Capítulo I

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Encuentro casual 


Él calculó el vuelo de Colorado a Nueva York en tres horas y cuarenta y cinco minutos, después del cual, sabía que su vida cambiaría para siempre -aún más de lo que ya lo había hecho. Apretando los lados del asiento, con las palmas sudorosas, Sergio Pérez cerró los ojos mientras los motores se preparaban para el despegue. Nunca había sido aficionada a volar, de hecho, le asustaba de por vida. A pesar de que recordaba que a veces la tortura de estar a 30.000 pies en el aire en realidad valía la pena -la primera vez que dejó su casa para ir a la universidad, una escapada a una isla tropical, o una visita a ver a su amada familia. Sin embargo, este viaje no incluía a ninguno de esos placeres -sólo poseía sentimientos de pérdida y dolor.

Mirándolo estaba una de las razones por las que todavía despertaba cada día, su novio, Hamilton. Pudo notar que él se dio cuenta que la expresión de su rostro estaba llena con la incertidumbre de lo que le esperaba.

Mientras sostenía su mano, Hamilton se inclinó y alejó un mechón de cabello de su rostro. –Todo va a estar bien, Sergio –susurró–. Antes de que te des cuenta, vamos a estar en el suelo otra vez.

Forzó una sonrisa y luego con vacilación se giró, mirando las montañas cubiertas de nieve desaparecer debajo de las nubes. Su corazón se hundió aún más mientras interiormente se despedía del único verdadero hogar que había conocido. Apoyó la cabeza contra la ventanilla y dejó que su mente vagara durante los últimos meses.

A finales de octubre de su último año en la universidad, recibió la llamada. Hasta ese momento, la vida parecía... buena. Hamilton había entrado en su mundo el mes anterior, sus notas estaban donde deberían estar y su amiga, Carola Martínez, había resultado ser una de las mejores amigas que alguna vez tendría. Contestó el teléfono ese día, nunca esperó la noticia que recibió.

–Las pruebas resultaron, Sergio, –su hermana mayor, Paola, dijo–. Mamá tiene cáncer de mama Etapa IV.

Con esas últimas palabras, la vida como Sergio conocía nunca sería la misma. Ni siquiera cerca. Su roca, la mujer a quien más adoraba en su vida, y el único padre que había conocido tenía menos de tres meses de vida. Lo que siguió después fue algo a lo que él nunca podría haberse preparado. Los largos viajes de fin de semana desde la Universidad Estatal de Ohio a casa en Colorado para ayudar en los últimos meses de su madre se convertirían en la norma para Sergio.

Vio a su madre marchitarse desde la fuerte y vibrante alma que una vez había sido a la débil mujer irreconocible que se había convertido antes de morir.

Con una repentina turbulencia sacudiendo sus nervios, Sergio agarro la mano de Hamilton y lo miró. Él le dedicó una rápida sonrisa y asintió, esencialmente haciéndole saber que estaban bien. Apoyó la cabeza en su cálido hombro y comenzó a pensar en el papel que él había tenido a través de todo. Innumerables vuelos desde Nueva York a Colorado para estar con él. Hermosos regalos que enviaba para alejar su mente de la locura que consumía su vida. Llamadas en la noche para hablar con él y asegurarse de que estaba bien. Incluso hasta los arreglos para el funeral, dándole consejos sobre vender la casa de su infancia, y en última instancia, mudarse a Nueva York. Todo era parte de por qué él lo adoraba.

Mientras el avión aterrizaba en el aeropuerto La Guardia de Nueva York, Hamilton observó a Sergio y a su mano que tenía los nudillos blancos por aferrarse a la suya. Le dio una risa ligera y se inclinó para besarlo. –Ves, eso no fue tan malo – dijo, acariciando su mejilla–. Ahora eres oficialmente un neoyorquino, nene.

Después de lo que pareció una eternidad abrirse camino a través del aeropuerto, Hamilton le hizo señas a un taxi y se dirigieron al apartamento que Sergio compartiría con Carola. Eso se había convertido en un tema delicado para Hamilton. Cuando él y Sergio hablaron sobre la mudanza, su deseo era que él viviera con él. Sergio pensó que era mejor, al menos por el momento, vivir con Carola. Hacer el viaje a través del país fue lo suficientemente un duro ajuste por sí mismo y no quería añadir más presión a su situación. A pesar de que amaba a Hamilton -y él lo amaba ferozmente- había una pequeña voz en su cabeza que le decía que esperara. Era algo que vendría al final de la línea para ellos. Él finalmente cedió a su decisión, pero no sin poner una pelea decente por lo suyo.

Collide: [ Chestappen/ Chewis ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora