pero no pasará nada. A veces hay que descargarse así para sentirse mejor. Verás como mañana tendremos una noche clara y menos fría. La Luna nos necesita esta noche. No llores, ella no quiere compartir su tristeza contigo. Ríe para que ella deje de llorar. Duerme para que ella sepa que aún la necesitamos por las noches para conciliar el sueño.
‒ ¿Y bailar? ¿Bailar la ayudará a dejar de llorar? A mí siempre me ayuda.
Su abuelo sonrió encantado.
‒ ¡Bailemos!
Luna cerró el libro con fuerza, lo dejó en la mesita de noche y se fue hacia la ventana. Observó el astro y puso su mano contra el cristal.
‒Esta noche necesito que tú estés para mí, Luna. Avisa también al abuelo. Seguro que está brillando cerca de ti.
Tras aquella declaración se marchó hacia la cocina, pero no miró la puerta del final del pasillo, no hizo caso a su rabillo del ojo y se puso los cascos para no oír nada salvo música alegre, aunque en ese momento no cumplía su función de subir los ánimos. Estaba ahí, como música de ascensor, para hacer menos incómodo el silencio entre extraños.
El agua empezó a hervir y la apartó del fuego. Vertió todo el contenido en una taza y luego colocó la bolsita de manzanilla. Aunque solo pudo darle un sorbo. La bombilla sobre su cabeza estalló repentinamente y ella se amedrentó cuando oyó el estruendo y sintió los cristales sobre sus hombros. La taza se le cayó al suelo de la impresión y se partió en dos. Cuando se agachó para recoger los pedazos, otra bombilla estalló. En alguna parte una ventana se abrió y un aullido fantasmal rebotó por los recovecos del castillo.
Luna salió corriendo de la cocina y se encerró en su habitación. Con la respiración agitada, volvió a colocar la silla bajo el pomo y reculó hacia la cama cubriéndose la boca con las manos. Saltó sobre el colchón y no durmió en toda la noche. Su corazón tampoco descansó y botó desbocado dentro de su pecho.
Tres fuertes golpes retumbaron en la puerta y ella tembló hasta que los primeros rayos del amanecer dieron los buenos días a una nueva jornada.
Por primera vez en toda su vida tenía miedo del castillo. Tenía miedo de sentirse sola y minúscula en una casa que había sido siempre como un gran abrazo. Sentía que se había transformado en dos manos gigantes que querían estrangularla en lugar de darle cobijo. ¿Podría el castillo estar también en duelo? ¿Podría el castillo odiarla porque querría recuperar a su antiguo dueño, porque ella no estaba a la altura?
Luna se cobijó bajo las sábanas y se hizo una bola en torno a su cuerpo. Tembló durante largo rato antes de entregar su conciencia a Morfeo. Las ramas golpeaban con fuerza los cristales, pero ella ya no las escuchaba.
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Ayuda
Mystery / ThrillerLuna Wardwell ha sufrido la pérdida más grande su vida y ahora se enfrenta al abismo del duelo. Durante el funeral descubrirá que ha heredado la posesión más preciada de su abuelo, pero eso no hará más que alejarla de su familia y hacerla sentir sol...