Aiden permaneció inmóvil, sus labios se mantuvieron quietos y su rostro mostraba una expresión de sorpresa y confusión. Alai, desafiante, quiso profundizar el beso, pero el rubio no lo permitió y lo empujó con fuerza, alejándolo de su cuerpo. La presencia del pelinegro lo desestabilizaba; el simple contacto parecía quemarlo y se había convertido en un peligro para su autocontrol. Así que se apartó, limpiando sus labios con la manga de la sudadera que llevaba ese día. El clima estaba nublado y amenazaba con lluvia, un eco perfecto del ambiente tenso que se había instalado entre ellos.
Alai retomó su compostura y ajustó su corbata, que de repente parecía asfixiarlo. Su mirada encontró la de Aiden, y en ella se reflejaba su molestia.
—Definitivamente eres una caja de sorpresas, Aiden —dijo Alai, su voz cargada de frustración.
Ver al chico borrar todo rastro del beso en sus labios no le gustó. No comprendía por qué le provocaba tantas emociones, y temía que la respuesta fuera lo que empezaba a sospechar.
Él no quería ni pensar en eso ahora. Frustrado, dejó escapar un sonoro suspiro.
—Esto no está bien —se dijo a sí mismo en voz baja, mientras luchaba por encontrar una explicación lógica a lo que estaba sucediendo.
Se suponía que vendría a ayudar, no a besarse con la persona que le salvó el cuello la noche anterior. No era correcto por muchas razones. El beso le había gustado, mucho. Pero al parecer, al rubio no le había agradado, se veía enojado y Alai no lo pasó por alto.
El viento comenzó a soplar, trayendo consigo las primeras gotas de lluvia. Aiden levantó la mirada hacia el cielo gris, sintiendo cómo el ambiente tenso se intensificaba con cada segundo que pasaba.
No le gustaba, quería irse ya.
—Lo siento. No sé besar —tan impredecible como el beso, dejó sorprendido al hombre otra vez.
Aiden se disculpó y, seguido de eso, salió corriendo del sitio, dejándolo al pelinegro confundido y sin saber exactamente qué hacer.
Estaba insatisfecho en todos los aspectos posibles y el dolor de cabeza no ayudaba. En la mañana, se despertó con resaca, un dolor insoportable que solo pudo ser controlado con un analgésico que lo ayudó a sobrevivir el caos que le esperaba al salir de su cama.
(Seis horas antes).
El nombre "Aiden" le vino a la mente mientras ajustaba su corbata. Se miró al espejo y frunció aún más el ceño, recordando con algo de esfuerzo la noche anterior. Sin embargo, el molesto ruido de notificaciones y llamadas en su teléfono hizo que su enojo fuera evidente. El aparato parecía que en cualquier momento iba a explotar por tanto ruido.
Alai no lo pensó mucho, bajó las escaleras y fue a donde había dejado su teléfono anoche. Entró al comedor, encontrándose con Selena, quien ya se encontraba haciéndole el desayuno.
La saludó con un escueto "Buenos días" antes de dirigirse a la isla de la cocina. Aunque no era un hombre de muchos gestos afectuosos, su saludo siempre era cortés y amable. Se sentó en su lugar habitual, disfrutando del aroma del café recién hecho que llenaba el sitio.
Mientras esperaba, tomó su teléfono y apagó el sonido de las notificaciones que no dejaban de llegar. No tenía intención de ver los mensajes o llamadas que habían llegado; quería disfrutar de su mañana en paz.
Después de un rato, su café llegó y Alai comenzó a desayunar tranquilo. Todo iba bien hasta que, sin previo aviso, la puerta del penthouse se abrió de golpe y entró Harry, su asistente y mejor amigo.
Harry parecía enfadado. Su cabello estaba despeinado, su ropa arrugada y, a pesar de todo, llevaba puesto un traje. Alai no pudo evitar sonreír ante la vista.
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Lluvia de estrellas en verano.
RomanceTras la muerte de su mejor amiga, Aiden se refugia en la soledad convirtiendo su vida en algo monótona y aburrida. Que fuese de ese modo no le importaba en absoluto, pero todo eso cambia una noche antes del comienzo de su primer año de universidad c...