VIII

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La vieja cabaña a la que Phill lo había llevado tenía un aspecto deteriorado y descuidado. El aire estaba impregnado con un olor fuerte a huevo podrido y a cosas en descomposición. Las tablas, desgastadas por el tiempo, habían perdido su antiguo color caoba, volviéndose de un gris triste y agrietado, como si la vida se hubiese desvanecido lentamente de ese lugar. Tyrone intentó taparse la nariz, respirando lo menos posible, pero fracasó estrepitosamente en el intento.

Incluso Phill parecía afectado por el ambiente, aunque no por el asco del hedor, sino por algo mucho más profundo. Desde que habían llegado, el triángulo malvado no había dicho una sola palabra. Se había quedado petrificado, observando la vieja cabaña como si estuviera atrapado en algún tipo de déjà vu. Tyrone, que estaba acostumbrado a las bromas y el sarcasmo constante de Phill, no podía evitar preguntarse qué pensamientos cruzaban la mente del demonio. Por primera vez, deseaba tener la habilidad de leer su mente.

—Créeme, no te gustaría mucho si la tuvieras —respondió Phill de repente, saliendo de su trance, sus colores virando a un azul apagado que trataba de ocultar sin mucho éxito—. Es hora de entrar, mocoso.

—¡No soy un mocoso, triángulo isósceles! —replicó Tyrone con irritación, agobiado por el olor nauseabundo y por el comportamiento inusual del demonio.

En un arrebato de frustración, Tyrone intentó darle un manotazo a Phill, pero tropezó con las desiguales tablas del suelo y cayó estrepitosamente, golpeándose la cara y raspándose la mejilla. Phill estalló en una risa maniática que resonó en la penumbra de la cabaña. El demonio se reía, algo que no hacía a menudo, y aunque el tipo de situaciones que solían provocar su risa casi siempre involucraban tortura o caos, en este caso parecía estar riéndose genuinamente de lo ridículo de la escena.

Tyrone, a pesar de todo, también sonrió desde el suelo, sintiendo una extraña satisfacción. No lo admitiría, pero ver a Phill relajado, comportándose más como su yo habitual, le hacía sentir que las cosas volvían a la normalidad. Y más aún, el hecho de haber conseguido hacer reír a un ser maniático sin que la tortura ni la sangre estuvieran involucradas le provocaba una sensación de triunfo.

—Al menos te hice sonreír —dijo Tyrone divertido, mientras se sacudía el polvo y la suciedad de su ropa.

Phill volvió a su color habitual, aunque aún seguía riendo por lo bajo. Resopló, aún entretenido con la escena, pero ignoró el comentario del chico. Lo cierto era que últimamente, el Pines le estaba cayendo mejor de lo que se habría permitido admitir. Algo en él lo hacía diferente a los demás. Curiosamente, dos personas que habían logrado sacarle una sonrisa genuina en su eterna existencia llevaban el apellido "Pines". Phill sacudió esos pensamientos rápidamente, no queriendo volver a estar de mal humor. No ahora, no después de haber reído.

Pero, más pensamientos continuaron surgiendo en su mente. La forma en que Tyrone se movía dentro de la cabaña, inspeccionando cada rincón con su curiosidad natural. Su entrecejo fruncido cuando veía algo que no entendía. Cómo sus ojos se agrandaban ligeramente con cada crujido o sonido extraño, y cómo sus mejillas se tornaban de un leve rosa pálido al tropezar con algo inesperado. Esa mezcla de torpeza y curiosidad le resultaba familiar. Dolorosamente familiar.

Todo aquello le hizo recordar a una persona que Phill habría querido borrar de su memoria para siempre.

Phill recordó otra ocasión en la que se había detenido frente a esta cabaña en una situación para nada similar. Aquella vez, no había sido Tyrone quien lo acompañaba. No. Había sido Stanford Pines, el científico obsesionado con lo paranormal, con quien había compartido más de lo que se permitiría confesar.

Stanford había llegado a esa misma cabaña después de semanas de investigar lo desconocido, para descanzar de la buscanda de respuestas que solo existían en los rincones más oscuros del multiverso. Era un hombre dominado por su sed de conocimiento, un hombre que no temía adentrarse en lo prohibido. Y Phill había sido la clave para abrir muchas de esas puertas. Al principio, todo fue una alianza estratégica: Stanford ofrecía su intelecto y ambición, mientras que Phill le proporcionaba acceso a secretos que ningún humano había soñado. Juntos, desentrañaron misterios del multiverso, creando portales y adentrándose en dimensiones que ni siquiera tenían nombre.

Pero mientras Stanford veía a Phill como una simple herramienta para cumplir su obsesión, el demonio había comenzado a sentir algo más. Algo que nunca pensó que podría experimentar. Un sentimiento peligroso para una entidad caótica como él. Amor.

A medida que pasaban más tiempo juntos, Phill comenzó a fascinarse por Stanford. La forma en que su mente funcionaba, la intensidad de su ambición, su coraje al enfrentar lo desconocido... Todo aquello le recordaba a las pocas cosas en el universo que alguna vez lo habían desafiado. Y cuando Stanford empezó a devolverle atenciones, Phill creyó, aunque solo por un breve momento, que tal vez el científico sentía lo mismo.

—¿Me amas, Stanford? —le había preguntado Phill una tarde, con una sonrisa que ocultaba más vulnerabilidad de la que jamás admitiría.

Stanford se había detenido un segundo, su mirada oculta tras las gafas que siempre llevaba. Estaban sentados en la cabaña después de experimentar con uno de los portales. El silencio entre ellos se había vuelto denso.

—Claro, Phill —respondió finalmente Stanford, sin mirarlo a los ojos, mientras regresaba a sus notas—. Somos un equipo, ¿no?

Phill había sentido algo romperse dentro de él. Sabía que Stanford no era sincero. El científico era brillante, pero también frío y calculador. Lo que más dolió no fue la respuesta vaga, sino lo que descubrió después: Stanford tenía un plan.

Mientras le hacía creer a Phill que lo necesitaba, Stanford trabajaba en secreto en un proyecto que haría imposible que el demonio escapara del pequeño pueblo. Una vez que Ford hubiera obtenido todo el conocimiento que deseaba, Phill sería sellado en una dimensión paralela, atrapado para siempre en un limbo eterno.

Phill apretó los dientes al recordar la traición. Había sido una de las pocas veces en su larga existencia que alguien había logrado engañarlo. Pero lo peor no fue el engaño en sí. No. Lo peor fue que, por un breve segundo, Phill había creído que Stanford lo valoraba, que lo amaba. Qué idiota había sido.

—¿Qué pasa, Phill? —la voz de Tyrone lo sacó de sus pensamientos.

El demonio se dio cuenta de que había estado inmóvil, flotando frente a una de las habitaciones de la cabaña. El Pines lo miraba con una mezcla de curiosidad y preocupación. Había algo en su expresión que lo hacía diferente de Stanford. Tyrone era igual de curioso y ambicioso, pero su sinceridad lo diferenciaba. No había frialdad calculadora en él.

Phill negó con la cabeza, alejando los recuerdos de su mente. No había tiempo para volver al pasado. Además, Tyrone no era Stanford. El muchacho, aunque lleno de defectos, era incapaz de una traición de esa magnitud. Al menos, eso esperaba Phill.

—Nada —respondió finalmente Phill, intentando desviar su mente de esos pensamientos—. Solo me perdí en el olor. Es horrible, ¿no?

Tyrone asintió, haciendo una mueca.

—Horrible es poco. Me sorprende que no haya matado a los animales de los alrededores.

Phill soltó una risa suave, casi melancólica esta vez. Se adelantó hacia la puerta de la habitación, poniendo su mano triangular sobre la madera podrida, como si esa habitación en particular estuviera cargada de recuerdos.

—Esta cabaña... está llena de recuerdos —murmuró Phill—. Pero no son nuestros recuerdos, Tyrone. Son de alguien más. Alguien que jugó con fuego, creyendo que no se quemaría. Alguien que pensó que podía encerrarme para siempre.

Tyrone lo miraba sin comprender del todo, pero no importaba. Phill no necesitaba contarle todo. El pasado pertenecía a él, y esta era una nueva historia.

—Vamos —dijo Phill, empujando la puerta—. Tenemos una caja que encontrar. Estoy seguro de que está aquí.

Tyrone lo siguió, a pesar del olor insoportable y la sensación de que algo oscuro los acechaba desde las sombras de la cabaña. Mientras ambos avanzaban en la penumbra, Phill no pudo evitar echar un último vistazo a su alrededor. El pasado siempre regresaba, pero esta vez Phill se aseguraría de no volver a pasar lo mismo.




























Sí tarde una semana y un día para subir un solo capítulo, pero actualize que es lo importante.

𝐕𝐄𝐍 𝐀 𝐋𝐀 𝐎𝐒𝐂𝐔𝐑𝐈𝐃𝐀𝐃 𝐏𝐎𝐑 𝐌𝐈 || 𝐏𝐇𝐈𝐋𝐋𝐃𝐈𝐏Donde viven las historias. Descúbrelo ahora