CAPÍTULO 2.

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MAGNE

 
La observé con horror; su piel era blanca y pálida como la leche y tan fina como el papel. Podía ver el latido de su corazón oscuro contra su pecho y contar cada una de sus costillas que sobresalían en su torso. Su cabello era un velo al viento del color de la sangre fresca y parecía estar unido al lago, y fluía y ondulaba como el agua al ser agitada. 

Pero eso no era lo más extraño; lo peor, la pesadilla era su rostro, un rostro que pasó de ser el de una alta fae a una reina humana hermosa y vibrante, para convertirse en un monstruo de largos colmillos, ojos amarillos y pupilas de reptil. Una bestia negra con alas y lengua bífida fue lo que vi después, y… vi mi propio rostro en el suyo, sin ojos, solo cuencas oscuras y vacías, en una mueca de dolor y súplica y algo que se escondía dentro, muy, muy dentro.

Tragué saliva y la sangre volvió a bajar de nivel. Volvió a llegarme hasta la cintura.

—¿Qué…? ¿Qué quieres? —pregunté mientras que aquel rostro que era el mío cambiaba y se retorcía sobre sí mismo. 

—Ahí estás, Magne, pensé que no tendría la suerte de matarte con mis propias manos. —La voz de Ludék era un susurro, casi como la caricia de un amante. Me miraba de arriba a abajo, buscando algo en mí con intensidad, y era como si la oscuridad se hubiera aflojado; no era de día, pero había la suficiente luz como para vernos. 

Un par de pasos nos separaban; solo unos pocos metros que parecían millas y millas, como estar en otra tierra, una lejana y distante.

—Quiero a tu primogénito —dijo Freyr con una sonrisa retorcida y extraña de dientes afilados; miró a Ludék y él se estremeció sin poder evitarlo ante la visión horrenda que era ella. Y lo vi: indecisión, miedo y un pánico profundo en sus ojos y en su postura. 

—Pero…

—No, no quiero al segundo o al tercero, quiero al primero, Ludék. Quiero al hermoso niño de rizos dorados que tanto orgullo te causa, que todos aman y por el cual tu esposa dió la vida en el parto. ¡LO QUIERO A ÉL! —gritó Freyr y aquel grito erizó cada vello de mi cuerpo y la misma sangre ardió con ese deseo.

Ludék palideció y su respiración se hizo pesada y errática; su mirada se clavó en Freyr, en ese monstruo horrendo y luego en mí. Enseñó los dientes en señal de desafío y el siseo se elevó por mi garganta. 

—Piénsalo, Ludék, ¿realmente vale la pena sacrificar a tu heredero por esa criatura? —Y una mano de uñas largas y negras me apuntó con desdén. 

—¿Qué hay de mí? —me atreví a preguntar.

Freyr se volvió hacia mí y vi el hermoso rostro de un niño de rizos rubios y ojos claros, el hijo de Ludék. El rostro desapareció y dió paso al rostro de mi madre y el de mi hermana; ambos se alternaban y arremolinaban con fuerza y los dos sufrían. Las lágrimas ardieron detrás de mis ojos, pero no las derramé; me mantuve firme, tan firme como me era posible en ese momento.

—¿Qué es lo que eres? —me interrogó en cambio Freyr con curiosidad en aquella vieja voz, y yo me estremecí—. ¿Qué eres? —volvió a preguntar cuando no obtuvo una respuesta de mí—. No eres nada, pero pareces serlo todo. No hay principio ni fin en ti. Hay poder en tu sangre, pero miedo en tu corazón. —Una risa escapó de sus labios—. Bueno, si es que tienes un corazón dentro de ese pecho tuyo. 

"MAGNE" (EDITANTO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora