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Revelación

Parece que nunca saldré de este hoyo. ¿Acostada o muerta? ¿Cuál era la diferencia? Una vez más, estaba tirada en mi cama, consumida por mi propio dolor. Siendo honesta, parecía que ya era más por costumbre que por necesidad. Me giré para quedar de lado y, en mi campo de visión, apareció el peluche que me habías regalado. Cerré los ojos y volví a revivir la carta que había leído hace unos momentos.

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Querido: ________

Han pasado algunas semanas desde la última vez que te vi, y debo admitir que me alegra. Durante este tiempo, me enteré de tantas cosas que jamás hubiera imaginado que tú harías. Me habías engañado de una manera tan descarada que ahora siento vergüenza, no solo por haber confiado en ti, sino por haber sido la última en enterarme de todo.

Me reuní con mis amigas, aquellas a quienes había dejado de frecuentar por ti. No es que me lo pidieras directamente, pero la forma en que demandabas mi tiempo y atención me alejó de ellas y de todo lo que alguna vez me hacía sentir bien. Al final, me destruiste de una manera tan rápida y silenciosa que no tuve oportunidad de reaccionar o de ver la verdad.

Lo que me contaron fue increíble. Nunca pensé que alguien que supuestamente me amaba incondicionalmente fuera capaz de hacer lo que tú hiciste. Por un instante quise pensar que tal vez se habían equivocado de persona, pero luego me pregunté: ¿Qué ganarían mis amigas mintiéndome? Y no solo fueron ellas; fueron tantas personas las que hablaron que llegué a sentirme humillada. Parecía que todos, excepto yo, sabían la verdad.

...

Me dolía. Me dolía sentirme tonta por haber creído en ti. Me dolía tener que verte cada día y fingir que todo estaba bien, que no me habías lastimado. Y, sobre todo, me dolía que tú fueras capaz de mirarme a los ojos y saludarme como si nada hubiera pasado, como si no hubieras hecho absolutamente nada de lo que todos me contaron.

Empecé a darme cuenta de lo egoísta que siempre fuiste. Pero lo peor es que nunca lo noté porque estaba cegada por el amor que sentía por ti.

...

Te veía tan feliz que llegué a pensar que yo nunca te importé de verdad. Pero entonces ocurrió algo: aquel día te vi mal, te vi apagado, y tus ojos reflejaban una tristeza que no pude ignorar. Por un instante, pensé que tal vez todo había sido un error, que tú no eras realmente así. Me convencí de que estabas confundido, que habías cometido errores, pero que en el fondo aún sentías algo por mí.

Fue esa vulnerabilidad lo que me hizo creer en ti otra vez.

No pasó mucho antes de que me pidieras hablar. Y acepté. Porque, aunque me dolía, aún tenía demasiadas cosas que decirte... y demasiadas que necesitaba escuchar.

...

Muy dentro de mí, aún tenía esperanza.

Te sigo amando... como una idiota.

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Abrí los ojos, pero no logré ver nada. La neblina que había creado con mis lágrimas me lo impedía. Estiré la mano hacia la mesita de noche, tomé tres pastillas y las metí en mi boca. Con suerte, dormiría un poco.

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