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Necesitamos hablar

Abrí los ojos con el ruido de la lluvia. Me senté en la cama, fijando la vista en lo que supuse era un zapato, mientras mi mente volvía a aquello que, desde hace meses, me atormenta.

Tomé una hoja del buró, y aunque tenía toda la intención de escribir, las lágrimas fueron más rápidas que mis manos. Recordar lo difícil que fue ese momento siempre dolía.

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Querido: ________
Me costó mucho tomar la decisión de acabar con lo que fuera que nuestra relación se había convertido. Sufrí al solo imaginarme viéndote a los ojos y pidiéndote que termináramos de una vez por todas. Me sentí presionada por la posible reacción que pudieras tener, pero aun así, estoy convencida de que fue lo mejor.

Te pedí que nos viéramos porque necesitaba hablar contigo, y accediste. Nos apartamos de todos, y comencé con algo que jamás pensé que tendría que hacer. Traté de explicarte lo mal que me había sentido últimamente, las pocas ganas que tenía de hacer cualquier cosa, la presión constante que me agobiaba.
Te dije que pensaba que lo mejor era terminar, que yo no estaba en un buen lugar en mi vida y no quería dañarte con mis emociones desordenadas.
Intenté protegerte, porque no queria admitir que tú eras el verdadero motivo de mi decisión. No quería aceptar que ya no me sentía bien a tu lado, pero tampoco quería decírtelo por miedo a herirte.

Para mi sorpresa —y para la de cualquiera en mi lugar—, reaccionaste de una forma demasiado tranquila, como si tú también lo hubieras pensado antes. Te miré con los ojos llenos de lágrimas, mi voz entrecortada por el llanto, y todo lo que encontré en tu rostro fue indiferencia y aceptación. Sentí que lo aceptaste, pero no lo entendiste.

Debo admitir que me dolió no verte llorar, no ver ningun atisbo de dolor en ti. Sentí que la única afectada era yo. Entonces, ¿dónde estaba ese amor tan devoto que me jurabas?
¿Dónde quedó el hombre que decía que no podría vivir sin mí? Otra vez, todo se reducía a promesas que no se cumplieron.

Caminé hasta mi casa con la cabeza llena de dudas. Pensaba en lo que había hecho y en si realmente fue lo correcto. Quería regresar, pedirte perdón, decirte que me había equivocado. Pero, por primera vez, mi mente venció a mi corazón, y decidí no volver. No volvería.

Pasaron los días, y me sentí cada vez peor.
Había un vacío enorme en mi pecho, uno que no podía llenar con nada. Lloré hasta quedar seca. Mi cara y mi ánimo eran el reflejo de un deterioro mental que no podía ocultar. Pero, muy en el fondo, sentía algo de paz. Sabía que, poco a poco, podría volver a ser yo.

Podría ser yo otra vez...

Aún te amo. Te amaba tanto que ese amor no se va.

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Miré la hoja por tanto tiempo que sentí que la desgasté con la mirada. No sabía si tenía sentido seguir escribiendo, pero necesitaba sacarlo de alguna forma.

Tomé dos pastillas más y las metí en mi boca. Ya ni siquiera usaba agua.

"¿Qué se supone que haga?" Esa pregunta se repetía una y otra vez en mi mente.

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