CAPÍTULO 3.

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MAGNE

 Una luz blanca explotó contra lo que pareció ser un muro invisible que se tambaleó un poco, pero al final resistió y se mantuvo en una sola pieza. El sujeto alto a mi lado se estremeció y sus manos y todo su cuerpo se encendieron como si de una brasa ardiente se tratara; me cubrí el rostro con las manos cuando vi a Ludék con la intención de atacar una vez más, y fui empujada hacia atrás por brazos fuertes y cálidos.

—Quédate atrás —masculló y sus ojos brillaron en la oscuridad como oro líquido.

Miré a Ludék; sus propias manos ardían con un fuego plateado que golpeaba y arañaba aquel muro que ondulaba con cada choque. Me sobresalté y todo mi cuerpo se tensó, listo para salir corriendo de nuevo.

—No te muevas —susurró con voz ronca y en ese momento un cuerno de caza sonó y Ludék palideció y se detuvo para escuchar aquella llamada solitaria que lanzó ecos por el bosque detrás de nosotros. Mi cuerpo se quedó clavado en el suelo y mis piernas temblaron cuando el cuerno volvió a sonar como si de un animal herido se tratara.

Y ahí estaban, nacidos de una suave chispa, lobos enormes, del tamaño de un caballo, pero que ardían con llamas rojas y anaranjadas, y el calor que irradiaba se extendió por mi piel como una suave caricia, y la luz que salí de ellos iluminó el bosque entero...

Los lobos gruñeron y enseñaron los largos y escalofriantes dientes color perla, y los perros de Ludék, esas malditas cosas salidas del mismo averno, retrocedieron al igual que sus soldados con los rostros pálidos y las extremidades temblando.

—Te aconsejo que te detengas, Ludék —dijo el sujeto rodeado de lobos de fuego, pero incluso con esas bestias que parecían sacadas de una pesadilla, él era mucho más intimidante, más grande y más fuerte.

—¡Devuélvemela ahora! —El grito de Ludék sacudió el muro y un par de fragmentos iridiscentes cayeron al suelo y se fundieron con la oscuridad.

—Si el muro cae, te mataré, Ludék —gruñó el sujeto y el fuego y las llamas brillaron con mucha más fuerza y los lobos se prepararon para saltar.

—Te mataré, Kivelä, y luego haré pedazos a ese monstruo que está junto a ti. —Y Ludék destilaba odio, un odio tan feroz y cruel que se encargó de helar cada gota de mi sangre. Miré al bosque oscuro delante de mí, a los soldados y al sujeto que había sido llamado Kivelä.

—Iré contigo —murmuré y todos se volvieron para mirarme. Solo pude temblar mientras todas aquellas hostiles miradas me recorrían de arriba a abajo con asco. No podía permitir que se mataran y destrozaran por mi culpa; si Ludék quería matarme, que lo intentara porque estaba decidida a pelear con uñas y dientes de ser necesario, pero dejaría fuera a aquel sujeto y sus tierras.

—No. —Una sola palabra autoritaria y feroz. El par de ojos de oro líquido se clavaron en mi rostro y la mueca de disgusto se arrastró por su boca.

—No dejaré que se destruyan por mi culpa. —Y mi voz se quebró al final y la risa de Ludék volvió a flotar como una sentencia de muerte.

—Estás en mi territorio y me niego a entregarte —gruñó. Me encogí de hombros y avancé un paso más cerca del muro que dividía a Vilém y Artem; los lobos gruñeron, pero me dejaron pasar entre ellos con las cabezas inclinadas.

—Magne —susurró y esta vez escuchar mi nombre fue diferente; fue como si el peso en mis hombros cayera, como si algo fuerte y poderoso jalara de mí hacia atrás, como si me anclara a mi lugar y no pudiera moverme.

—¡Dejala ir! —gritó Ludék y el poder plateado y frío volvió a estrellarse contra el muro. Retrocedí y vi pequeños pedazos caer.

—Voy a disfrutar cazando a tus bestias, a tus soldados y por último a ti. —Los ojos de Kivelä brillaron de nuevo y los lobos aullaron con lo que pareció aprobación y lanzaron dentelladas frenéticas.

"MAGNE" (EDITANTO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora