—¡Sergio, Sergio!
La voz de Antonia logró penetrar la densa niebla en la que parecía estar envuelto su cerebro.
—Llama a una ambulancia, Pedro...y al señor Verstappen. Ahora mismo.
—No...—Sergio intentaba hablar, pero le costaba trabajo articular palabra—No se lo digas a Max...—Pero tiene que saberlo.
—No hasta que sepamos...que me pasa—Insistió Sergio, sacudido por un violento espasmo—La doctora Martinez... su teléfono esta en mi bolso...dile que es la malaria.Luego tuvo que cerrar los ojos, agotado. Pero sentía la mano de Antonia en su frente y la sensación era tan consoladora que volvió a perder el conocimiento...
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Dos noches más y volvería acasa, pensó Max. La oficina de Samoa era un caos cuando llegó pero estaba empezando a solucionarlo todo. Lo más importante era que ninguna de las exportaciones que tenían firmadas corrian peligro, de modo que solo tenía que esperar el regreso de George para ponerlo al día antes de volver a casa.
Max tomo la copa de coñac que había pedido en el bar y miró hacia la laguna. Era un lugar idílico, especialmente considerando el frío que había dejado en casa, pero no estaba disfrutando en absoluto. Tal vez debería haber llevado a Sergio, pensó.
En realidad lo echaba de menos y no podía seguir engañandose a sí mismo...
Sin pensarlo más, sacó el móvil del bolsillo y marcó el número de la casa. El teléfono sonó varias veces y, por fin el ama de llaves respondió con tono angustiado:
—Menos mal que ha llamado señor, la ambulancia se acaba de ir...iba a llamarlo en cuanto supiera algo de Sergio...
—¿Qué ocurre? ¿Esta enfermo?
—Cuando volviamos a casa esta noche lo encontramos tirado al pie de la escalera, no sabemos cuanto tiempo ha estado ahí...
—¿Se ha caído?
—No lo sabemos. Llamamos a una ambulancia enseguida, pero Sergio se negó a tomar medicamentos por miedo de que le hiciera daño al bebé.Max consiguio que le diera más detalles antes de colgar. De inmediato, llamóa al aeropuerto para reservar un vuelo de vuelta y, por fin, consiguio asiento en el primer vuelo que había, a las dos de la mañana. Pero el viaje le pareció interminable.
Había algo que no entendía. Sergio se había negado a tomar medicación porque le preocupaba el niño. Aquel no era el Sergio que había dejado. Negarse a tomar medicación no era lo que haría un hombre al que no le importaba lo que le pasara al bebé que llevaba en su interior.
Eso lo hizo pensar en la discusión que habían mantenido en la habitación del niño y empezó a darle vueltas a la conversación, una y otra vez. Sergio nunca había dicho que quería librarse del bebé, al contrario, había insistido que su primer aborto había sido espontáneo...
¿Había sacado conclusiones precipitadas, escuchando solo lo que quería escuchar, sin darle oportunidad a explicarse? ¿Se había equivocado sobre Sergio?
Siempre había querido estar equivocado sobre él y, por fin, se permitió a sí mismo enfrentarse con la realidad. Sergio se había mostrado diferente desde que había vuelto a casa. Mas serio, más responsable. Tanto como para darle el hijo que tanto deseaba, aunque la idea lo asustara.
Había que ser muy valiente para hacerlo, pensó. Se había visto obligado a hacerlo por que estaba en la ruina pero un hombre tan orgulloso como Sergio hubiera encontrado la forma en como sobrevivir.
Sobrevivir.
Tenía que ser algo muy serio como para haber caído por la escalera. Él no podría soportar que le pasara nada y quería decírselo en persona. Decirle que lamentaba haberlo hecho sufrir y necesitaba suplicarle que lo perdonara.