Despedida

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[2 de enero]

Al llegar a la casa corriendo, Débora guardó todas sus cosas en sus maletas, que estaban en el ático.

Guardad vuestras cosas, ya. - Habló seriamente a sus amigas y a su hermano.

- ¿Qué? ¿Por qué? - Preguntó Dylan desubicado, persiguiendo a su hermana.

- Te lo digo en otro momento, eres muy pequeño para entenderlo, peque. - Respondió suavemente Débora, dejando un suave beso en la frente del niño antes de acercarle su maleta roja de rayo McQueen.

Sin embargo, Eleanor no se conformaba con la respuesta que había escuchado salir de la blanquecina boca de su mejor amiga. Por lo que siguió de cerca a su amiga y al entrar a su cuarto, cerró la puerta tras entrar detrás de Débora, en busca de respuestas.

- Me explicas que está pasando. Ahora. - Habló directa Eleanor, girando a Débora agarrando su brazo, quedando cara a cara.

- No es nada, es- Empezó a excusar la causante de tener que guardar todas sus pocas pertenencias en sus bolsas, pero fue frenada de nuevo por la voz de la castaña.

- No me vengas con cuentos, que ya nos conocemos.

Débora solo miró a Eleanor y suspiró.

- He visto a mis putos padres en la calle, muertos en vida. No eran ellos. Y nos tenemos que marchar. Ya.- finalizó la rubia, dejando en shock a Eleanor.

Eleanor solo pudo sentir una pena tremenda por su mejor amiga, la abrazó con todas sus fuerzas y se marchó a guardar sus pocas prendas de ropa que usó ese fin de semana en sus correspondientes bolsas. A ella no le cabía en la cabeza una vida sin sus padres ni sus abuelos. “No lo soportaría” se repetía en su cabeza en bucle, pensando en qué pasaría si eso ocurriese mientras pensaba a la vez qué iba a pasar con ellos, a dónde se marcharían ella y sus amigas, qué harían para sobrevivir. 

No podía con esos pensamientos, se estaba agobiando. Por lo que se sentó en la silla más cercana a respirar hondo por unos segundos  despejar su mente antes de que tuviese que volver a recoger sus cosas y marcharse de esa casa en la que habían tenido tantos buenos recuerdos desde que eran niñas, ya que se conocían desde que tenían 6 años las tres, ahora, adolescentes.

No tuvo más remedio que volver con lo que estaba e intentar disimular delante, del ahora huérfano en secreto, Dylan. Ella le repetía al niño que todo estaría bien, que lograrían estabilizarse en algún lugar cercano, que no tardarían en volver a la normalidad. Aunque lo cierto es que su cabeza era un mar de dudas, no sabía qué hacer, cómo reaccionar ni qué pensar. Solo tenía un objetivo: Proteger a sus mejores amigas y a ese dulce niño costase lo que costase, no le importaba tener que morir si eso significaba que esas tres apreciadas personas seguirían viviendo por ella.

Porque como un sabio de los setenta dijo “No me da miedo morir, me da pena no seguir viviendo”, o algo del estilo. La chica pensaba en esa frase cada minuto que pasaba ayudando a Hazel a guardar los suministros de los próximos días en bolsas. No estaba segura de que esa fuese la frase que leyó o era otra, pero poco le importaba en ese momento de tensión, solo pensaba en poder vivir para proteger a lo más querido de su, ahora catastrófica y caótica, vida.

Pocas horas después, Débora se montó en el asiento de conductor del coche de su padre Andrés, con fines de conducir lejos de ese sitio, cuanto más lejos mejor.

Las chicas colocaban todos los suministros posibles en el maletero y en los asientos de atrás, dejando el espacio justo para Hazel y Dylan en la parte de atrás, sentando al niño en el regazo de la pelirroja. 

Tardaron poco tiempo en marcharse, pero tuvieron un contratiempo.Se encontraron con un grupo de estas personas enfermas, que parecían sin vida,más agresivas por momentos. Y no tuvieron más opción que pasar por en medio de ellos con el coche, llegando a atropellar a más de una persona, si es que así se les puede llamar.

De ese modo lograron llegar a la carretera que las enviaría a su nuevo hogar, la granja abandonada en medio del bosque.

Habían estado un par de veces ahí para investigar las zonas desiertas de los alrededores de su ciudad mientras todo era normal. Ese sitio era perfecto para ellos cuatro.

Esa granjita tenía dos dormitorios, una oficina, una cocina, dos baños, un salón, una sala de estar, una zona de cultivo y otra para ejercer la ganadería posible. Además de los terrenos de alrededor de la casa, los cuales eran todo bosque, era una preciosidad. 

Otra cosa buena de la casa es, que gracias a las fiestas que se organizaban en ese lugar, habían instalado unos chicos que no conocían, unas baterías aparte de la ciudad que podía abastecer a la casa de energía por lo menos 5 meses, ya que eran unas baterías muy grandes. También tenían un pozo hallado, por lo cual el tema del agua no era un problema.

El verdadero problema era la comida, ya que habían guardado todos los suministros posibles en el coche pero igualmente en algún momento escasearon de estos. Además, apenas habían visto animales al llegar, como mucho habían visto a una o dos viejas ovejas comiendo del pasto de los terrenos de la casa, algún que otro caballo y una vaca a la lejanía.

𝕮𝖔𝖉𝖎𝖌𝖔 𝖉𝖊 𝖘𝖚𝖕𝖊𝖗𝖛𝖎𝖛𝖊𝖓𝖈𝖎𝖆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora