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Al día siguiente el joven peliazul se levantó como de costumbre a las cinco de la mañana, era fin de semana, pero sabía cuáles eran sus responsabilidades. Desde pequeño siempre se interesó por ayudar a sus padres en lo que estos necesitaran. Ya fuera trapear los pisos, lavar los platos, barrer la calle, cualquier cosa, él siempre se ofrecía a hacer algo.

Entró al baño para lavarse la cara y sus dientes, tardó aproximadamente 15 minutos y luego salió. Se cambió el pijama por ropa que pudiera usar para hacer la limpieza y comenzó con lo más importante, dejar la taberna limpia.

Una vez que terminó subió a su habitación. Ordenó la ropa limpia en el closet, tendió su cama, dejó el conjunto que usare ese día sobre la cómoda y se metió a bañar. Al salir se colocó un par de productos de limpieza facial, dejó su cabello con varios rulos en este y finalmente se cambió.

Miró rápidamente su reloj indicando que ya eran las ocho de la mañana. Se apresuró a bajar y comenzó a hacer el desayuno. A los 20 minutos escucho pisadas en el otro piso y tiempo después sus padres bajaron a ayudarle a terminar lo que faltaba.

— Buenos días mamita. ¿Y papá?.

— Salió a la tienda, recordó que faltaba jugo. — Elizabeth le dio una rápida mirada a su hijo notando lo bien arreglado que estaba. Extrañaba convivir con su hijo, antes solían salir cada fin de semana los tres juntos para divertirse, compraban algún postre y caminaban por el parque. Pero desde que abrieron aquel nuevo restaurante en la ciudad sus clientes se fueron reduciendo.

— ¿Saldrás a algún lugar?.

— Si, iré con Percival a terminar un proyecto y pensamos salir por un helado después. — mintió, no quería revelarle a sus padres su nuevo trabajo, luego inventaría una buena excusa.

— Está bien cielo.

— Gracias mamita. — le dio un rápido abrazo a la peliazul y se sentó junto a ella para desayunar, su padre llegó minutos después, le dio un rápido beso a su esposa y revolvió el cabello de su hijo.

— Buenos días papá.

— Buenos días. No vas a creer a quien vi hoy hijo. — dijo sentándose a la mesa junto con su plato.

— ¿A quién?. — preguntó mientras llevaba un pedazo de panqueque a su boca.

— A Chion, el que era nuestro vecino, con el que jugabas por las tardes.

— ¿Chion?. Ah ya se quien, pero ¿que no su padre y él se mudaron para expandir la bodega que tenían acá?

— Si. Y parece que les fue de maravilla porque iba en un auto de lujo negro.

— ¿Como el que siempre me has dicho que quieres?.

— Justo ese. — esbozó una triste sonrisa y Tristan no pudo evitar sentirse mal por su padre. Desde siempre le ha dicho sobre aquello que tanto quería pero no podía costear.

— No te preocupes papá, algún día lo lograremos comprar. — intento darle ánimos al rubio.

— Creo que eso solo pasaría si nos ganáramos la lotería. — dijo sarcásticamente para luego soltar una carcajada, todos en la mesa rieron hasta que Meliodas detuvo su risa por un quejido mientras con una mano tomaba su pecho justo sobre su corazón.

De inmediato el rubio se levantó de la mesa y fue hacia el baño. Con mucha razón los otros dos también se levantaron de la mesa y lo siguieron para verificar que todo estuviera bien.

Pocos minutos después Meliodas salió del baño como si nada y regresó al comedor para finalizar su comida. Elizabeth y Tristan se miraron confundidos, pero por más preguntas que hicieron no lograron saber que había sido aquello.

Bailes Privados [Lancelot x Tristan]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora