Sarcasmo. Uno de los muchos servicios que ofrecemos.

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Treinta minutos y un horrible viajecito en coche después (Momo no había dejado de despotricar sobre el plan hasta que llegamos a mi jeep) me encontraba frente a la casa de Sussman, observándolo a través de una de las ventanas de la primera planta. Estaba de espaldas a mí, así que supuse que estaría observando a su esposa.

Había muchos coches aparcados junto a su magnífica residencia de tres plantas. La gente entraba y salía hablando en susurros. No obstante, a diferencia de lo que ocurría en las películas, no todos estaban vestidos de negro y no todos lloraban. Bueno, algunos sí. Pero había muchos que se reían por una cosa u otra, animaban la conversación con gestos de las manos o recibían a los visitantes con los brazos abiertos.

Me arrastré con desgana hasta la puerta principal y entré. Nadie me detuvo mientras vagaba entre la multitud hacia la escalera. Las subí despacio y caminé sobre la gruesa alfombra beige que cubría el suelo de la primera planta hasta que encontré lo que parecía el dormitorio principal.

La puerta estaba entreabierta y pude oír los sollozos que procedían del interior. Llamé a la puerta con suavidad.

—¿Señora Sussman? —pregunté mientras me asomaba al dormitorio.

Patrick me miró con sorpresa. Estaba apoyado en la repisa de una ventana, observando a su esposa. Otra señora, corpulenta y vestida de luto estricto, estaba sentada al lado de su mujer y le rodeaba los hombros con fuerza.

La mujer me dirigió una mirada asesina. Ay, madre. Una lucha territorial.

—Me gustaría hablar con la señora Sussman, si a ella le parece bien —dije.

La señora que la acompañaba hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No es un buen momento.

—No pasa nada, Harriet —dijo la señora Sussman, que levantó la cabeza para mirarme.

Tenía los enormes ojos castaños enrojecidos por el llanto y el cabello rubio despeinado. Poseía ese tipo de belleza que los hombres solían pasar por alto en un principio. Un atractivo suave y honesto. Me dio la impresión de que sus sonrisas eran genuinas y sus risas, sinceras.

—Señora Sussman —dije al tiempo que me inclinaba hacia delante para tomarle la mano—. Me llamo Minatozaki Sana. Siento muchísimo su pérdida.

—Gracias. —Se sonó la nariz con un pañuelo de papel—. ¿Conocía a mi marido?

—Nos conocimos hace poco, pero era una gran persona. —Debía explicar mi presencia de alguna manera.

—Sí, lo era.

Pasé por alto la mirada cáustica de la otra mujer y continué.

—Soy detective privado. Su marido y yo trabajábamos juntos en un caso y ahora colaboro con el Departamento de Policía de Albuquerque para ayudar a descubrir al responsable de su muerte.

—Entiendo —dijo, sorprendida.

—Me parece que este no es el momento adecuado para hablar de eso, señorita Minatozaki.

—Claro que sí —aseguró la señora Sussman—. Es el momento perfecto. ¿La policía ya ha averiguado algo?

—Tenemos algunos indicios muy prometedores —respondí, evasiva—. Solo quería que supiera que trabajamos duro para resolver este caso y que... —Me volví hacia Sussman—, su marido no paraba de hablar de usted.

Los sollozos comenzaron de nuevo y Harriet se dispuso a consolar a su amiga. En el rostro de Sussman apareció una débil sonrisa de agradecimiento.

Después de dejarle mi tarjeta y despedirme, le hice un gesto a Sussman para pedirle que se reuniera conmigo fuera.

Primera Tumba a la Derecha (Sahyo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora