Capítulo 1: La Náusea de la Rutina

48 20 0
                                    

Estaba sentado en el aula, rodeado de la monótona cacofonía de palabras que se deslizaban por el aire como serpentinas sin sentido. El profesor, con su voz monótona y sus gestos automáticos, intentaba infundirnos conocimientos que ninguno de nosotros parecía tener el menor interés en adquirir.

Mis ojos divagaban por la ventana, observando las nubes que flotaban perezosamente en el cielo, mientras mi mente se perdía en un laberinto de pensamientos rebeldes. ¿Por qué tenía que estar aquí, escuchando palabras huecas que no significaban nada para mí? ¿Qué propósito tenía todo este ritual absurdo de estudiar y hacer deberes que solo servían para alimentar el ego de aquellos que se sentían superiores por haber acumulado conocimientos inútiles?

Observé a mis compañeros de clase, con sus rostros aburridos y cansados, sumergidos en sus propios mundos de aburrimiento y desesperanza. Algunos fingían prestar atención, mientras otros se perdían en sus teléfonos, buscando una válvula de escape en un mundo virtual que ofrecía más emoción que esta prisión de aulas sin alma.

En el recreo, la presión para encajar y conformarse con las normas sociales se volvía aún más palpable. Grupos de adolescentes se reunían en rincones oscuros, compartiendo chismes y risas vacías que resonaban en el patio como un eco de la falsedad humana. Me sentí tentado a unirme a ellos, a fingir que me importaba lo que decían y hacían, pero algo dentro de mí se resistía con todas sus fuerzas.

Regresé a casa al final del día, arrastrando los pies y cargando el peso invisible de la desesperación. ¿Había algo más en la vida que esta rutina sofocante y sin sentido? ¿O estaba condenado a seguir el mismo camino trillado que todos los demás, resignado a una existencia de mediocridad y conformidad?

Mis pensamientos se agitaron en mi mente como un huracán de dudas y desafíos. La sociedad me había dado un papel para interpretar, pero yo no estaba dispuesto a seguir ese guion preestablecido. Estaba harto de la náusea que me provocaba la rutina, y no tenía propósito para soportar hacer cosas sin un por qué claro, mas que el obligatorio estudio del empleado sin voluntad.

El día siguiente en la escuela no fue diferente. La misma abrumadora sensación de inutilidad me envolvía mientras caminaba por los pasillos, llenos de rostros conocidos y, sin embargo, extrañamente anónimos. En clase, las palabras del profesor resonaban como un eco distante, carentes de significado o propósito. Sentía que estaba atrapado en una versión moderna del "Infierno" de Dante, donde cada aula era un círculo más profundo de desesperación. O en este caso el aburrimiento del sin propósito rutinario.

Durante una clase de literatura, el profesor intentó despertar nuestro interés con una cita de Franz Kafka: "La juventud es feliz porque tiene la capacidad de ver la belleza. Cualquiera que mantenga la capacidad de ver la belleza nunca envejece." La ironía no se perdió en mí. Aquí estaba yo, en la flor de la juventud, incapaz de ver belleza alguna en la rutina mundana que se me imponía. Mi perspectiva era más acorde con la desolación de T. S. Eliot en "La tierra baldía": "Abril es el mes más cruel, engendrando lilas de la tierra muerta." Tal vez, por eso quien haya creado la historia de la niña del violín, que se muere en abril, uso este mes para el nombre de su obra, pero bueno que voy a saber yo. Al final morir joven en el mundo artístico te permite estar eternamente vigente, ser eternamente joven, ejemplos de artistas de todo tipo, muertos en su juventud sobran por montones. Tienen todo lo material para vivir pero al parecer eso no basta para vivir con su ser interior.

En otro recreo rutinario, durante los tristes y miserables 20 minutos que teníamos de descanso, que incluso lastimosamente un preso tiene más tiempo libre para el ocio y la distracción, con uno de mis compañeros, que también veía la farsa de todo esto pero que, a diferencia de mí, había encontrado una manera de navegar por ella con una mezcla de sarcasmo y resignación. "¿Alguna vez te has preguntado por qué hacemos esto todos los días?" le pregunté, mientras nos sentábamos en un rincón del patio.

Mi compañero se rió, una risa seca y amarga. "Porque somos como ratas en un experimento, Cándido. Nos dan migajas y esperan que sigamos corriendo en el mismo círculo. Es como ese experimento de Pavlov, pero en lugar de salivar, estamos condicionados a soportar el aburrimiento de lo monótono y rutinario. Y así algún día tener un empleo, en el que la mayoría de los casos nos deja gordos y con mala salud, los afortunados que tienen un empleo y que sirven para mantener el sistema, al menos podrán decir que se sienten autorrealizados, al cumplir la función, para la cual fueron condicionados"

Este día, al llegar a casa, mis padres estaban, como de costumbre, sumidos en su propio mundo de autocomplacencia y negación. Mi padre, con su aliento perpetuamente alcohólico, apenas me miró mientras se desplomaba en su sillón. Mi madre, rodeada de montones de objetos inútiles, ni siquiera notó mi presencia. Era como vivir en una versión perversa de una obra de Samuel Beckett, esperando un cambio que nunca llegaba. Esta es mi nauseabunda rutina.

La Culata Fantástica Donde viven las historias. Descúbrelo ahora