Capítulo 11: Terapia de un Mugriento

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Este día, el soporífero ambiente escolar se vio invadido por la llegada de un proyecto educativo tan fuera de lugar como una manzana en un árbol de peras: sesiones de terapia con psicólogos. Algo que solo se ve en escuelas de ricachones ¡Oh, qué ironía! La misma institución que nos ahogaba en deberes sin sentidos y exámenes que solo matan la poca creatividad y espíritu de los estudiantes, ahora pretendía ofrecer ayuda psicológica a sus pobres alumnos, como si eso pudiera arreglar las grietas en las paredes o el moho en los baños.

El encargado del programa, un individuo con más diplomas que sentido común, se paseaba por las aulas en busca de voluntarios que necesitaran ayuda. Y, por supuesto, yo, al borde del colapso mental, decidí lanzarme al vacío y ofrecerme como tributo a la terapia escolar.

Me recibió una psicóloga que, para ser sinceros, parecía menos cuerda que un gato en un cuarto de espejos. Pero ¿Qué podía esperar en este antro de desdicha y desesperación? Le conté sobre la miseria que era mi vida, el borracho de mi padre y la mujer maltratadora con síndrome de Diógenes que llamaba madre. ¡Y qué sorpresa! En lugar de ofrecer una mano compasiva, me lanzó un anzuelo de dudas y desconfianza, sugiriendo que podría estar mintiendo. "Tus padres no pueden ser tan malos", dijo con una mueca de incredulidad.

Pero la verdadera tragedia ocurrió cuando esta dama de las emociones se reunió con mis progenitores. ¿Qué magia negra empleó mi madre para hacerse pasar por la víctima en jefe? ¡Acusándome de todo, desde el maltrato hasta el robo, pasando por ser un drogadicto y un mitómano! Y mis padres, esos maestros del engaño, respaldaron cada una de sus palabras, hundiéndome aún más en el abismo de la desesperación.

Como colofón a esta farsa, la psicóloga, impresionada por el espectáculo de lágrimas de mi madre y las acusaciones de mis padres, decidió que yo era el villano de la historia, el patán rebelde sin causa que hacía la vida imposible a sus pobres progenitores. Y así, con el sello de aprobación de la terapia escolar, fui condenado a un nuevo curso, donde me reencontraría con el extraño chico del Asperger y otros individuos igualmente singulares. Oh, qué destino más glorioso el mío, ¿no es así?

Aquí es el momento de mi colapso. Creo que puedo pensar que todas las personas son basura a menos que demuestren lo contrario. Creo que con esto ya no puedo controlar mi rabia, así que me dirigí al local chino más cercano para comprar un bate de béisbol. Así determiné que si voy a ser acusado y maltratado por tantas cosas que no he hecho, lo mejor dentro de lo absurdo será cumplir con estas predicciones. Seguiré siendo el alumno más brillante de esta podrida institución, pero sin ninguna restricción. Solo me dejaré guiar por mi instinto y lo primero que haré será tomar venganza de la manera más absurda que pueda.

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