El deseo de los reyes

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Un pequeño lince se reacomodaba desde el tejado en el que se había quedado para espiar a la joven Asha. Chato, la mascota de Amaya, iba de vez en cuando a echar un vistazo a la chica para asegurarse de que seguía en su ciclo de trabajo duro, fracaso, nostalgia y desesperación. No necesariamente en ese orden.

Aburrido de ver cómo corría de un lado para otro sin rumbo fijo decidió volver al castillo. Dicho edificio se alzaba en mitad de la capital de Rosas orgulloso e imponente. Había sido la primera edificación en construirse cuando llegaron los reyes y proclamaron suyas las tierras hacía algunos siglos atrás: una gran torre blanca con una enorme cúpula azul que la coronaba en lo más alto rozando las nubes.

El felino se coló por una de las múltiples ventanas que había por toda la estructura. Se conocía todos y cada uno de los rincones del castillo. A fin de cuentas había vivido allí por más de medio siglo.

-Chato querido, ¿ya has vuelto de tu paseo?

La reina se encontró con el animal en medio de uno de los pasillos de las primeras plantas. Acababa de salir de su entrenamiento matutino, por eso y aunque llevara puesto todo el atuendo real aún tenía el pelo algo alborotado y su espada al cinto, que iba a guardarla en su estudio junto con el resto de su colección. Era una fiel defensora de la paz... sobretodo a través de la violencia. 

Chato se acercó cariñosamente a Amaya. Desde el primer momento en que se conocieron, cuando Magnífico le regaló a su mujer al felino cuando aún era un minino, Chato había sido el ojo derecho de la reina. Gracias a los poderes sobrenaturales de su dueño, los tres habían sido muy felices el último decalustro.

-Ay pequeño... ¿Alguna cosa que comentar?

El gato negó con la cabeza. Desde la pequeña rebelión de Asha se había encargado de vigilar sus movimientos de cerca.

-Y que siga siendo así...

Amaya se había alzado entre el barro y los espinos y sabía que las aparienciss podían engañar, al fin y al cabo ella llevaba siglos mintiendo en la cara de sus devotos ciudadanos. Sospechaba que la chica poseía una fuerza interior mucho más asombrosa de lo parecía, recibir la noticia de que la chica tan solo se dedicana a pintarrejear sus posters y a convencer sin resultado a la gente de sus ideas la tranquilizaba de sobremanera. Asha no tenía que ser una amenaza.

De buen humor agarró a Chato entre brazos para seguir su camino. Quería cambiar impresiones con su marido sobre esa chica. Ambos aún recordaban lo que hizo años atrás y el castigo que le infligieron, por eso la vigilaban: querían asegurarse de que sus ideas no se contagiaran entre la gente de Rosas. Su sueño sería conseguir mantenerla bajo control sin que nadie pudiera sospechar que ella estaba moviendo los hilos. Para su desgracia aún no habían encontrado la manera de hacerlo sin levantar sospechas.

-Sí, sí,... Esa es una brillante idea Magnífico. ¡Si es que soy un genio!

Con una dulce sonrisa, Amaya entró al laboratorio mágico de su esposo. Una de las cosas que más amaba de él era su pasión arroyadora por sus estudios. Era un hombre inteligente, astuto, trabajador,... Recordó con cariño cómo se conocieron y enamoraron: una historia que empezó como una alianza para obetener poder y evolucionó a un romance lleno de magia y sueños hechos realidad. Para ellos, no puedo decir lo mismo de sus enemigos, o como les gustaba llamarlos: obstáculos. Esos tuvieron un desenlace muy diferente.

-Mi rey...-canturreó Amaya a una distancia prudencial. Siempre había respetado la zona de trabajo de su amigo, ahora marido, brujo.

Sabía de buena tinta el poder que controlaba y las consecuencias que podría tener interferir de manera abrupta. Del mismo modo él nunca se atrevería a interrumpir una de sus sesiones de amazona o esgrima.

Wish: porque Disney podría haberlo hecho mucho mejorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora