Experto en Cuidado de cactus

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El Shinjuku era un pub en una calle lateral de una de las avenidas principales de Tokio. No era muy grande, pero tenía mesas altas y taburetes cómodos, estaba bien iluminado y había banderillas azules con rojo del Albirex Niigata colgado del techo, además de cuadros con camisetas firmadas del equipo y algunas fotos. No es que allí dieran el mejor sushi del mundo, pero sabía que a Yoongi le encantaba aquel lugar. Nada más entrar saludó con la mano al dueño, un hombre calvo con una buena barriga y un pequeño bigote, y nos dirigimos a una de las mesas libres. Pedimos soju y algo de comer antes de quedarnos en silencio. Yo miraba la mesa de madera oscura, con los brazos cruzados sobre ella y una expresión seria y algo triste. Yoongi cambiaba la mirada desde las cristaleras del local a mí intermitentemente, se quitó las gafas de sol y las dejó a un lado.

—¿Qué tal con tus padres en casa? —me preguntó tras un breve silencio, haciendo un intento por empezar una conversación tras aquel viaje silencioso en el coche—. ¿Se han puesto muy pesados?

—No —respondí, levantando al fin la mirada hacia él—. Están preocupados, pero no me han hecho demasiadas preguntas. Creo que no quieren presionarme.

—Eso está bien —afirmó—. No es agradable que te presionen cuando no tienes ganas de hablar, a excepción de si lo hago yo, claro —añadió con un leve encogimiento de hombros—. Entonces es totalmente comprensible y súper sexy…

Cerré los ojos y sonreí un poco antes de negar con la cabeza y mirar de nuevo a la mesa. El dueño se acercó con los sakes, haciendo un pequeño comentario a Yoongi sobre un partido, él respondió con su sonrisa de siempre, una broma fácil y el hombre se fue de vuelta a la barra prometiendo que la comida llegaría pronto. 

—¿Qué tal en el veterinario? —le pregunté tras beber un poco del vaso frío —. ¿Sigues mintiendo a tus clientes y vendiéndoles productos que no necesitan para llevarte comisión? Yoongi soltó un murmullo, porque estaba bebiendo también, alzó las cejas y terminó de tragar antes de responder:

—Por supuesto —se detuvo por culpa de un pequeño eructo que detuvo en la boca y continuó—: Papi Yoon quiere una videoconsola nueva y un equipo de música a juego con su televisión de setenta y cinco pulgadas.

—Creía que te hacía sentir muy mal venderles esas cosas —le recordé.

—Jim, eso solo lo dije porque estaba tu madre delante —reconoció con una ceja levantada y una fina sonrisa en los labios, una mueca un poco prepotente pero bastante sexy—. Es champú de animales y latas de comida de siete mil yenes la unidad, no les estoy vendiendo cocaína.

—No, claro que no —asentí—. Al parecer la cocaína es más barata que esas putas latas. Yoongi se rió y golpeó la mesa con la mano produciendo un golpe seco que acompañó su ruidosa carcajada.

—Es buena comida —me dijo todavía con una sonrisa en los labios—. No es mejor que otras más baratas… —confesó en voz más baja—, pero es bastante buena.

—¿Y cuánto duran esas latas? —pregunté antes de darle otro trago a mi vaso. No es que me interesara demasiado el tema, solo fue para mantener una conversación tonta con la que distraerme.

—Depende del tamaño del animal —me explicó él—, si son razas grandes, como los Pastores alemanes, los Gran danés o los Bóxer; quizá necesitan dos latas diarias. Alcé las cejas e hice un leve gesto con la cabeza mientras dejaba el vaso de soju sobre la mesa.

—¿Cuánto es la comisión? —Depende de la marca, pero con la que más trabajo, Inaba, es del veinte por ciento sobre la venta total.

—Maldición —murmuré. Solo con la venta de latas de comida, quizá Yoongi se estuviera sacando un pequeño sobresueldo de 32000 a 42000 yenes al mes—. Es todo con lo que soñabas cuando estudiabas veterinaria, Yoon: en vender latas y champú de perros. A Yoongi no le costó entender el sarcasmo y la broma, bajando la mirada a la mesa mientras asentía.

El AsistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora