1- AUGURIO EN LA OSCURIDAD

0 0 0
                                    


Gurlok no supo si en aquel momento dormía o estaba despierto, y nunca lo sabría. Comprendió sólo que la siniestra silueta estaba allí, erguida con indefinible aire malévolo en el centro de la habitación en tinieblas, más intuida que visible; que él se hallaba aterradoramente inmovilizado, a merced de lo que fuera que estuviese allí y que Afre, a los pies de su improvisado lecho, sí dormía y no podía ayudarlo. Una certeza espeluznante le provocó un nudo en el estómago: Es Ogave. Su viejo terror había triunfado sobre él al fin. No; todavía no, decidió, en súbita rebeldía contra su propia insignificancia, contra su sentimiento de derrota, contra sí mismo. El miedo es una elección, recordó, y lo invadió un reconfortante desdén hacia la horripilante criatura que lo observaba. Adelante, termina esto, la desafió en silencio. Indefenso tenías que encontrarme para vencerme, y así y todo, mi orgullo sigue en pie. ¿A ver?: ¡muéstrame de qué eres capaz, bruja!

Para su asombro, la carcajada que le respondió, lúgubre y satisfecha, no pertenecía a una mujer. Un resplandor mortecino y ultraterreno iluminó al fin a la tétrica presencia, que resultó bien diferente de lo que Gurlok había imaginado: un hombre negro con una calavera pintada en blanco en su rostro, vestido con ropas anticuadas y con una galera rematando su figura. En medio de su tétrico y cruel regocijo, alzó un poco los ojos y gruñó admirativamente en reconocimiento al súbito arrebato de coraje de su víctima. Luego se esfumó como si jamás hubiera estado allí.

Así que era sólo el Barón Samedi, pensó Gurlok, divertido y aliviado. Se trataba de un loa (1), el espíritu de la muerte en el voudun (2), el cual venía merodeándolo desde hace un tiempo. Naturalmente, cosas así no le pasaban a la gente en su sano juicio: pero todos estaban locos ahora, así que tampoco era tan anormal. De cualquier modo, Gurlok, quien nunca lo había tenido tan cerca, lo hallaba preferible a su vieja enemiga, la Hierofante, con quien lo había confundido. ¿Pero qué hacía el Barón allí? ¿Simplemente había venido a jugarle una de esas bromas macabras a las que, según se decía, era tan afecto, o había algo más?

Las tres o las cuatro de la mañana es una mala hora para filosofar, sobre todo si uno está desempleado, sobreviviendo a base de trabajos ocasionales y no sólo ha tenido que deslomarse como un animal el día previo haciendo de estibador sino que, encima, deberá levantarse temprano para buscar otra changa; así que Gurlok pronto dejó de hacerse preguntas inútiles y, si hasta ese momento no dormía, lo hizo después.

Unas horas más tarde comenzó su rutina diaria cuando sintió, como siempre, que algo le rozaba la mejilla. Nada como despertar con los lengüetazos de un fiel y amoroso perro. Claro que en este caso el perro era bien original. A decir verdad, todo aquel que se creyera cuerdo (lo que hubiese sido puro autoengaño) habría dicho sin vacilar que aquel era un tipo disfrazado de perro y tan loco como su presunto amo; pero Gurlok admitía su propia locura y por lo tanto podía asegurar, sin temor a equivocarse, que aquel era sin lugar a dudas un perro, uno que por algún capricho de la Madre Tierra (la Pachamama, para los amigos) había sido embutido en un cuerpo humano y el disfraz era sólo un reclamo de su verdadera identidad.

Fue, entonces, el roce de una máscara de cuero de forma perruna lo que despertó a Gurlok entre gruñidos varios. Todavía ni había abierto los ojos, que ya Afre le llenaba de lengüetazos la mejilla, señal de que se había quitado la máscara, la cual le dificultaba ciertas acciones, esta entre ellas. Gurlok se desperezó somnoliento, temible como un gran monstruo que sale de un letargo de muchos siglos; y en un acto incompatible con tal imagen, atrajo afectuosamente a Afre hacia él, y lo abrazó. La extraña mascota cerró los ojos, feliz y relajada, la cabeza apoyada sobre el hombro de su amo. Era un muchacho de veintitantos años, de cabello castaño oscuro hasta los hombros y ojos avellana. Disfrazado de perro parecía loco de remate; disfrazado de humano parecía un idiota total, y para cuando la gente se daba cuenta de que los idiotas eran ellos, ya era demasiado tarde.

LA CORONA DE LUZ 3: BROMAS MACABRASWhere stories live. Discover now