IV.

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El sol se deslizaba lentamente hacia el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados sobre Rocadragón. En los aposentos de Aegon Targaryen, sin embargo, reinaba una tormenta interior que eclipsaba cualquier belleza externa.

Aegon, con su vientre hinchado por el embarazo, se sentía atrapado en un torbellino de emociones. Los meses habían sido tortuosos, marcados por la presión de ser obligado a concebir el heredero de su esposo, Jacaerys Velaryon. Cada día se convertía en una batalla contra sus propios deseos y las expectativas impuestas sobre él.

Jacaerys, un hombre de carácter dominante y egoísta, no hacía más que avivar las llamas de la discordia. Sus palabras eran dagas afiladas que perforaban el corazón de Aegon, recordándole su papel como mero recipiente de la descendencia de la Casa Targaryen.

La tensión entre los dos había llegado a un punto crítico esa noche. Aegon no pudo contener más su ira y confrontó a Jacaerys, desatando una tormenta de palabras cargadas de resentimiento y amargura.

–Aegon, ¿cómo te atreves a insultarme? – espetó Jacaerys con un destello de furia en sus ojos azules, tan fríos como el mar en una noche de invierno.–¡Estás frente al rey!

– ¡Yo no quería esto! ¡No quería este hijo, esta carga impuesta sobre mí por tu ambición egoísta! –respondió Aegon, su voz temblorosa pero llena de determinación.

La habitación resonaba con el eco de su disputa, las palabras cortantes como cuchillos envenenados. Pero entonces, en medio del caos, ocurrió algo inesperado.

Un repentino dolor punzante atravesó el vientre de Aegon, y un líquido cálido se derramó entre sus piernas.

–Aegon, ¿qué está pasando? –exclamó Jacaerys, su expresión de sorpresa mezclada con preocupación genuina.

Aegon apenas pudo articular una respuesta mientras se aferraba a su vientre, su rostro empalidecido por el dolor.
–Creo... creo que... mi fuente se ha roto.

El pánico se apoderó de la habitación mientras Jacaerys corría en busca de ayuda.

Entre el caos y el miedo, Aegon se aferraba a la única certeza que había surgido de aquella noche tumultuosa: la vida, incluso en sus momentos más oscuros, aún podía sorprender con la promesa de un nuevo comienzo.

El dolor se intensificó mientras Aegon era conducido apresuradamente a la sala de partos. Cada contracción era como un puñal clavado en su vientre, y su mente se nublaba con la agonía mientras luchaba por mantenerse consciente.

Jacaerys permanecía a su lado, su semblante reflejaba una mezcla de ansiedad y preocupación. Sus diferencias parecían desvanecerse en el rostro del sufrimiento de Aegon, y por un breve instante, el amor y la compasión brillaron en sus ojos.

Horas de agonía parecieron pasar en un instante, y finalmente, el llanto de un recién nacido rompió el aire cargado de tensión. Aegon, exhausto pero lleno de una nueva determinación, extendió sus brazos temblorosos para recibir a su hijo.

El bebé, envuelto en mantas blancas, era una visión de inocencia y fragilidad. Aegon lo miró con un amor insondable, su corazón lleno de esperanza y temor por el futuro que aguardaba a su descendencia.

–Su nombre será Aemond –declaró Aegon con voz firme, mientras sostenía al bebé en sus brazos– Aemond II Velaryon.–Concluyó escupiendo el apellido con asco.

Aegon sostenía firmemente a su hijo recién nacido en sus brazos, su mirada llena de determinación mientras enfrentaba a Jacaerys, quien parecía consternado por la elección del nombre.

–¡No puedes hacer esto, Aegon! –exclamó Jacaerys, su voz cargada de incredulidad. –Aemond es un nombre maldito, el nombre de un matasangre.

Aegon apretó los labios con firmeza, negándose a ceder ante la presión de Jacaerys.
–Este es mi hijo tanto como lo es tuyo, Jacaerys. Y su nombre será Aemond II Velaryon, en honor a mi hermano que mataste.

La habitación parecía vibrar con la intensidad de su disputa, cada palabra pronunciada cargada con la fuerza de su convicción. Aegon había soportado tanto para traer a su hijo al mundo, y no permitiría que nadie, ni siquiera su esposo, dictara el destino de su primogénito.

Jacaerys miró a Aegon con una mezcla de frustración y resignación, su resistencia desvaneciéndose lentamente ante la determinación inquebrantable de su esposo.

–Está bien –suspiró finalmente Jacaerys, resignado.

Era solo un maldito nombre.

Aegon asintió solemnemente, su corazón lleno de esperanza por el futuro de su hijo.

°°°°

Seis meses habían transcurrido desde el nacimiento de Aemond II Velaryon, y durante ese tiempo, Aegon Targaryen se mantuvo sumiso, ocultando su tormento y su sed de venganza bajo una máscara de aparente resignación.

Pero esa noche, en la oscuridad de la habitación que compartían, la máscara se desvaneció para revelar la verdadera naturaleza de Aegon.

Mientras Jacaerys entraba en la habitación, ajeno al peligro que se cernía sobre él, Aegon se lanzó hacia adelante con la determinación de un hombre que había soportado demasiado tiempo el peso de la opresión.

–Ha sido divertido jugar a las casitas, su majestad –usurró Aegon con una voz llena de frialdad y desprecio, mientras empuñaba la espada que había sido testigo de innumerables atrocidades, incluida la muerte de sus hermanos.

El brillo frío del acero se reflejaba en la penumbra, y antes de que Jacaerys pudiera reaccionar, la espada se hundió con violencia en su pecho, un eco oscuro de la injusticia que había marcado sus vidas.

Jacaerys cayó al suelo con un gemido ahogado, sus ojos llenos de sorpresa y dolor mientras la vida abandonaba su cuerpo. Aegon observó impasible, su corazón lleno de una mezcla de satisfacción y amargura por el precio que había pagado por su venganza.

La habitación quedó sumida en un silencio sepulcral, roto solo por el sonido del aliento entrecortado de Jacaerys. El pasado y el presente se entrelazaban en un torbellino de emociones, mientras Aegon enfrentaba las consecuencias de su decisión, sabiendo que no había vuelta atrás.

La noche de la venganza había llegado, y con ella, el fin de una era marcada por el dolor y las ansias de venganza.

Aegon había reclamado su derecho a la justicia.

"El último Hightower"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora