CAPÍTULO 7.

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—MAGNE—

El lago era como lo recordaba: frío y aterrador, oscuro y vivo, pero ahora estaba rodeado por llamas, llamas que ardían con fuerza al cielo sin estrellas y lamían y encendían la superficie del lago cuando lo tocaban, lo cual debería ser imposible.

Freyr gruñía con rabia. Podía sentir las vibraciones en la tierra que pisabamos y en la propia oscuridad que se tambaleaba como si estuviera sufriendo junto con ella.

Kivelä me dejó en el suelo y alejó sus brazos de mi cuerpo con rapidez y observó con cuidado cada rincón del bosque, pero no parecía haber nadie en las cercanías. Un par de guerreros con alas de fuego aterrizaron a nuestro lado y sus alas se volvieron humo oscuro a nuestro alrededor.

—Fuego de Linnea —dijo uno de ellos y el fuego pareció cobrar mucha más vida y arder con más fuerza, pero resplandecía con colores que iban desde un azul cobalto, amarillo brillante, diferentes tonos de rojo, para terminar con un índigo que ardía frío.

Kivelä respiró hondo cuando Freyr gritó con dolor y desesperación de nuevo; la tierra se sacudió cuando las propias llamas rojas de Kivelä salieron de su cuerpo como serpientes que reptaron por nuestros pies. El poder de Kivelä tocó el fuego y siseó como si hubiera sido apagado con agua fría; el poder del alto lord de Vilém brilló con fuerza en el bosque y sobre el fuego de Linnea que pareció retroceder lentamente.

Freyr apareció en su forma física, pero ahora era una bestia negra, de ojos rojos y colmillos enormes que sobresalían de su boca de forma aterradora; tenía escamas que brillaban bajo la luz de la luna y que ahora sangraban y su sangre caía de nuevo al lago.

El fuego comenzó a apagarse gradualmente, pero con demasiada lentitud; Freyr gruñía y su dolor agitaba nuestros corazones. Sus ojos rojos miraron a Kivelä y en ellos había miedo, un miedo profundo y real.

—¿Qué es el fuego de Linnea? —pregunté; el guerrero más cercano pareció por primera vez darse cuenta de mi presencia y descubrió sus dientes en una mueca feroz.

—El fuego de Linnea es una sentencia de muerte —pero la respuesta vino por parte de Kivelä. Su rostro era una máscara tensa y el sudor corría por su frente por el esfuerzo.

—¿Por qué?

—Probablemente por ayudarte o por apropiarse del hijo de Ludék.

—Él vendió a su propio hijo por voluntad propia —susurré, y los hombros de Kivelä temblaron cuando más de su poder fue derramado por el bosque hacia el lago para contener el fuego multicolor.

—No creo que eso le importe a ese imbécil.

—¿Puedo ayudar? —pregunté porque la impotencia ya corría por mis venas y necesitaba pararlo.

—A menos que quieras quemarte acercándote, yo diría que no —dijo en voz firme—. Bienvenida, Karyna —saludó y sus ojos dorados se fijaron en un punto lejano; luego la pequeña figura apareció en un suave rocío de bruma verde.

—Gracias, Kivelä. Es un verdadero honor y placer verte otra vez —respondió la recién llegada y los guerreros se inclinaron en una reverencia formal.

Sus ojos completamente negros se fijaron en mí y me observaron con detenimiento. Vi su piel verde brillar suavemente, su cabello azul caía en una cascada viva sobre sus hombros y un par de alas iridiscentes se movían con sutiliza detrás de su espalda. Vestía un delicado vestido de gasa blanca que brillaba como un diamante con cada movimiento, sonrió y dejó a la vista un par de colmillos finos y letales.

—Después hablaremos de eso —dijo y me señaló con un movimiento de barbilla; Kivelä asintió—. ¿Qué fue lo que pasó? —preguntó y aquellos ojos negros miraron desconcertados hacia Freyr y su forma de bestia negra y luego al fuego que lamía el lago.

"MAGNE" (EDITANTO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora