Paulo siempre había sido un gran fan de los deportes. En especial del fútbol y del básquetbol, a veces practicaba este último, pero de forma casual. Cuando lo vio, no estaba seguro de que fuera real o no, pero cuando ese chico morocho y de pelo azabache se cruzó en su campo de visión, sudado, con la remera pegada al cuerpo y atrapando el balón, chispas moradas surgieron alrededor. O al menos así lo vio Paulo en su mente, mientras todo se movía en cámara lenta, sólo el morocho se veía bien definido, mientras los demás se veían borrosos.
El morocho encestó perfectamente y dirigió una mirada a las gradas, a la par que se limpiaba el sudor de la frente. La mirada oscura del chico se encontró con la más clara de Paulo, quién sintió sus pómulos arder.
—¿Cómo se llama ese chico? —le preguntó a su mejor amigo en cuanto el otro chico dejó de mirarlo.
—¿Quién?
Lit también apartó sus ojos de otro de los jugadores del equipo, dándole una mirada súper seria a su mejor amigo, quién puso los ojos en blanco.
—Olvídalo.
—Okay.
El juego siguió. El equipo de la escuela, es decir, el equipo local, estaba ganando con los increíbles pases de Khea —el único chico al que Paulo ubicaba— que eran dirigidos hacia el morocho lindo o a un chico, cuyas facciones le hacían recordar a un vampiro. Finalmente, llegaron a ganar a un 19 sobre 15 y el morocho hizo un gesto muy de rockstar, los dedos pulgar, índice y meñique levantados, mientras sus compañeros de equipo le revolvían el cabello.
—Woah, eso fue increíble. —Habló Paulo. —Nunca había visto un juego así.
—Yo nunca había visto uno —intervino el chico de cabello teñido de color blanco. —Yo sólo vine porque me obligaste.
—No sé de qué te quejas, si estuviste bien entretenido viendo —elevó las cejas con picardía mientras salían de la cancha, con una risita burlona mientras él de pelo teñido se sonrojaba.
—Sólo me estaba dando cuenta que ese pibe va en mi salón —se justificó, ignorando el sonrojo en sus mejillas.
—Ya, claro. Voy a hacer que te creo, Lit.
El chico de cabellos blancos puso los ojos en blancos y frunció el ceño, alejándose del rubio para irse a su salón.
—¡Eh, no te vayas! Estoy jodiendo, Lit —el chico de cabello rubio.
—Tengo clase, Paulo, no estoy enojado, amigo —su mirada se suavizó, sintiéndose algo culpable por haber reaccionado así a la broma de su amigo.
—Oh, está bien.
—Sí, Paulo, nos vemos en la salida. Recordá que mi vieja te invitó a comer.
—Sí, ahí estaré, Lit.
Paulo también fue a su salón. Después de todo, aún le faltaba la clase de Ciencias. Tomó su asiento al lado de la ventana. Se dedicó a mirar por afuera de ésta antes de que comenzara la clase. El profesor entró hablando con unas chicas y luego inició la clase.
Estaba tan sumergido en sus pensamientos, tomando apuntes de forma automática, cuando escuchó que la puerta se abría.
—¿Puedo pasar, profe?
—¿Por qué hasta ahora, Lombardo?
Paulo salió de su ensoñación, encontrándose con que el chico que estaba entrando era nada menos que el morocho lindo que había visto en el partido de básquet.
Paulo parpadeó, embelesado por la hermosura tatuada que tenía frente a sus ojos. El chico masculló unas palabras acerca de estar en el partido de básquet y el profesor lo dejó pasar. El morocho lindo tomó asiento enfrente de él y una sonrisa boba se escapó de los labios de Paulo.
Sólo había una palabra para describir al chico frente a él: hermoso. Al parecer, este sintió los ojos de Paulo sobre él y volteó, con el ceño fruncido.
—¿Qué me ves?
—Na-Nada —murmuró rápidamente.
—Más te vale.
El corazón de Paulo empezó a saltar en su corazón al haber intercambiado más de dos palabras —muy agresivas, por cierto— con el chico lindo. Observó lo que podía del chico. Tenía el pelo rapado a los lados y de color negro, junto con varios tatuajes en su cuello y en los lados tapados de su cabeza. Tenía una constitución media pero trabajada por el jugar básquet.
Se controló para no dejar que ningún suspiro saliera de su boca. Traía esa mirada de embobado hasta que salió de sus clases y trató de disimular. El chico de pelo blanco al que le había otorgado el título de mejor amigo se acercó con el ceño fruncido y su disimulo no fue suficiente para él.
—¿Qué estás pensando?
—Eh...
En ese momento, el morocho pasó con su séquito de amigos: todos tatuados cómo él, con los pelos teñidos y fingiendo ser unos rockstar. No pudo evitar un sonrojo cuando Lombardo le lanzó una mirada de odio.
—¿En serio?
—¿Qué? —preguntó de forma inocente.
—¿Duki? ¿Mauro Lombardo?
—¿Mauro?
—El boludo por el que estás babeando.
—No estoy babeando por él. Sólo pienso que es lindo.
—Eso dijiste de Spallati y te gustó por más de cuatro meses.
Paulo se sonrojó. —Sí, bue, pero esta vez es diferente.
Lit suspiró y empezaron el camino en silencio, yendo a la casa de los Monzón. Después de un rato en silencio, el chico teñido volvió a hablar.
—Es que Duki es un caso perdido.
—¿Qué? ¿A qué te referís? —preguntó Paulo, frunciendo el ceño. ¿Duki? Supuso que era el apodo del chico.
—Digamos que su reputación no es la mejor. El chico tiene problemas de ira, reprobó un año y está cursando otra vez y el psicólogo escolar dijo que se metiera a un deporte para “tratar de controlar su ira”.
—Oh.
—No me molestaría que te enamoraras de él, si Lombardo no fuera así.
Paulo asintió, tomando en cuenta la advertencia de Lit. Sonrió, le parecía curioso que su mejor amigo y su crush —porque ya estaba seguro de que podía llamar crush a Duki— se llamaran igual: Mauro.
Llegaron a la casa de los Monzón y Paulo entró, saludando a la mamá de Lit, quién los recibió con una sonrisa y preguntas amables de cómo les había ido en la escuela. La mente de Paulo no pudo evitar recordar otra vez a Lombardo, el morocho lindo del que se había quedado prendado.
Pero debía tener cuidado por su reputación.
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