Fujikawaguchiko

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Mi primer día de trabajo no fue uno de esos que recordaría con alegría y emoción el resto de mi vida. Fue una mierda, cometí un par de errores estúpidos y me sentí el hombre más estúpido del universo. No me hubiera sorprendido si, al salir de allí, recibiera una llamada para decirme que habían cambiado de idea y que quizá yo no estaba preparado para el empleo. Así que dejé la oficina a la hora del cierre con una expresión muy seria y el corazón en un puño. Fui hacia el coche y me quedé allí más de media hora mientras atardecía, mirando el volante y llorando en silencio sin parar. Hasta que de pronto empecé a gritar: 

—¡Hijo de puta! ¡Pedazo de maldito hijo de la gran puta! ¡Yo te quería y me has arruinado la puta vida! —y a golpear el volante y agitarme hasta que me quedé jadeando y recostado, con la mirada borrosa perdida en la calle. Cuando ya se hizo de noche y me cansé de parecer un loco hablando solo en el coche y llorando, cogí el móvil, ignore las numerosas notificaciones de nuevos mensajes, y llamé a Yoongi. 

—Ey, Yoon, ¿te importa que duerma en tu casa esta noche? —le pregunté con voz rasgada de gritar y sollozar como un niño pequeño. 

—Claro que no, Jim —respondió con tono lento, profundo y preocupado—. ¿To... todo bien? 

—No, nada bien —murmuré—. Voy hacia allí —y colgué. 

Conduje lento, sumido en una especie de estado de sopor después de haberme quedado vacío. Aparqué frente al edificio de apartamentos y subí al piso de Yoongi. Me recibió con un bañador corto de verano y una expresión de ceño levemente fruncido y bastante preocupada. No dijo nada y se hizo a un lado para dejarme pasar. La casa olía un poco a mariguana y me detuve en seco. 

—Perdona, te he interrumpido al final de tu paseo de la felicidad —se me ocurrió decirle. 

—No, no te preocupes —negó, pero cuanto más le oía hablar y le veía, más obvio era que estaba un poco volado. Sorbió por la nariz y parpadeó tratando de aclarar su mente difusa y nublada.

—¿Has... cenado ya? Creo que tengo un par de ramen instantáneos. 

—No, no he cenado —respondí, siguiendo sus lentos pasos en dirección a la cocina. 

Sacó un vaso de una marca de ramen con sabor a pollo de la alacena y lo agito mientras me miraba, esperando a que afirmara con la cabeza para poner a hervir agua. Entonces se acercó a la barra y cruzó los brazos, apoyándolos sobre la madera antes de mirarme con sus ojos azulados de pupilas algo dilatadas. 

—¿Qué pasó, Jim? —me preguntó con tono suave—. ¿El trabajo no es lo que esperabas? 

—No, no fue el trabajo. 

La mente de Yoon tardó un poco en unir cables y llegar a la deducción obvia. 

—Maldición... —murmuró en voz baja, agachando un momento la cabeza—. ¿Te ha vuelto a llamar? 

—Me ha enviado un mensaje —no sabía por qué le estaba contando aquello, pero las palabras salían solas de mi boca—. A primera hora de la mañana, me hecho a perder todo el día e hice de estupido en la oficina. No paraba de sollozar y no era capaz de concentrarme en lo que hacía. Fue totalmente ridículo... yo, seguro que me despiden —tuve ganas de volver a llorar. 

Yoongi chasqueó la lengua y negó con la cabeza antes de rodear la mesa y acercarse a mí para abrazarme. Estaba cálido, olía un poco a mariguana y un poco a sudor, pero le abracé de vuelta porque, de pronto, descubrí las muchas ganas que tenía de algo así. Cerré los ojos, le apreté un poco más fuerte y hundí el rostro en su cuello mientras él me acariciaba lentamente la espalda. Fue un momento bastante agradable e íntimo que se alargó hasta que noté algo que me hizo entreabrir los ojos y preguntar: 

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora