CAPÍTULO 7

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Según dicen, en el mundo existen personas malas y buenas. O bien todo es negro o bien todo es blanco. No existe punto medio. O bien vas al infierno a bailar con los demonios o bien asciendes al cielo, te crecen alas, te dan un arpa y tocas lindas melodías, mientras descansas sobre una suave y blanca nube. Eso dicen, pero yo no estoy muy segura que sea así.

Diría que aquella persona que se quedó atrapado en el almacén seria desafortunada, luego diría que yo también fui desafortunada por quedar atrapada en la cancha. Sin embargo, ahora que sé que todo este lio pudo haberse evitado si él hubiera cogido la llave de repuesto, entonces me reservo mis comentarios de referirme a él como malo o bueno. Ya que, aunque causó muchos problemas por su falta de información, no lo puedo culpar porque lo hizo sin querer. O, mejor dicho, no me atrevo a culparlo. Me parece un tipo ligeramente agradable, solo con un tornillo menos que el resto. En todo caso, añadiré un tipo de persona más a la lista: los estúpidos.

Suspiro cansada, mientras trato de enseñarle a aquel sujeto donde puede encontrar la llave. A esa altura ya determiné de que se trata de un chico. Él, después de muchos tropiezos logra encontrarla y me la pasa por debajo de la puerta.

Debe ser difícil, encontrarla a oscuras.

El conserje siempre deja una copia de la llave del almacén cerca de la caja contra incendios, justo en el espacio entre la pared y el extinguidor. Varias veces ha pasado que alguien por error se queda encerrado en el almacén. Entonces, el conserje debe dejar sus deberes y abrirle la puerta. Por eso, y para evitar interrumpir sus labores, el conserje opto por dejar una llave guardada dentro del almacén. De esa forma, aquella persona podría abrir la puerta por sí misma y no molestar a nadie en el proceso. Claro, luego debe devolver la llave a su lugar. Ocurre casos en donde la llave se pierde por algunos días, pero al final, siempre vuelve a su lugar. Pensé que ese era el caso en esta ocasión, pero estaba gravemente equivocada.

Acaricio la llave dorada entre mis dedos y sonrío, negando con la cabeza. Realmente, un estúpido.

- Puedes abrirla desde adentro. No era necesario que me pasaras la llave- digo, metiendo la llave en la cerradura.

- ¿En serio? Entonces, pásamela. Voy a abrir la puerta.

- No es necesario, ya la abrí- Suspiro y empujo la puerta.

Unas zapatillas negras con bordes blancos se abren paso. Le sigue unos pantalones también negros algo sueltos y una camiseta con el logo de alguna banda que creo haber visto en alguna otra parte antes. Tiene un collar plateado con el signo del infinito y una pulsera tejida, un poco extraña, en la muñeca, creo que es echa a mano. Levanto la mirada y chasqueo los dientes con insatisfacción.

- ¿Eras tú? - digo, con consternación

- Eras tú- contesta Jacob, con el mismo tono.

- Pues, obvio que ibas a ser tú- mascullo- que otro tonto podría quedarse atrapado en un almacén.

- ¿Acabas de llamarme tonto? - alza una ceja y me lanza su típica mirada amenazante.

Recuerdo que se quedó atrapado por haberse dormido y solo rio por su patético intento de intimidación.

- ¿Ves a otra persona a quien pudiera haberle dicho tonto? - abro los brazos, señalando la cancha- No, ¿verdad? Pues ya imaginaras quien es el único tonto aquí.

- Maldita rata escurridiza- exclama Jacob y trata de acortar la distancia entre nosotros.

Retrocedo unos pasos, en consecuencia, y lo miro con disgusto.

- No te acerques ¿Qué piensas hacer? - levanto la voz y lo confronto con la mirada.

- Recuerdas que la vez pasada dije que la ibas a pagar. Ya no hay nadie quien pueda defenderte- termina y hace una expresión de burla- puedo hacer lo que quiera contigo y nadie vendrá a ayudarte.

Rayos, no sé de romanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora