—¿Qué has dicho?
—Me has oído, Sergio—Repitió.¿Era el dueño de su casa? ¿Cómo podía ser?
La casa Pérez había sido construida por sus antepasados a mediados del siglo XIX y había llegado a ellos de generación en generación...
¿Habría conseguido engañar a su padre para que se la vendiera cuando estaba enfermo? Max no parecía ser de ese tipo de personas ¿Pero qué otra cosa podía pensar?
—Mira, probablemente este no es el mejor momento para explicártelo. Ha sio un día muy duro para todos....Hablaremos mañana.
—No de eso nada—Replicó Sergio—Podemos hablarlo ahora mismo.
—Si insistes...—Max señaló hacía la biblioteca—¿Nos sentamos un momento?Tenso como una cuerda de violín, Sergio se dejó caer sobre el sillón del que se había levantado un minuto antes y observó a Max hacer lo mismo.
—Bueno, cuéntame ¿Cómo es que ahora eres el propietario de mi casa y de la empresa de mi padre?
—No te pongas melodrámatico. No va a funcionar.
¿Pensaba que estaba siendo melodramático? Eso no era nada comparado con lo que sentía en aquel momento. Pero antes de que pudiera decir nada, Max siguió:—Tu padre y yo llegamos a un acuerdo hace un año y medio. Los médicos de Auckland no le ofrecían muchas esperanzas y decidió embarcarse en una terapia alternativa en Europa.
—¿Qué clase de acuerdo?—Le preguntó—¿Y por qué tuviste que llegar a un acuerdo con él? Mi familia siempre ha tenido dinero.
—Ha tenido—Repitió Max—En el pasado.—¿Me culpas a mí?—Exclamó Sergio—Yo tengo mi propio fideicomiso, nunca he sido una carga para mi padre.
Max se paso una mano por su pelo rubio, despeinandolo sin darse cuenta. Y, a pesar de su enfado, Sergio deseaba hacer lo mismo, sentir la textura de ese pelo para ver si era realmente tan suave como recordaba. Pero no era el momento, se repitió apretando los puños.—Cuando te calmes, veras que hicimos lo que era mejor en ese momento.
—Explícamelo.
—Antonio estaba decidido a combatir su enfermedad y no aceptaba una negativa, ni siquiera cuando los médicos le dejaron bien en claro cuál era la situación. Estaba decidido a luchar, costara lo que costara y el costo fue muy alto. No sé dónde demonios te has metido los últimos ocho años pero ha habido una recesión global y la empresa de tú padre sufrió un golpe. Durante un tiempo perdía dinero y tuvo que usar parte de su patrimonio para detener la hemorragia.—¿Y tú no usaste tu propio dinero?
—Antonio no me dejó. Exportaciones Pérez siempre fue su niño favorito.
Seguramente lo sabía mejor que nadie. Siempre había sabido la devoción de su padre por la empresa era inclusó más grande a la devoción por él.—¿Entonces necesito dinero para su tratamiento?
Max asintió con la cabeza.
—Y no quiso que yo se lo prestara. Pero sí acepto un acuerdo de préstamo y registró la hipoteca de la casa a mi nombre.
—Pero esta casa vale millones.
—Estaba decidido a vivir, Sergio. Y a pagar lo que hiciera falta.
—Y tambien sabía que a ti te encantaba la casa y cuidarías bien de ella.
Max asintió.—Era la mejor solución que ponerla a la venta y tener que ver como alguna constructora la tiraba para construir apartamentos o arriesgarse a pedir un prestamo al banco. Cuando supo que iba a morir, me legó la propiedad.
Sergio parpadeó para contener las lágrimas. Él sabía que su padre confiaba en Max por completo y sabía, como había sido Antonio, que su intención era demostrar que era demostrar que era mejor que su padre, un hombre que lo había abandonado a los diez años de edad.
Max se había instalado en la casa, convirtiéndose en la mano derecha de su padre, pero eso no evitaba el dolor de saber que Antonio Pérez le había dejado todo a alguien que no era él.