El terreno frente a ella era un laberinto de barro, charcos de agua estancada y rocas cubiertas de musgo resbaladizo.
Jovanna admiró el paisaje desde su posición entre las raíces sobresalientes de un árbol. Torció el gesto, frustrada, y observó de reojo su tobillo vendado.
Se había separado de su grupo hacía tres días al caer por un desprendimiento de tierra. Se había lesionado el tobillo ahí.
No había caído sola, pero Nicolás y Guillermina, quienes habían estado de pie a su lado cuando el accidente ocurrió, terminaron corriendo con peor suerte que ella: ambos habían sufrido heridas letales durante la caída. Cuando Jova despertó, cubierta de raspones y magulladuras, ambos ya habían dejado este mundo.
No había nada que ella pudiera hacer.
Su grupo no había ido en su búsqueda, y Jova no los culpaba. Cuando despertó y miró hacia arriba, notó que la caída había sido de, al menos, diez metros. Era un milagro que aún estuviese viva. Ella misma, de haber estado en los zapatos de los otros, también habría creído que nadie había sobrevivido. Y no, tampoco hubiera gastado tiempo y energía valiosos en buscar y cargar tres cadáveres que sólo los retrasarían en el viaje.
Así que Jova rebuscó en su mochila la venda que sabía que traía, se envolvió el tobillo inflamado con ella, y emprendió por sí sola el viaje de vuelta al campamento.
Por suerte, su arco y carcaj habían caído cerca de ella. Se lamentó al ver que sus flechas habían terminado dispersas por el suelo y entre los escombros, la mayoría partidas a la mitad o sin la punta. Pero, Jova agradeció a los cielos, unas cuantas habían logrado sobrevivir intactas.
La chica volvió a mirar hacia el terreno pantanoso que se extendía por unas hectáreas frente a ella, mirase hacia donde mirase –excepto hacia atrás–. El tobillo ya se le había desinflamado y no le dolía. Aún así lo mantenía bien vendado, con las botas bien ajustadas para una mayor firmeza al pisar, y utilizaba una gruesa y larga rama como bastón para no recargar del todo su peso en él.
Aunque era evidente que la lesión en su tobillo no era en absoluto una herida de gravedad, no le parecía buena idea atravesar el pantano sola y en esas condiciones. Pero ir por otro camino no era una opción: al otro lado del agua pantanosa podía ver la silueta de unos edificios en ruina, de lo que habría sido en algún momento una ciudad. Jovanna necesitaba llegar a ese lugar.
En una situación normal, hubiera rodeado el terreno aunque eso significase agregar uno o dos días a su viaje. Sin embargo, no estaba en una situación normal. Gracias a su arco no tenía que preocuparse por la comida, pero ya se le estaba terminando el agua. Había vaciado incluso las botellas que tomó de los bolsos de Nico y Guille.
No, haber robado las pertenencias de un amigo muerto no era algo de lo que ella se enorgulleciera de haber hecho, pero ese agua a ellos ya no les servía para nada.
Si decidía rodear el pantano, primero debía volver sobre sus pasos por unos cuantos kilómetros y luego desviarse otros tantos hacia el este debido a la vegetación, que se volvía más densa cerca del pantano. Incluso se le había dificultado llegar a donde estaba.
Y retroceder tampoco era una opción.
Evitar el pantano implicaba un gasto de tiempo que no tenía el lujo de permitirse. Jova tenía que llegar a la ciudad cuanto antes, necesitaba conseguir agua antes de que se le acabara lo que había racionado.
Suspiró decidida y miró al cielo, el sol aún no estaba en su punto máximo. Si el universo estaba de su lado, llegaría a la ciudad al otro lado del pantano antes de que la estrella se volviera a ocultar.
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EL CATACLISMO
AventuraElla es Jovanna Herrera, tiene veinticinco años y es una sobreviviente. Se separó de su grupo y ahora está sola. Pero, al menos, estás vos para leerla. ---- Libro creado para participar en el concurso #AventuraEnAcción 2024.