El deseo de Sabino

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Un cabrito de apenas unas semanas se subía a la cama de su dueña. Le costaba aún un poco escalar bien pero la altura del mueble no era muy alta así que alcanzó su meta enseguida. Valentino se acercó poco a poco a la cabeza de su dueña Asha. Cuando estuvo lo suficientemente cerca baló fuerte.

Asha empujó a Valentino para callarlo. No estaba de humor para eso.

La cabra agarró la manta que la cubría y tiró de ella como venganza. Él tampoco estaba de humor, tenía hambre.

-¡Valentino estate quieto!- frenó por un instante. Luego empezó a mordisquear lo que ya tenía en los dientes-. Vale, vale, no te pongas así. Por tu culpa no tengo ni un solo juego de cama completo.

Victorioso, Valentino salió saltando del cuarto mientras Asha se cambiaba aún refunfuñando. Al terminar la joven se miró al espejo: pelo negro trenzado, piel oscura con pecas en la nariz y mofletes, ojos castaños cansados de tanto trabajar en sus complots y un lindo vestido morado con partes mordidas en los bajos por los tirones de su "querida" mascota. 'Tan desarregladamente arreglada como siempre' pensó.

-Asha cariño ¿qué haces por ahí arriba? El nuevo cabrito se está comiendo los manteles de nuevo y prometiste hacerte cargo de él cuando nació.

-Cada día me arrepiento más de esa decisión- susurró para sí misma molesta.

Al llegar a la cocina se encontró con la escena que había descrito su madre: Valentino se estaba comiendo los manteles mientras su madre rondaba la cocina preparando el desayuno. La joven cabra siguió masticando mirándola acusatoriamente. Asha, molesta, le dio algo nutritivo de verdad, se sentó en la mesa y empezó a comer ella también.

Al poco de terminar las puertas se abrieron de golpe revelando una figura pequeña, encorvada y mayor.

-¿Cómo están las mujeres más hermosas de toda Rosas?- el abuelo de Asha entró emocionado, hoy era su cumpleaños. Su centenario para ser más exactos.

-¿Cómo está el mejor abuelo del mundo?- preguntó de vuelta la joven con una minúscula sonrisa mientras sacaba de uno de sus bolsillos un pequeño regalo que había hecho para él.

Emocionado, se acercó cogeando a recogerlo. Sabino tenía cien años recién cumplidos y aún así se comportaba como un niño.

El regalo en cuestión era un dibujo enmarcado de ellos tres y el padre de Asha, Tomás, que había fallecido años atrás de una enfermedad terminal. El hombre en cuestión tenía un rostro amable y alegre como su padre Sabino. Su mano derecha reposaba en el hombro del cumpleañero mientras que con la otra abrazaba a su hija; Sakina mientras tanto aplaudía al otro lado de Sabino. Todos estaban sonrientes, celebrando y juntos. El gesto enterneció al abuelo y a su madre, que no pudieron articular palabra de la sorpresa. Ambos lo echaban de menos, aún tenían muy reciente su fallecimiento.

-Ay pequeña...

-Sé que no hablamos mucho de papá, pero había pensado que quizás...- empezó a excusarse Asha, que malinterpretó su silencio. Sabino rápidamente la abrazó conmocionado por el detalle que había tenido.

-Es hermoso- y tras echarle un nuevo vistazo añadió -. Quizás tendrías que deshacerte de ese tonto trabajo de guía turística y trabajar como artista, ¡mira qué guapo he salido!

Sakina, su madre, sonrió y le dio un beso a su hija, que miraba a su abuelo algo molesta.

-Ese tonto trabajo trae comida a la mesa y me paga esos materiales con los que he hecho ese cuadro en el que sales tan guapo.

-Suenas más mayor que yo- le contestó de vuelta Sabino-. Tendría que intercambiar mi deseo actual por el de cambiar esa actitud tuya, si ya estás así de quejica con diecisiete imagina como estarás a mi edad...

Horrorizado por esa idea hizo una mueca que le hizo gracia a Asha, pero al bajar su mirada se encontró a Valentino imitando su gesto de disgusto. Acostumbrada a su actitud, le ignoró. Ofendido fue a buscar consuelo en Sabino, era una cría que requería atención constante. El abuelo enseguida le dio algunos restos de su desayuno para mimar al "pobre" animalillo, que volvía a balar de la alegría.

-¡Abuelo! No me lo malcríes...

-Cuando eras pequeña y te daba dulces a escondidas no te quejabas tanto...

-¿Que hacías qué?

Ambos se miraron al escuchar a Sakina, se les había olvidado que estaba por ahí haciendo tareas. Para la suerte de Asha ella tenía la excusa perfecta para no aguantar esa mirada reprobatoria de su madre: tenía que irse a trabajar. Tras recoger una bolsa con unos enseres y otros objetos varios y darle un sonoro beso en la mejilla de su abuelo y otro a Sakina salió por la puerta con Valentino pisándole los talones.

-Esta chica no para nunca...-lamentó su madre cuando Asha desapareció de su vista.

Entendía que ella quería perseguir sus sueños, hacer algo de utilidad y ayudar en casa, pero tampoco quería que malgastara su juventud en querer madurar temprano. Su decimoctavo se acercaba y sentía que su pequeña soñadora se escapaba de entre sus dedos con demasiada rapidez para pasar a ser una joven seria y dura.

-Si pudiera desearía por un poco de tranquilidad para ella, pero ambos sabemos que ni "ellos" me lo concederían ni que ella podría disfrutarlo- comentó Sabino en respuesta a la visible preocupación de su nuera encogiéndose de hombros. Conocía demasiado bien a su nieta-. Aunque quizás este año cambien de idea y sí me lo concedan, ¡o incluso a nuestra pequeña Asha! Este año cumple dieciocho ¿Tú qué crees Sakina?- preguntó con su característica sonrisa ensoñadora.

Ella se limitó a darle una sonrisa educada. No quería quitarle esa emoción tan característica en su día especial pero no podía evitar seguir dándole vueltas al asunto de su hija mientras Sabino tarareaba alguna canción infantil a sus espaldas.

Wish: porque Disney podría haberlo hecho mucho mejorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora