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POV: Juanjo

– Si voy, tendré que dar parte de lo que ha pasado y no puedo hacer eso. – dice, intentando no cerrar los ojos – No puedo denunciar a una persona que ya no está entre nosotros.

– ¿Le has…? – dejo la pregunta al aire, pero él entiende lo que iba a decir.

– Sin pruebas, no hay delito. – dice, como si nada – ¿Tienes miedo? – asiento con la cabeza, porque si, tengo miedo, tengo muchisimo miedo – ¿De mi?

– No. – digo, sin siquiera pensarlo – Tengo miedo de que te mueras, gilipollas, ¡que no paras de sangrar! – digo intentando controlar el ataque de pánico – ¿Tienes botiquín? ¿O un kit de costura? ¿O algo por el estilo?

– ¿Me vas a coser tu? – pregunta, riendo. Claramente empieza a faltarle demasiada sangre.

– Si no puedes ir al hospital… Pues sí. Además, dudo que te acepten en un veterinario. – digo y él se queja del dolor, cuando se ríe – Lo siento. – me disculpo.

– El botiquín está en el baño, en el armario. – dice, casi en un susurro y yo salgo corriendo a buscarlo.

Gasas, alcohol médico, esparadrapo, hilo y aguja, betadine... Tengo todo lo que necesito, creo. 

Vuelvo a la habitación y casi me cae todo al suelo. No se mueve. ¿Por qué no se mueve? ¿Por qué ha dejado de temblar?

– ¡Martin! – le llamo, mientras le sacudo y el abre los ojos, lentamente – ¡Que susto me has dado, joder! – le chillo, mientras siento como mi alma vuelve a mi cuerpo – Voy a quitarte la camisa, ¿vale? – él asiente con la cabeza.

Tal y como he dicho, le quito la camisa de tirantes —que ya poco tiene, de blanco— y la dejo tirada por el suelo. Aparto el trapo sucio de la herida un momento, para ver como esta y lo vuelvo a tapar.

– No es muy grande. No voy a tardar mucho, pero te va a doler. – le aviso, mientras empapo mis manos de alcohol y preparo todo el material.

– No es que quiera negar tus capacidades, pero… ¿Sabes lo que te haces? – pregunta él, haciendo muecas de dolor, cuando le hecho alcohol a la herida, para desinfectarla.

– Estoy ayudando a mi hermano a sacarse la carrera de medicina. La teoría me la sé. – digo, para intentar tranquilizarle – Voy a empezar. – le avisó y él asiente con la cabeza, antes de yo empezar a coser – ¿Cómo puedes estar tan tranquilo? – pregunto, cuando voy por la mitad.

– No es la primera vez que recibo una puñalada. – dice, limitándose a hacer muecas de dolor y es respuesta me rompe un poco por dentro, sobretodo por la indiferencia en su voz, como si fuese algo normal.

Pero ahora no puedo pensar en eso. Ahora tengo que centrar todo mi ser en curarlo antes de que se desangre del todo.

– Ya está. – digo, un par de minutos después – Voy a cogerte en brazos, para llevarte al baño y lavarte un poco, ¿vale?

– Vale. – dice él, débilmente.

Cojo a Martin al “estilo nupcial” y le llevo al baño, sentándole en la ducha.

– Ahora vuelvo. Ni se te ocurra dormirte. – le digo, antes de ir a la cocina y volver con un vaso lleno – Es agua con azúcar. Ve bebiendo de a poco, mientras yo te lavo. – digo, dándole el vaso y le da un primer y corto sorbo – Voy a quitarte los pantalones, pero no los calzoncillos, ¿vale? – él asiente con la cabeza y da otro sorbo, mientras yo hago lo que he dicho.

Abro el agua y me espero a que esté templada, antes de acercarle la alcachofa de la ducha —que vaya nombre más rara tiene la cosa, también te digo—, y empiezo a lavarle todo el cuerpo, siendo súper cuidadoso cuando me toca limpiar la parte de la herida. Mientras, me fijo en otras cicatrices que tiene repartidas por el cuerpo, algunas más antiguas, que seguramente se hizo de crío, pero otras —que son la mayoría— parecen bastante recientes. Evidentemente, no le preguntare por ellas, y mucho menos ahora. Ya me lo contará él, cuando se sienta preparado para hacerlo. Si es que quiere, claro.

Proyecto UrrutiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora