Los findes de semana no eran de todo agradables para Will, especialmente los sábados, cuando sus dos padres estaban en casa, aunque quisiera pasar desapercibido, siempre irrumpían en su habitación gritándole, humillándolo o pedirle que hiciera de comer. Pero solo eran los sábados, después de que Francis se fuera de cada pijamada, porque los domingos eran más amenos para él, pues su abuela siempre viajaba para irlo a visitar, aunque fueran unas horas y lo agradecía.Adoraba tanto a su abuela, era todo lo contrario a su mamá, era protectora, tierna, atenta y siempre escuchaba sus historias, aunque no entendiera nada de lo que dijera, siempre le traía un pequeño regalo, un libro, un rompecabezas o personalmente lo que le encantaba, pequeñas lámparas de noche; de diferentes tamaños, figuras, con luz blanca y otras de luz tenue.
Algo que muy pocas personas sabían era que le temía a la oscuridad, no la soportaba, le daba miedo, ansiedad, comenzaba a tener ataques de asma. Los únicos que no lo juzgaron, los que con amor lo abrazaban, aunque existiera un apagón o las calles fueran muy oscuras era su abuela y Francis. Incluso sus padres le decían que solo los bebés lloraban o que los maricones también le temían a todo.
Todo lo que conformaba al pequeño Graham era una decepción para sus progenitores, pero no para esa señora que tanto amaba, la que le suplicó que se quedará con ella, en Portland, donde se encontraba su librería favorita, y aunque el también deseaba con desesperación quedarse recibió un rotundo no.
Pero era domingo, y su abuela se quedaba hasta el lunes en la mañana, aunque el opinara casi igual que su madre, sobre que era mucho gasto en aviones para una visita de un día y medio, sabía perfectamente que lo venían a ver por temor que le sucediera algo, como muchas veces paso en Portland, cuando su mamá se olvidaba de él, cuando lo golpeaba hasta dejarlo sangrar, por eso era agradecido con su nana.
-¡Will baja! Ya llegó tu abuela. – Se escucho un grito molesto pero era una melodía para él, se levanto volando hacia la puerta, casi cayendo por las escaleras por apresurado.
-Oh mi querido niño. -Y una sensación de calidez inundo su frío cuerpo, esa voz tan melosa, tan amorosa.
-¡Abuela! Te extrañé, te extrañé, te extrañé.
Y no dudo en acercarse para abrazarla, hundiéndose en el hombro de su querida nana, oliendo ese perfume dulcísimo pero característico de ella, tan suave por la piel que ya colgaba un poco, sintiéndose otra vez el Will de 5 años, que dormía y vivía con su querida abuela.
-Yo también te extrañé mi bebé.
-No le digas bebé, luego se lo cree y piensa que somos sus sirvientes. – La voz de su mamá rápido lo sacó de su burbuja, sintiéndose avergonzado.
-Pues es mi bebé, deberían ser agradecidos de tener un hijo tan bonito y servicial.Natalie solo blanqueo los ojos con desagrado, metiéndose a la cocina. Su nana regreso su vista a su querido nieto y le guiñó un ojo, casi dándole un susurro de que un día más, nadie le hará algún mal. Ayudó con la pequeña valija que cargaba la señora, dejandola en la habitación de huéspedes, una vez que la asentó en su cama, se sentó emocionado esperando su regalo, curioso de que sería esta vez.
-Mmm, casi traigo un libro de historia contemporánea que vi, pero el señor Jones fue a verme, justo preguntando que cuando ibas de visita.
-Oh, extraño un poco al señor Jones, aunque siempre me diera un pequeño golpe en la cabeza.-
Su abuela se rio con nostalgia. -Lo hacía porque siempre desaparecías en esos libros tuyos, le gustaba cuando le hacías preguntas un poco confusas, pero casi todo el tiempo no le dirigías la palabra, el te veía como un nieto.
-Pero abu, el tiene nietos. -Contestó casi molesto, pues Will solo era nieto de una persona, y era de su querida nana Dorothea.
-Sí, pero no lo iban a ver, el pobre hombre casi siempre estaba solo, por eso nos visitaba, mínimo tu le sonreías a veces o le invitabas de tus preciados turrones.
-Oh...
Para aquel chiquillo, era difícil conocer las emociones externas y como actuar respecto a ellas, pues sus pocas interacciones que tuvo, las personas lo miraban extrañados o casi asustados, pues no tiene experiencia en ellos, aunque sus dos personas favoritas fueran amorosas y atentas, para él era raro, solo daba abrazos como forma de agradecimiento, mientras que las únicas otras dos emociones que ah sentido fue miedo y enojo, por sus papás.