Capítulo II

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Crema o Azúcar


Sergio se despertó a la mañana siguiente, su mirada soñolienta se hipnotizó por el cuerpo dormido de Hamilton. Apoyó la cabeza contra su pecho caliente mientras su mente vagaba sobre su relación. Al igual que cualquier persona, había peculiaridades, y él estaba lleno de el. Sabía que se acostumbraría a todo ello, pero mientras tanto, su acelerado estilo de vida era el mayor reto para él. Al principio, sus diferencias no le parecieron tan grandes para el porqué su relación crecía y florecía en su mundo. Ahora que estaba conviviendo en el suyo, había mucho que necesitaba aceptar.

El novio trofeo no estaba en su lista de los diez, y desde que se había mudado a Nueva York, este era un lado de Hamilton que estaba empezando a ver. Desde el par de veces que había salido con él, parecía como si lo estuviera desfilando alrededor de los pocos amigos de él que había conocido. En las últimas semanas, también notó un cambio en su posesivo comportamiento. A veces era lindo –en algún tipo de novio– pero la mayoría de las veces, era agobiante y confuso. Sin embargo, en ese momento, mientras sus sentidos se empapaban de todo lo bueno que él había hecho por él, Sergio lo aceptaba tal cual era.

Acurrucó su cuerpo más cerca de él, alejando un mechón rebelde de cabello de su frente.

Dejando escapar un bostezo, le sonrió. –Te has levantado temprano, –dijo, con la voz ronca por despertarse–. No debo haber hecho un buen trabajo con el sexo llevándote al coma anoche.

Juguetona le acarició con su nariz el hueco de su brazo, sonrió. –Si me hubiera llevado al coma con sexo, nunca sería capaz de estar conmigo otra vez, señor.

–Ah, allí te equivocas, mi amor. Todavía te tendría –en coma o no.

–Eso es enfermo, –se río, sentándose.

Un depredador destello brilló en sus ojos marrones. –¿Listo para la segunda ronda?

–¿Me vas a llevar a desayunar esta mañana como lo prometiste?

–Por supuesto que sí.

–Bueno, tengo que ir a trabajar a las diez, y todavía necesito una ducha.

–Sabes que soy bueno para un polvo rápido si es necesario, –dijo, poniéndose de pie y sacándola de la cama.

Incapaz para decirle que no a su avance sexual, lo siguió sin luchar mientras él los desnudaba antes de llegar al cuarto de baño. Se apoyó en la parte superior del lavabo y lo observó mientras encendía el agua. Podía sentir la inquieta energía que irradiaba de su cuerpo mientras caminaba hacia él, con una sonrisa de niño que la convencía todo el tiempo. Lo empujó a su boca y lo besó con tanta suavidad que el sintió sus labios temblar contra los suyos. Apenas podía liberarse del hechizo hipnótico de su beso si quería. Con las manos de él pasándolas por todos lados, grabando su toque caliente contra su piel, el fervor alimentaba su sangre, haciendo que su cuerpo se tensara por más. Movió su boca hasta el valle entre sus pectorales y de repente le deslizó la lengua por su pezón. Eso lo volvió salvaje.

 Eso lo volvió salvaje

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