CRISTIANA
Cuti forzó un paso lento y firme por el camino hacia la casa de Lisandro. El aroma de papas al romero y carne guisada tocó su nariz mientras seguía la charla no muy lejana de los chicos en la cocina.
Muri controlaba la sala con reglas sensatas, un gorro de chef y una cálida sonrisa. La cena siempre era deliciosa cuando ella estaba de servicio. Contratarla para las cenas de los miércoles fue la mejor decisión que alguna vez tomó. Lástima que tuvo un trabajo diurno. Tampoco es que pudiera permitirse el lujo de emplearla a tiempo completo. Además, los lugareños lo odiarían. Dirigía la cafetería local Palo Santo donde vendía sus famosas medialunas y granos de café tostados por ella misma; lo sabía todo, desde el desarrollo de las calles y el tema del baile urbano hasta quién tenía aventuras con quién.
Sirvió estofado en el plato de Mati, la estrella de trece años, y lo miró. Ella arqueó descaradamente una ceja. "Te ves bien, lindo", dijo con una carcajada. “¿Esta noche vas en contra de los colores del campamento? ¿Alguna ocasión especial que no conozco? “
La puerta de la heladera se cerró detrás de Muri y reveló a Lisandro con jeans holgados y una camisa abierta que mostraba su remera blanca. Abrió un Pritty, arqueando las cejas, burlándose. "Me pregunto cuál podría ser esa ocasión especial". Hizo una pausa mientras pasaba junto a Cristian y susurró: “Buen intento, Romero. No va a funcionar conmigo”.
Espara… ¿Qué?
Cristian no se había vestido para nada especial. Llevaba unos jeans y una camisa negra con botones, que también había usado para ver a los contratistas. Tal vez debería haber puesto una remera del campamento, pero lo único que quería era que la noche terminara de una vez.
Se centró en Muri. "Puedo asegurarles que no hay nada especial en lo que haré esta noche".
Un resoplido llegó desde el fondo de la habitación. "No vas a estar haciendo nada". La sonrisa de Lisandro se desvaneció mientras miraban las treinta y tantos rostros entre ellos. Se sonrojó (realmente, se sonrojó) y tartamudeó: "Porque tenemos otros planos, ¿te acordas?"
Muri meneó la cabeza y sirvió un plato de estofado y patatas. "Este es para el Sr. Martínez". Cargó un segundo cuenco. “Este es tuyo. Te quiero bien comido, no alimentandote con esa porquería azucarada”.
“La Pritty no es azucarada…”
Muri lo detuvo con una mueca. "No quiero escucharlo".
Tal vez no, pero eso no impidió que la Pritty fuera de su bebida favorita desde el viaje a los cerros que su familia y Lisandro habían hecho cuando eran chicos. Licha, de doce años, era divertido, aventurero y, sí, sarcástico, pero en aquel entonces estaban en el mismo equipo. Ellos contra sus padres. Introducían de contrabando gaseosas en sus mochilas de senderismo y las bebés a escondidas.
Lisandro lo retó una vez a beber una botella entera sin parar; le habían llorado los ojos y le había picado la garganta, pero Cuti lo había hecho, seguido de un eructo desgarrador que los delató a ellos ya su Pritty.
El resto de ese viaje, el único que experimentó fue el rocío de cerro que los despertó con su frío matutino.
Cristian caminó hacia el bullicio de conversaciones de los chicos y se sentó en una silla libre junto a Lisandro.
Puso el recipiente humeante y la botella de gaseosa helada frente a él, robando la atención de Lisandro.
¿Recordaba también ese viaje? ¿O algún recuerdo diferente apareció en su mente?
Quizás aquella vez cuando tenían dieciséis años, sentados en una rampa del parque de skate. Cuti había hecho reír a Licha a medio trago y escupió un bocado de gaseosa en una nube brumosa.
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Cómo robar un corazón en 500 besos
Fanfiction"Quinientos besos son suficientes para robar un corazón". Lisandro Martinez no cree en esto. Ha conocido y tenido muchos hombres. Si no te gusta alguien, simplemente no te gusta. Fin de la historia. Ningún beso cambiará eso. Cristian Romero tampo...