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Cuatro días después Orion pasó a hacerle una visita. Se sentaron en el salón. Su plan de pasar el día en los jardines se vio truncado por una acuciante tormenta eléctrica. Luna había encendido el fuego y él se había encargado de traer un almuerzo generoso, cargado de comida basura, que era justo lo que necesitaba su amiga. Luna había dado señales de hambre después de cuatro días viviendo a base de manzanilla, café y pastillas para el dolor de cuello. Orion decidió malcriarla un poco, si con ese poco podía ayudarla, le valía.

Estaban tirados en la alfombra mojando patatas fritas en salsas cuando Luna dijo algo que asustó a Orion y que lo hizo volverse hacia la puerta y cambiarse de sitio.

‒ ¿Sabes? Tengo un fantasma en el castillo.

‒ ¿Perdón? ‒dijo Orion mientras se atragantaba.

El joven cogió un cojín y se tumbó junto a Luna. Ella sonrió ante su cobardía.

‒Que sí. Lo vi nada más llegar. Cuando te fuiste.

‒ ¿Que lo viste?

‒Sí. Bueno... Fue más bien como un borrón negro, pero vi algo moverse.

‒ ¿Me lo cuentas porque quieres que llevemos a cabo una investigación paranormal o porque simplemente quieres acojonarme?

En otras circunstancias, Luna se habría reído. Pero esa vez se limitó a sonreír y se comió otra patata.

‒Para que lo sepas.

‒Aja... ¿Y... te ha hecho algo o...?

‒No. Solo lo he visto en el salón y arriba. Bueno aquí no lo he visto, le he oído. Todas las noches camina por el pasillo de la planta baja, justo el que está al otro lado de esta pared. Y cuando subo siempre me lo encuentro al final del pasillo.

‒ ¿Y no te da miedo? A ver si va a ver alguien escondido gastándote una broma de mal gusto. Este sitio es enorme. O peor, ladrones. Tenemos que llamar a la policía, Luna.

‒No, nadie va a llamar a la policía. Aquí no hay ni bromistas morbosos ni ladrones. El servicio controla todo que da gusto.

‒ ¿Y si es alguno de tus tíos gilipollas que vienen a meterte miedo para que dejes el castillo?

‒Ellos tienen la entrada vetada. Le he pedido a Gérard, el vigilante de seguridad que te ha abierto la verja,  que si los ve aparecer por aquí que llame directamente a la policía. Está hablado también con el abogado.

‒Bueno, pensándolo bien, un hotel encantado tiene su qué, si al final decides abrirlo aquí como siempre has soñado. Molaría.

Ella lo miró de soslayo y luego contempló la vasta inmensidad que los rodeaba. Sonrió al imaginárselo. Al imaginar a la gente llenando de vida el corazón de su abuelo, otorgando luz a los oscuros pasillos, inundando todo de risas y voces que hablan diversos idiomas.

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