🦅 Vol. 2 / Cap. 33 Las alas del trueno Parte 2

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Desde tiempos inmemorables, los Martillo Salvaje habitaban en una fortaleza conocida como Pico Nidal, desde donde protegían las Tierras del Interior. Los Martillo Salvaje eran un pueblo orgulloso y tenaz, famoso por su afinidad con los grifos. Muchos de ellos, además, poseían poderes chamánicos que les permitían imbuir tempestades enteras en unas armas conocidas como martillos de tormenta.

Los Martillo Salvaje se enorgullecían de su independencia, pero debido a su tendencia al aislacionismo, desconocían la existencia de la Horda o de la batalla que azotaba el continente. Dicho desconocimiento se rompió cuando los orcos penetraron en las Tierras del Interior.

Su líder, el señor feudal Kurdran, movilizó rápidamente a sus tropas y se puso a la cabeza de sus mejores jinetes de grifos. Los enanos cargaron desde el cielo, bombardeando a la Horda con sus martillos de tormenta antes de ascender de nuevo hasta la seguridad de las nubes. Los continuos ataques relámpago de Kurdran desgastaban a la Horda.

Hasta que finalmente las fuerzas de la Alianza pudo llegar a las tierras del Interior.

Prepárense (susurró Lothar, quien había hecho que su caballo redujera su trote hasta alcanzar una mera velocidad de paseo, pues si hubiera ido más rápido, se habría arriesgado a chocar con los árboles o a ser descabalgado por las ramas más bajas)

(Entonces, desenvainó su espada magna y la sostuvo ante él, mientras elevaba el escudo con el otro brazo) Deberían estar cerca.

Turalyon asintió y alzó su martillo de guerra, mientras cabalgaba a la izquierda de su comandante y por detrás de él. Khadgar cabalgaba junto a Turalyon, de modo que los tres formaban el clásico triángulo de caballería. A pesar de que el mago no llevaba arma alguna en las manos, empleaba una magia muy poderosa en batalla que el joven teniente había aprendido a respetar.

Turalyon entrecerró los ojos para intentar rasgar el velo de penumbra que cubría los árboles y poder ver a su presa. Cerca de ahí, en algún lugar...

¡Ahí!

Señaló al frente a la derecha, a un lugar situado más allá de Khadgar. Sus dos compañeros miraron en la dirección que indicaba. Un momento después, Lothar asintió. Al mago le costó un minuto más percatarse de que algo se movía entre los árboles en esa dirección; se trataba de algo que se desplazaba a una altura demasiado baja como para ser un pájaro o demasiado velozmente como para ser una serpiente o un insecto o cualquier otro bicho que infestara esos bosques.

No, eso únicamente podía provocarlo algo del tamaño de un hombre que caminaba por el bosque; además, el hecho de que ese movimiento se repitiera en el mismo sitio solo podía significar que el mismo individuo se desplazaba en círculos o que se trataba de un grupo amplio; por otro lado, el hecho de que apenas fueran visibles significa que esos tipos eran del mismo color que su entorno.

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