30 de noviembre de 1939 PT2

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El ruido y gritos habían despertado a Aleksander, quien buscó a sus hermanos en las habitaciones y al no hallarlos, salió corriendo con el arma de su padre. Rápidamente dio con Jakub llorando desconsoladamente, estaba sumamente aterrorizado, su respiración era tan errática que apenas logró balbucear entre hipidos lo que ocurría.

Se apresuró a la parte trasera de la casa, viendo a lo lejos la escena, Nyx forcejeando con el soldado. Apunto el arma hacia el frente y disparo.

Miguel quien justamente llegaba de sus labores, observó la escena muy furioso y estuvo muy cerca de reprender al hermano mayor cuando, vio el cuerpo lacerado de la joven albina en él suelo, solamente cubierto por un camisón para dormir.

-¡Si no lo hubiera hecho, ese hijo de puta hubiera violado a mi hermana!- Se justificó indignado, mostrando los cardenales que mancillaban su delicada piel -Castígame a mí, ella no hizo nada- Al ser el mayor, el siempre veló por la seguridad de sus hermanos menores, no iba a permitir que ellos cargaran con la culpa. Pensó que obtendría un escarmiento, pero el General no hizo nada.

Miguel sintió una presión en su pecho, impotencia al verla tan lastimada y expuesta, apretó los nudillos con demasiada fuerza, volviéndose blancos por la presión aplicada. Le afectaba tanto mirarla en ese estado de vulnerabilidad, su hermoso rostro colorado pero no por su usual rubor tan exquisito y adorable, si no por haber sido golpeada.

Sin articular ninguna palabra, se agacho junto a ella y paso un brazo por su cuello y otro debajo de sus piernas. Apretó su pequeña figura contra su pecho y la llevó a su habitación para que reposara.

Inmediatamente las criadas trajeron trapos húmedos y algunos ungüentos para aplicar en sus heridas.

Jakub se acercó llorando en el regazo de su hermana, empapando las telas y sabanas que la cubrían. -Perdóname, fue mi culpa, no debí pedirte salir-. Sollozo arrepentido aferrado a las manos de Nyx, acariciándolas suavemente, intentando borrar las lesiones presentes.

Abandono la habitación y se dirigió al lugar donde yacía el cadáver de aquel infeliz. Ordenó a sus hombres enterrar el cuerpo, diciendo que había desobedecido su palabra, y por lo tanto fue ejecutado.

Antes de irse, vio a los ojos a sus subordinados y les advirtió con una voz amenazante y fría. -Esa joven polaca es mía, si se atreven a tocarla terminaran igual-. Señalando la tumba, mostrando lo que les pasaría si ignoraban su aviso.

El canto de un ruiseñorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora