CAPITULO 2

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NO EDITADO


Mis padres ya estaban sentados en la mesa, esperándome para desayunar, cuando yo llegué. No siempre podíamos hacerlo, pero el Duque Carson Zartremen tenía como regla no dicha que todo lo que no fuese urgente se podía posponer hasta después del momento familiar.

Un hombre complejo era mi padre. Uno cuyas complejidades debía sortear para afirmar el futuro correcto.

-Padre -saludé sentándome a su lado y ofreciéndole una sonrisa a mi madre.

-¿Por qué tengo la sensación de que mi hija predilecta tiene algo para decir? -comentó tomando un sorbo de su té especial.

-Soy tu única hija -me burlé mientras agarraba mi propia taza.

-Estás perturbada. ¿Esos sueños de nuevo? -preguntó mi madre con el ceño fruncido.

Su entrenamiento Bene Gesserit le permitía percibir mis emociones, ya que no era muy usual que yo intensase bloquearlas. Por supuesto, ella no sabía sobre qué soñaba exactamente, pero todos eran muy conscientes de que tenía pesadillas, así había sido desde que tenía memoria.

-No es nada, madre -le aseguré, tratando de tranquilizarla-. El miedo mata la mente -recité recordando sus enseñanzas-. He afrontado mi miedo. Ya no me afectan tanto como antes.

-Pero has cambiado tu decisión de acompañar a tu padre.

-Lo he hecho -confirmé y pude oír a mi padre suspirar.

Podía sentir sus emociones. No estaba sorprendido, pero sí decepcionado. No era la primera vez que cambiaba los planes ni sería la última. Sin embargo, no podía evitar sentirme un poco culpable al respecto. Sabía que me aprovechaba de ellos y su confianza en mí, y también sabía que de saber la verdad me entregarían con moño y todo a Paul Atreides.

Ellos me amaban y sabían de mi compromiso con nuestra gente. Querían mi felicidad y seguridad, y era por eso que confiaban en mis decisiones. Eran conscientes de que se trataban de visiones proféticas y creían que yo tomaría la mejor decisión para nuestra familia.

Los Zartremen controlan el planeta Zarach. Nuestro poder rivaliza con el del emperador, los Harkonnen y los Atreides. Tenemos las mejores escuelas miliares y mentat, la devoción de nuestro pueblo y muchas de las grandes mentes residen bajo nuestros dominios. Nadie quería ir a la guerra contra nosotros, el riesgo de perder resultaba demasiado alto, pero al mismo tiempo, a diferencia de los Atreides, el emperador no nos veía como un riesgo para su imperio.

Mi padre era admirado, pero también era ampliamente conocido que no tomaba riesgos políticos y militares si podía evitarlo. Le gustaba el poder, y trataría de ganar más, pero jamás si eso significaba poner en riesgo lo que ya había conseguido. Hacía apuestas seguras y ponerse en contra del emperador no era una de ellas.

Mis padres elegirían mil veces mi bienestar antes que el poder. De eso era más que consciente. Era por eso que mi padre me había permitido elegir mi futuro esposo, confiaba en que yo elegiría lo mejor para nuestro pueblo y con suerte alguien que me hiciese feliz. Él no sabía que yo no podía tener hijos con alguien que no fuese mi alma gemela. Si por mi fuese jamás lo sabría, porque él nunca permitiría que yo fuese la última de nuestra línea de sangre. Si él supiese la verdad, lo único que podría ver sería el poder y el hecho de que el es la persona que me amará como nadie...El único que podría hacer feliz a su hija.

A mi padre jamás le habían importado las muertes y el sufrimiento, y especialmente no le importaría cuando podía decirse a si mismo que el culpable era Paul y no él. Definitivamente no tendría problema con eso cuando le aseguraba la perpetuidad de su Casa y la posibilidad de estar por encima de los demás sin ningún riesgo aparente.

Él no entendería mi posición ni el dolor que me causaría ese destino, mi madre tampoco lo haría. Era extremadamente consciente de que mi madre se parecía más a Lady Jessica de lo que jamás admitiría. Saber que ella había dado a luz a la Tamim Alum, y que mi alma gemela era el Kwisatz Haderach, la llenaría de orgullo.

Mi madre me amaba lo suficiente como para oponerse a las Bene Gesserit cuando le habían ordenado entregarme para mi entrenamiento. Era lo suficientemente importante entre la hermandad como para lograr su objetivo. Ella misma me había entrenado y era algo bueno porque mi capacidad innata podría haber sido vista como una amenaza. Era más poderosa que cualquier otra y mi madre no había tenido mucho que enseñarme. Me resultaba natural, lo cual no lo era. Si ella no había mencionado a las demás nada al respecto era porque sabía en el riesgo que me pondría al hacerlo. Su orgullo de tener una hija tan excepcional no era suficiente para poner en peligro a la hija que había jurado proteger y que amaba con locura. Sin embargo, ella tampoco estaría de mi lado cuando supiese toda la verdad. Ser una madre orgullosa ya no le parecería que actuaba en contra de mi felicidad y seguridad.

Representaban un peligro. Uno que yo trabajaba incansablemente por erradicar. Hasta ahora todo me había salido a la perfección y esperaba que siguiese ocurriendo de esa manera.

Paul Atreides no podía tener el poder de los Zartremen de su lado.

Prophecy | Paul AtreidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora