-No estoy muy segura –hice un mohín, sintiendo cómo el corazón me latía nervioso bajo mi pecho.
El sonrió y se acercó para besarme la cabeza.
-¿Qué piensas que va a pasar? –me dijo, y su aliento al hablar me movió los cabellos.
-No sé, Ellington –musité, viendo cómo se podía vislumbrar la cúspide del edificio del aeropuerto tras la ventanilla trasera del taxi-. Sé que ha pasado un año –dije, mientras su nariz seguía revolviéndome el pelo-, pero te recuerdo que la última vez que hablamos, me dio una bofetada –mi entrecejo se arrugó en una expresión de congoja al recordarlo.
Ellington rió y el soplo de su risa me acarició el cuello, luego sus labios se posaron en él dulcemente, haciéndome erizar la piel.
-Tú mejor que nadie conoces a Rydel; ella no puede guardar el rencor durante tanto tiempo –me dijo, ahora mirándome-. Además, ahora ya está bien, ya está con Paul –me sonrió-. El tiempo cura las heridas, ¿recuerdas?
-No todas, Ellington–contradije, ahora de veras nerviosa, ya que el taxi aparcaba justo frente al aeropuerto.
Ellington pagó el taxi y como quien no quiere la cosa bajé de el. Me quedé de pie hasta que Ellington se colocó a mi lado y pasó una mano por mi cintura. Su tacto me hizo sentir un poco mejor.
-Vamos –me dijo, empujándome amablemente.
Caminé a su lado, mientras la gente iba de un lado a otro con maletas y boletos en la mano.
-¿Por qué estás tan tranquilo? ¿Qué acaso sus últimas palabras para ti fueron "Está bien Ellington, no hay problema que te hayas enamorado de mi mejor amiga. Vete en paz"? –farfullé y pensé que se iba a reír, pero en vez de eso, su rostro se volvió un poco tenso.
-No. Ya sabes que no me despedí, pero... mira, si quisieron venia a visitarnos yo creo que ya no hay rencores –se encogió de hombros-. Tranquila, ¿sí? –me besó la cien mientras seguíamos caminando para sentarnos a esperar que el vuelo llegara.
Luego de unos minutos los vimos salir por la puerta por donde emergían los demás pasajeros provenientes del vuelo de Italia y reconocí los cabellos oscuros de Rydel, su mirada iba baja, indiferente, la seguía conociendo.
-Ellington... –murmuré temerosa, a nada de decirle que nos echáramos a correr.
-¡Ya los vi! –pero me interrumpió y tomándome fuertemente de la mano, me hizo correr hacía ellos-. ¡Paul! –gritó y levantó su mano izquierda para que lo viera.
Fijé mi vista en Rydel y nada más en ella; no es que no extrañara a mi mejor amigo pero quería saber cuál era la expresión de Delly y si no era tan mala idea echarme a correr. Al momento de oír la voz de Ellington, levantó la vista y sus ojos al verlo, lucían distintos, era la clase de mirada que das a un viejo amigo que aprecias sinceramente. Luego me miró a mí y aunque me congelé repentinamente tensa, ella esbozó una tenue sonrisita apenas visible y volvió a bajar la mirada, haciéndome sentir confundida y atolondrada.
-¡Ellington, _____! –la voz de Paul me hizo mirarle, no lucía tan distinto, de hecho ninguno de los dos había cambiado.
-Hermano –Ellington abrazó a Paul en un cariño fraternal cuando estuvimos por fin cerca los cuatro y yo volví a mirar a Rydel, cautelosa aun.
-Hola –me dijo ella con una tenue sonrisita dibujada en su rostro.
-Hola, Rydel –respondí tímida, era raro intercambiar con ella palabras después de un año y siendo las últimas un sin fin de maldiciones.