Capítulo VI

86 9 8
                                    

Fuegos Artificiales


Un golpe en la puerta y un gemido de Hamilton fue registrado en algún lugar del cerebro dormido de Sergio. Forzando abrir un ojo, fue capaz de distinguir a Trevor asomando la cabeza por la puerta

–Mierda, –Hamilton gritó con voz ronca–. ¿Qué hora es maldita sea?

–Es tiempo para nuestra pesca –Trevor respondió un poco demasiado alegre.

Hamilton se pasó la palma de la mano por su rostro, le disparó a Trevor una mirada dura y levantó la cabeza cautelosamente en dirección a Sergio. –¿Te vas a levantar?

Miró el reloj a través de sus parpados pesados para ver que sólo eran las siete, Sergio enrolló el edredón con fuerza alrededor de su cuerpo. –No... no lo haré –Gimió y se dio la vuelta–. Solo metete en la ducha y me levantaré dentro de un tiempo.

Maldiciendo por la frustración de despertarse tan temprano, Hamilton se deslizó fuera de la cama y de mala gana entró al baño. Sergio escuchó el chasquido de la puerta al cerrarse con la salida de Trevor. La luz del sol filtrándose en la habitación amenazó con despertarlo más mientras se presionaba cómodamente en el hueco de su brazo. Con una respiración profunda, su nariz inhaló el embriagador y celestial aroma de Max mientras trataba de caer de nuevo dormido.

¿Max? ¿Qué?

Dándose cuenta de que aún llevaba su camiseta, se disparó hacia arriba, sentándose. En mitad de un latido de corazón, se la sacó, saltó de la cama y la metió en un cajón al azar de la mesita de noche.

Con dedos temblorosos, se frotó los ojos y trató de librar su mente de lo que habría sido la reacción de Hamilton por encontrarlo usando agradablemente la camiseta de su amigo. Después de unos minutos, la inesperada ansiedad que hizo su corazón correr comenzó a menguar y con un suspiro se sentó en la cama, pero descubrió que no podía volver a dormir.

Aún gimiendo de angustia agónica, Hamilton salió del cuarto de baño. Sergio podía ver que lucía cansado, pálido y demacrado. Después de tratar de calmarlo con un masaje, él le dio un beso en la mejilla y decidió saltar a la ducha también. Cuando reapareció, lo encontró tirado en la cama en una camiseta y pantalones cortos con el pliegue del codo protegiéndose los ojos.

–¿Cuáles son tus planes mientras estoy de pesca? –preguntó en voz baja y distorsionada.

–Voy a estar con Carola y Tina hasta que se vayan, –respondió él, enchufando el secador de pelo a una toma–. Se dirigen a la ciudad después para pasar el día en la casa de la familia de Tina.

Dejando escapar un gruñido desde el fondo de su garganta, él se levantó con piernas temblorosas y salió de la habitación. Cuando Sergio se paseó por la planta baja, eran las ocho y cuarto. Hamilton estaba sentado en la isla de la cocina con la cabeza escondida entre sus brazos cruzados mientras murmuraba para sí mismo.

Max le sonrió a Sergio sobre su periódico. Como lo hacía cada vez que él entraba a una habitación, todo su cuerpo se puso en alerta. Sintió que su sangre comenzaba a bombear más rápido mientras él caminaba hasta la isla de la cocina. El material de seda blanca de su camisa y unos pantalones beige lo dejó sin palabras.

Max se aclaró la garganta. –Él está haciendo promesas para no permitir nunca que el whisky entre en su sistema de nuevo si los dioses de la bebida lo ayudan a pasar el día, –se rió y tomó un sorbo de su café–. Él nunca pudo manejar muy bien el licor.

Si bien amortiguadas por sus brazos, las palabras fueron claras y directas. – Vete a la mierda, Max, –Hamilton siseó.

Max rió entre dientes y miró a Sergio. –¿Quieres un café?

Collide: [ Chestappen/ Chewis ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora