2

457 47 14
                                    

“... Creía que vivir 

era un regalo,

pero el mejor regalo 

que he tenido,

es verte vivir a ti…”

San salió de la ducha aquella mañana, dando tumbos, tropezando con la ropa tirada en el suelo, cegado por la prisa y el cansancio.

Se le hacía tarde para ir a trabajar y apenas había podido pegar ojo, no hacía falta observarse en el espejo para saber que tenía unas ojeras moradas horribles y una cara de demacrado que le hacía parecer un fantasma más que un humano.

Unas pocas horas atrás regresó del hospital, donde como cada día estuvo cuidando de su hijo de 9 años, Jongho, que estaba ingresado una vez más.

Buscó su cartera junto con las llaves del coche, que según recordaba había dejado sobre el pequeño escritorio, revolviendo la ropa suya y de su esposa que estaba tirada en cada mueble de aquella pequeña y desordenada habitación.

Debajo de una carpeta mal cerrada encontró sus cosas, pero al momento de levantarla cayeron de ella montones de papeles que se esparcieron por todo el suelo. 

Se agachó maldiciendo a todos para recoger uno por uno, aunque sea torpemente para volverlos a guardar.

Recibos pendientes, facturas vencidas de luz, agua y gas, facturas de teléfonos sin pagar, facturas de hospital pendientes y vencidas, facturas de tubos de oxígeno, medicamentos y material médico, recibos de tarjetas de crédito sin pagar y montones de cartas de grupos de abogados queriendo cobrar los préstamos que no habían logrado nunca saldar.

Hacía lo que podía, trabajaba en un concesionario de coches aguantando a gente que se metía en su vida y apenas ganaba lo justo para mantenerse al día con la comida y la medicación.

Su esposa Karina, trabajaba en lo que conseguía, haciendo horas de lo que sea. Por las tardes cuidaba una anciana y por las noches limpiaba en una tienda, combinándose entre ambos para cubrir las horas de hospital y que Jongho nunca estuviera solo.

La familia y los amigos ya hacía tiempo se habían alejado, por miedo quizá, a que se les pidiera dinero o favores como cuidar del pequeño para poder trabajar.

Era una vida de locos, pero San aún estaba agradecido que en su trabajo le daban un seguro médico que al menos cubría el 40 por ciento de los ingresos de Jongho y le permitían faltar cuando las cosas se ponían complicadas en el hospital.

No era mucho, pero por supuesto era menos que nada.

Recogió las facturas, fingiendo leerlas cuando lo único que podía releer era la palabra “vencido”.

Quiso arrugarlas con aquella mezcla de rabia y dolor que lo invadía cada vez que recordaba la situación en la que se encontraba, dejando caer lágrimas sin sentido cuando pensaba en la comparación que hizo el médico cuando les explico la enfermedad de Jongho.

“Es como un reloj de arena al que acaban de girar, cuando todo el contenido se haya traspasado al otro lado, entonces se acabó”.

Apenas pudo mantenerse en cuclillas como estaba, secándose las lágrimas con la manga de su camisa arrugada y respirando hondo, queriendo borrar de su memoria aquellas duras palabras.

Solo tenía que seguir siendo fuerte, aguantar un poco más, estaba seguro que en algún momento la vida le sonreiría y las cosas cambiarían para ellos tres.

¿Cuál es el precio de un corazón? Woosan SanwooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora