Capitulo 55

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-¡Rydel! –Me levanté, desconcertada- Yo no... –intenté explicar.

-¿Tú no qué? Te acabo de escuchar, ______ –las lágrimas salían de sus ojos como si fueran caballos de carrera, desatrampados por ganar-. Oí cuando se lo dijiste a Paul, ¡eres una traidora! –gritó y al instante, sentí el sonoro golpe de la palma de su mano contra mi mejilla, produciendo un ardor instantáneo y el seguro enrojecimiento de mi piel.

Tan duro fue el golpe que, la cara se me desvió hacía un lado y Paul tuvo que retener a Rydel.

-¡Delly, tranquila! –le ordenó, asustado.

-¿Cómo quieres que esté tranquila? Si mi supuesta mejor amiga me traicionó, claro, ahora entiendo todo –no dejaba de llorar y el coraje era leíble en su rostro.

Los nudos se habían quedado atascados en mi garganta, y el corazón, hecho pedazos en mi pecho, latía angustiado. Mis lágrimas eran de amargura, deseaba fervientemente que todo esto fuera una pesadilla.

-¿Cómo no me di cuenta antes? ¡¿Y tú no pensabas decírmelo?! –me empujó y Paul volvió a sujetarla.

-Rydel...

-¡Te abrí la puerta de mi casa! ¿Y me pagas robándote a mi novio? –Seguía farfullando llena de furia e hizo caso omiso a la voz de Paul- ¡Qué estúpida! No puedo creer que tú... –se quedó a la mitad de la frase, le dolía bastante. La conocía y sabía que estaba hecha pedazos, cosa que sólo sirvió para hundirme más en la miseria. Seguía sin poder hablar, sólo lloraba y miraba a Rydel-. Hace algunos minutos estaba llorando porque te ibas –farfulló-, ahora entiendo la razón, qué cobarde –siseó-. Pero ¿sabes? Me da gusto que te largues, hipócrita –me dio una última mirada despectiva, dolida, y se dio media vuelta para salir de la habitación.

Me quedé inmóvil, dejando que mis lágrimas se suicidaran sin piedad; respirar me era difícil y sentía que me faltaba el aire.

Paul me miró, decepcionado.

-Ve –alcancé a susurra, con el hilo de voz que salió de mi garganta-. No la dejes sola.

Se me quedó mirando, era una mirada extraña, estaba entre la frustración y la angustia. Pero enseguida salió detrás de Rydel. Entonces me quedé sola.

Las lágrimas no se cansaban de salir y parecía como si nunca se acabaran, esto no debió de haber terminado así, ni siquiera debió tener comienzo.

Me quedé en inmóvil durante un par de minutos y luego, miré a mi alrededor, ya no volvería a ver a Paul y no había tenido la oportunidad de decirle adiós. Busqué con la mirada algún cuadernillo y divisé una hoja encima de su escritorio; tomé un bolígrafo y garabateé sobre el papel en trazos largos:

Me lo dijiste, lo sé.

Disculpa todo el daño que hice, que le hice a ella. Era lo que menos hubiera querido que pasara. Agradezco todo lo que hiciste por mí, gracias por entenderme.

Fuiste mi mejor amigo y nunca voy a olvidarte.

Perdóname.

Te quiero.

__________

Lo dejé sobre su cama y luego, con un nuevo dolor en el pecho, salí de aquella habitación. Me deslicé como ánima en pena escaleras abajo y cuando bajé a la sala para cruzarla y llegar hasta la puerta, la mirada de la madre de Paul me detuvo.

-¿Estás bien? –me preguntó.

Mantuve mi mirada baja, avergonzada y negué con la cabeza.

-¿Quieres una taza de té? –me ofreció, afable.

-Tengo que irme, se me hace tarde. Gracias de todos modos –musité e intenté dar el primer paso hacia la puerta.

-Antes de que te vayas –dijo-, quisiera decirte algo –me detuve y giré sobre mis talones, despacio, la miré.

Su rostro, dulce como el de toda madre, tenía un tono rosado en las mejillas, como un durazno. Su cabello era igual de rizado que el de Paul y del mismo color castaño que el de Ellington. Me sonrió.

-La traición es algo muy fuerte –musitó, acercándose y la miré con ojos asustados. Ella rió-. Aquí las paredes no son muy sólidas –explicó-. Además uno intuye cosas cuando las ve salir por la puerta, llorando.

Me sentí más avergonzada que antes y bajé la mirada.

-Lo que quiero decirte –me levantó el mentón, con delicadeza-, es que la traición puede llegar a ser muy dura, muy profunda, viniendo de una persona a la que se quiere. Pero, más allá, el amor es más profundo y fuerte.

Me le quedé mirando, confundida, ¿qué era lo que me estaba diciendo? Sollocé.

-Cariño –ella vio la confusión en mi rostro, tan palpable como mis lágrimas-. ¿Tú amas a mi hijo, Ellington? –Se me paró el corazón, pero antes de que pudiera contestarle, ella siguió hablando- Rydel es una muy buena chica, trabajadora, educada, bonita; me gusta que Ellington salga con ella. Pero no se trata de lo que me guste a mi o al resto de la sociedad, se trata de la felicidad de mi hijo. Todos cometemos errores, cariño. Pero siempre recuerda que el amor tiene mucho más fuerza que cualquier otro poder en el mundo y al final de cuentas, aquellos errores, son los peldaños de una escalera que nos lleva a nuestro destino.

El silencio me rozó con el aire, quise asimilar y comprender, una por una sus palabras. Ella me sonrió.

-Buen viaje –me acarició la mejilla.

-Gracias –musité, más confundida que antes.

Salí por la puerta y el corazón se me encogió de angustia, una vez más. ¿Cómo iría de nuevo hasta el departamento? Paul se había ido con Rydel y yo, difícilmente recordaba el camino. A pie haría más de treinta minutos, si es que llegaba.

Era el colmo de mis desgracias.

Manual de lo prohibido (Ellington Ratliff y tu) ADAPTADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora