Capítulo VIII

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Al diablo con el Autocontrol


Por las próximas semanas, Sergio cayó en la rutina del restaurante con facilidad y estaba feliz de que Lewis encontrara un horario más normal. Él no estaba llegando tan tarde por la noche. Para Sergio, las cosas empezaron a calmarse. Lewis tiró de algunos hilos con un cliente suyo que desempeñaba un alto cargo en el distrito escolar de Nueva York, lo que llevó a Sergio a un puesto de maestro de tiempo completo situado en Greenwich Village. Él estaba emocionado por que en menos de un mes por fin comenzaría su carrera, la cual había pasado tantos años en la universidad y fue aún más feliz porque estaría rodeada de niños de primer grado. Era el grado que había querido enseñar porque sentía que el comienzo del inicio escolar del niño en la vida era lo más importante.

–¿Estás casi listo, bebé? – Lewis gritó con impaciencia esperando en el sofá. –Sólo dame dos minutos más. –Él cubrió los últimos mechones de su cabello.

Estudió su reflejo en el espejo y decidió que a pesar que el desorden castaño negro no colaboraba esta tarde en particular, tendría que hacerlo. Se vistió con una camisa blanca y unos pantalones azules, agarro un par de zapatos de color negro, y entró a la sala de estar.

–Te ves muy delicioso, – Lewis comentó con una sonrisa en su rostro mientras se acercaba a él–. ¿Estás emocionado?

–Lo estoy, pero tú no tienes que hacer esto. –Él deslizó los brazos alrededor de su cuello, sus zapatos colgando de sus dedos–. Tengo suficiente ropa.

–Sí, pero ninguna de las boutiques de la Quinta Avenida. –Él la atrajo hacia él, y respiró en su mejilla–. Y, por no hablar, me encantaría conseguirte algo de la ropa interior más sexy de allí, también.

–Apuesto a que sí, –respondió, arqueando una ceja.

Le inclinó su cabeza hacia atrás, dejando besos en su contra. –No tienes ni idea.

Carola se aclaró la garganta, interrumpiéndolos de su momento íntimo. – ¿Dónde están yendo hoy los dos amantes? –preguntó, poniendo los ojos en blanco.

Con una sonrisa de sabelotodo en el rostro, Lewis se acercó a Carola, lanzando su brazo sobre su hombro. –Bueno, si no es mi persona favorita en el mundo.

–¡Suéltame, idiota! –escupió, agachando su pequeño cuerpo debajo de él.

– Lewis va a llevarme a comprar ropa, –Sergio interrumpió rápidamente. Él apretó los brazos alrededor del estómago de Lewis y lo apartó. Poniéndose sus zapatos–. ¿Qué vas a hacer hoy?

–Estoy terminando lo último de mi pintura y voy a llevarla a la galería para el show, –respondió ella mientras se servía una taza de café–. Van a venir, ¿no?

–No me lo perdería por nada del mundo, chica.

–¿Quieres venir conmigo mañana para hacernos las uñas? –Preguntó Olivia–. También necesito una pedicura.

Lewis pasó su brazo por la cintura de Sergio, llevándolo hacia la puerta. –Odio romper la conversación de amigos, pero tengo lugares a los que llevar a mi novio, Caro.

Sergio retorció el cuello hacia atrás para mirar a Carola. –Sí, Caro, es una cita de manicura y pedicura. Nos vemos más tarde.

Carola negó con la cabeza y vio a los dos marcharse del apartamento.

–Sabes, realmente tienes que dejar de ser tan idiota con ella, –dijo Sergio, sentándose en el asiento del auto de Lewis –. Ha sido buena contigo las últimas semanas.

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⏰ Última actualización: Nov 05 ⏰

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