New York! New York!

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Cuando llegamos al gimnasio, Jungkook se aseguró de frotarse bien la cara y de no dejar rastro de haber estado llorando. Nadie podía verle débil, nadie a parte de mí. Así que salió del coche con la cabeza bien alta y su expresión seria de párpados levemente caídos, ignorando a todo aquel que se cruzaba en nuestro camino. Nos cambiamos el vestuario y nos movimos a la sala de ejercicio para hacer uno de nuestros entrenamientos militares rutinarios. En aquel lugar nuevo, no había tanta gente como en el antiguo, o, al menos, no tantos mirones ni personas interesadas en entablar conversación con nosotros. Llegamos, hicimos lo que teníamos que hacer y bajamos jadeando y completamente sudados de vuelta al vestuario para darnos una buena ducha y algún que otro beso tonto bajo el chorro de agua.

Cuando salimos, Lakov ya nos estaba esperando en la puerta, con la cadera apoyada en la puerta del copiloto y los brazos cruzados. Jungkook entró primero y cuando quise irme a sentar frente a él, me detuvo para palmearse el muslo, así que me senté de nuevo en su regazo, le aparté la corbata y le desabroché un par de botones para meter la mano en su abultado pecho, todavía algo húmedo tras la ducha fresca.

—Pide nuestros cafés, Jim—me dijo, sacándose el móvil del bolsillo interior de la chaqueta. Cogí el teléfono y desbloqueé la pantalla, era el mismo de siempre, mi viejo y confiable móvil con el que me había pasado tantísimas horas. No había perdido la costumbre, así que no tardé ni un minuto en encontrar el número de recepción y enviar un mensaje pidiendo los cafés. Quise devolvérselo, pero él me hizo una señal para que yo lo guardara.

—Te he traído porque eres mi prometido, porque me gusta mucho estar a tu lado y porque eres un hombre muy eficiente e inteligente con el que me apasiona trabajar —respondió tranquilamente.

—Oh… que forma más elegante de decir “sí” —murmuré, dándole un beso en los labios. Jungkook sonrió con los ojos entornados y después suspiró de pura felicidad antes de girarse a mirar las vistas de la ventanilla.

Nos detuvimos delante del King’s Place, el enorme edificio acristalado de oficinas en el distrito comercial de Nueva York. Me quedé un momento parado con la mano en la puerta, reviviendo otro extraño momento de recuerdos encontrados: la primera vez que había llegado allí y me había parado a mirar aquel lugar con las cejas arqueadas; cuando esperé en aquella puerta a que llegara Lana en su taxi para la cena sorpresa de San Valentín; cuando aquella misma esplanada de baldosas blancas estaban repletas de periodistas hambrientos por humillarnos a preguntas… Cerré los ojos, agité la cabeza y salí al caluroso exterior, soltando un jadeo por la diferencia de temperatura entre el interior refrigerado y el ardiente y apestoso verano de la ciudad. Hice una visera con la mano sobre los ojos, porque los rayos de sol revotaban en los altos edificios acristalados y a veces resultaba cegador. Esperé a Jungkook, que puso su mano en la parte baja de mi espalda, y continuamos andando hacia la puerta. No nos detuvimos hasta alcanzar el ascensor, donde el señor Jeon me acarició un poco distraídamente hasta que las puertas se volvieron a abrir tras un “ding”.

INternational NY… seguía como siempre. Nada había cambiado en aquel mes y algo que me había ido. La alargada mesa alta con las mismas recepcionistas, el suelo de moqueta gris, los mismos colores apagados y paredes blancas, el mismo pasillo a un lado bordeado de paredes acristaladas, escritorios y murmullo de trabajo. Jungkook podía decir lo que quisiera, pero había una gran diferencia entre aquel lugar y FC&A, una diferencia que se podía sentir incluso en el aire. Las recepcionistas se detuvieron al vernos cruzar, con expresiones nada sutiles de sorpresa y miradas compartidas. El señor Jeon las ignoró por completo, avanzando hacia el pasillo sin apartar la mano de mi espalda; ya no tenía por qué hacerlo; sin embargo, yo les dediqué un saludo y una educada sonrisa. No fueron las únicas en detener su trabajo para dedicarnos una mirada de interés mientras caminábamos hacia el despacho de grandes puertas de madera oscura.

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora