-Nos dejó aquí-se encogió de hombros-. Vamos a divertirnos, ven-me tendió la mano y aquella piel morena de su palma era como si me invitara a que la acariciara.
La tomé, aun sabiendo perfectamente que no debería de haberlo hecho. Me levantó de mi asiento y sin soltar mi mano me condujo hasta donde estaban las parejas bailando, me sentí como cenicienta cuando el príncipe la divisa entre la multitud, la toma de la mano y luego la lleva a la pista de baile, mientras todos miraban absortos. Me reí de tal comparación, porque nadie nos prestaba la más mínima atención.
Paró a la mitad de la pista, y colocó su otra mano en mi cintura, mientras yo ponía la mía en su espalda; apretó más la mano que me sujetaba y comenzó a moverse con delicadeza en la pista y yo le seguí.
Podía ver mi reflejo en sus bellos ojos avellana junto a ese brillo tan propio en ellos. Me sonrió, haciendo que en mi interior mi corazón golpeteara contra mi pecho de una forma tan estruendosa. Jamás había bailado una música a piano, pero ahora era como estar en mi propio cuento de hadas.
Me hizo recostar la cabeza en su hombro y mi mejilla rozó la tela de su traje mientras que mi nariz se deleitaba con su fragancia tan única y viril. Sentí su cabeza apegarse a la mía y su respiración movía por encima mis cabellos, entre tanto que seguíamos bailando. Este momento era perfecto, aunque no debiera ser mío; sino de Rydel.
El pensamiento me estrujó el corazón y me hizo gemir con disimulo. Levanté mi cara y miré a Ellington, quien también me miraba, con una sonrisa fugaz que parecía divertida. Su brazo me atrajo más hacía él, mientras seguíamos girando bajo el brillo de las luces, dejándonos llevar por la suave melodía a piano.
No pude evitar perderme en sus ojos debido a la distancia a la que ahora se encontraban, quise ignorar el molesto latir ruidoso de mi corazón y concentrarme sólo en lo que estaba haciendo. Un simple baile, nada más, eso tenía que significar para mí.
Su respiración rozaba parte de mi mejilla y el cálido tacto de su mano en mi cintura parecía una caricia; aquello me hizo recordar lo de hace unas horas. Aun si quisiera alejarme, no podría; sencillamente porque no tendría las fuerzas suficientes para hacerlo. Volví a poner mi cabeza sobre su hombro, ya que mirarle tan cerca desataba los pensamientos más ilógicos en mi mente. Me envolví de nuevo en esa fragancia tan propia de el y cerré los ojos deseando trasportarme a otro lugar. Los mantuve cerrados por unos minutos, mientras mis pies seguían moviéndose junto con los suyos bajo el dosel de luces.
Mis labios se convirtieron en una sonrisa cuando sentí una vez más que su cabeza se apegó a la mía y luego abrí los ojos lentamente; a lo lejos, el rostro de Rydel apareció entre la multitud y su vista absorta posada en nosotros dos.
Ella notó que la miré y sus labios se tensaron en una sonrisa, pero la conocía tanto que sabía que detrás de aquella mueca de labios había algo más. Me quedé quieta, como si hubiera visto un fantasma. Y luego Rydel caminó entre el tumulto de gente hasta perderse.
Ellington se percató de la tensión de mi cuerpo y detuvo el vals.
-¿Ocurre algo?-me preguntó.
-No-musité-. Ya vengo-me deshice de sus brazos y corrí a buscar a mi amiga.
Qué tonta había sido, ¿cómo se me ocurre a mí estar con su novio enfrente de ella? Estaba abusando de mi suerte. Me abrí paso entre la gente, desesperada por encontrarla, hasta que la divisé afuera, mirando hacía el cielo. Maldición, la había lastimado, y ahora mi corazón latía angustiado.