Capitulo 40

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No estuve en desacuerdo con Ellington, aunque su definición de "don de convencimiento" sería algo así como "retenerme en sus brazos para no dejarme escapar".


Miré los mimos que Ellington y Rydel se hacían y me sentí mal, sin hablar del ya tan lastimado bombeador de sangre bajo mi pecho.


Paul me codeó y me hizo seña de que nos fuéramos de ese lugar. A ambos nos lastimaba. Le tomé de la muñeca y le dirigí hasta mi habitación. Cuando cerré la puerta entonces supe que la atención de ambos estaba en nosotros. Lo último que quería era que Rydel y Ellington pensaran mal acerca de mí y de Paul, pero tenía el corazón demasiado adolorido como para detenerme a pensar en otra cosa.


Paul se sentó en mi cama y yo me quedé recargada a la puerta. Ambos nos miramos por un largo instante, como si nos comunicáramos con los ojos. Hasta que él rompió el silencio.


-Me imagino que te divertiste mucho-dijo.                                                    


-Como nunca-admití y me retiré de la puerta para sentarme a su lado-. ¿Y qué hay de ti? ¿Por qué estabas con Rydel?


Sonrió.


-Bueno, al no encontrarlos a ustedes aquí, me llamó a mí, y tú sabes que no desaprovecharía alguna oportunidad para estar con ella y tampoco iba a dejarla sola-confesó.


Me tumbé sobre la cama, suspirando.


-¿Te confieso algo?-musité.

Paul se giró sobre su asiento y me miró desde arriba.


-Dime.


-Amo a tu hermano-susurré, como si ellos pudieran oírme.


Paul rió.


-Cuánto lo siento-me palmeó la pierna, cerca de la rodilla.


• • •


Conforme pasaban los días, la culpa no desparecía sino que, por el contrario, iba aumentando.

Caminé por las calles que ya conocía para llegar hasta el laboratorio de fotografía de los Agnelli, donde se encontraba una de las pocas personas que sabían comprenderme y apoyarme. Aunque esta vez hablar con Ferni no sería tan sencillo ya que Ross me acompañaba. Se ofreció en seguida de que me encontró en el pasillo del edificio y supo que me dirigía para acá.

Le miré.


-¿La invitarás a salir?-pregunté.


-¿Crees que diga que sí?-dijo, nervioso.


-Por supuesto que sí-reí.


-¿Crees que le guste?-preguntó.

Manual de lo prohibido (Ellington Ratliff y tu) ADAPTADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora