⛓ Vol. 1 / Cap. 20 Cadenas

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Tras luego de haber conseguido obtener el Alma del Demonio de las montañas Crestagrana y haber capturado a la reina de los dragones Alexstrasza.

Bueno, Nekros lo había hecho. El clan entero había estado buscando un dragón durante semanas, les daba igual cuál fuera. Pero no esperaron que la misma reina vendría a por ellos.

Alexstrasza abrió la boca, por la que lanzó unas llamas que engulleron y mataron a cuatro orcos al instante. Acto seguido, Nekros intervino y la sojuzgó él solo. Ordenó a Alexstrasza y los suyos que lo siguieran hasta aquí y eso fue lo que hicieron. Ese día, el resto del clan Faucedraco cantó sus alabanzas a Nekros, el orco que había intimidado a todo un vuelo de dragón él solo.

No obstante, el mutilado brujo guerrero habría sido incapaz de lograrlo sin la ayuda de Zuluhed, o de la reliquia que habían hallado. A Zuluhed le habría gustado ser capaz de manejar ese objeto por sí mismo; sin embargo, el Alma de Demonio no había respondido ante él ni ante su magia chamánica. Solo había respondido ante Nekros, por lo cual ese orco con una pata de palo era el único capaz de controlarlo.

Pero podía aceptarlo. Ya que eso significaba que era Nekros quien debía quedarse dentro de esas cuevas mientras Zuluhed luchaba junto al resto de la Horda contra los defensores de esas tierras. Además, ese orco tullido no servía para mucho más; desde el mismo momento en que un humano le había cercenado la pierna por debajo de la rodilla había dejado de ser útil en un campo de batalla. La mayoría de los orcos se habrían suicidado en ese mismo instante, o, al menos, se habían abalanzado sobre otro enemigo y habrían muerto en batalla. Nekros, sin embargo, había sobrevivido, aunque no se sabía si por cobardía o por pura mala suerte.

Zuluhed se alegraba de que Nekros siguiera vivo, puesto que, si bien era él quien había dado con el Alma de demonio, había sido incapaz de manejarla. Fue capaz de intuir que había un gran poder encerrado en ese disco incluso antes de desenterrarlo de las profundidades de una pequeña cueva situada en las entrañas de las montañas. Pero ese poder había permanecido encerrado dentro de aquella reluciente reliquia dorada. Sin lugar a dudas, se necesitaba otro tipo de magia distinta a la de los chamanes para acceder a ese poder. Zuluhed había considerado la posibilidad de entregarle ese objeto (al que había bautizado como el Alma de Demonio, ya que había podido percibir la energía de índole demoníaca que anidaba en su interior, además de otro poder increíble que no había logrado identificar) a Doomhammer, pero enseguida descartó esa idea. Si bien el jefe de Guerra era un poderoso guerrero y un noble orco, no comprendía bien la magia y tampoco tenía mucha experiencia con ella.

También había pensado en acudir a Gul'dan, pero Zuluhed no confiaba en el taimado jefe brujo.

Recordó que Gul'dan, en su juventud, había sido el aprendiz de Ner'zhul. ¡Ese sí que había sido un gran chamán! Ner'zhul fue un orco sabio y noble al que todos reverenciaban, que había buscado siempre lo mejor no solo para su propio clan sino para todos los orcos. Él les había ofrecido los extraños dones de conocimiento y poder que le habían otorgado unos antiguos espíritus, él los había animado a estrechar los vínculos entre los diferentes clanes y, además, los había consolidado.

 Él les había ofrecido los extraños dones de conocimiento y poder que le habían otorgado unos antiguos espíritus, él los había animado a estrechar los vínculos entre los diferentes clanes y, además, los había consolidado

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