Sergio estaba demasiado sorprendido como para reaccionar cuando Max salió de la habitación.
Lo oyó cerrar la puerta de entrada, bajar los escalones del porche, recorrer el camino de gravilla y, por fin, el rugido del motor de su Porsche gris. Y sólo entonces dejo escapar el aire que tenía contenido.
Angustiado, miró el antiguo reloj sobre la chimenea. Sólo era medio día, de modo que tenía timepo para buscar el dinero que necesitaba.
Tenía que encontrarlo de alguna parte. Pedir un prestamo estaba fuera de la cuestión, por que no tenía quien lo avalara y sólo había una cosa que hacer: Hablar con los amigos de su padre, alguien lo ayudaría, alguien tenía que ayudarlo.
Le temblaban un poco las manos mientras abría un cajón del escritorio para sacar la agenda personal de su padre. Sólo tenía que reunir valor para llamar y pedir ayuda...
El sol empezaba a esconderse en el horizonte, cuando colgó el teléfono por última vez. Le dolían los oídos de tener el auricular pegado a la oreja durante tantas horas pero no tanto como el corazón.
Por lo visto, al marcharse de casa había quemado todos los puentes. Los amigos de su padre lo habían puesto en una lista negra, convencidos de que había abandonado a su progenitor, y no había conseguido un solo dólar.
Sergio miró el bocadillo sin tocar y la taza de té que la señora Rossi le había llevado horas antes. Se le revolvía el estómago al pensar en comida pero no tanto como cuando pensaba en la conversación con Max.
—No has comido nada—La señora Rossi entró en la biblioteca sacudiendo la cabeza—No vas a recuperar tu bonita figura si no comes.
—Estoy bien.
—¿Bien? Tienes que poner un poco de carne en esos huesos si quieres atraer la atención de un hombre como el señor Verstappen.
Sergio miró a Antonia con cara de susto.—¿Y por qué iba a querer despertar su interes?
—¿Por qué no? Después de todo no son extraños ¿Por qué nos subes a cambiarte de ropa? El señor verstappen llegara en cuialquier momento... aunque no se que vas a hacer con ese pelo.
—¡Antonia!—Exclamó Sergio molesto.
La mujer dejó escapar un suspiro.—Ahora estas en casa, donde debes estar ¿Por qué no subes a cambiarte? Cuando hayas terminado, Pedro servirá una copa en el salón antes de la cena.
Sergio tuvo que contenerse para no poner los ojos en blanco. Tenía veintiocho años, pero Antonia seguia tratandolo como si fuera un niño. Entre los Rossi y su padre era lógico que no hubiera crecido.
—¿Tenemos cajas por ahí?
—¿Cajas?
-—De cartón. Me gustaría sacar algunas cosas de mi habitación.
—¿Quiere redecorar tu habitación?
—Ya no soy un niño y hay cosas que deberían estar en otro sitio.
—Pero el señor Pérez...
—Ya no esta con nosotros—La interrumpió Sergio—Y aunque lo estuviera, no creo que le importara que sacara mis cochecitos de porcelana.La señora Rossi frunció los labios en un gesto de desaprovación.
—Seguimos teniendo las cajas que trajo el señor Verstappen cuando se mudó, pero nunca pense que volveríamos a usarlas.Sergio se mordió la lengua para no decir que "El señor Verstappen" debería guardar sus cosas en esas cajas y desaparecer su vida para siempre. Pero,en cambio, optó por un más civilizado "Gracias" antes de subir a su habitación.
Una vez arriba, se puso una camiseta y un pantalón de chandal de una marca conocida. Con el dinero que costaba ese chandal podría comer una familia entera del Norte de África durante una semana, probablemente más tiempo. Y pensar en eso le hizo recordar la enorme suma de dinero que le debía a Max.
¿Qué iba a hacer?
Una hora después no había encontrado una solución, pero al menos se había olvidado del asunto mientras limpiaba las estanterías. En cuanto los vidrios de cristal de los cochecitos desaparecieron de su vista, sintió algo dentro de que que se relajaba, como si no tuviera bajo algun escrutinio.