capitulo 18

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Roth levantó la cabeza y me miró. Lo que había en sus ojos no era tanto una pregunta como una fiera promesa de cosas que probablemente ni siquiera podría comenzar a comprender. Le puse las manos temblorosas en el pecho, aunque no sabía si era para empujarlo o para acercarlo más a mí. Tenía demasiados pensamientos confusos en la cabeza. Quería aquello, pero no sabía qué era «aquello» exactamente. El día cerca de un parque con Roth había sido mi primer beso, y ni siquiera estaba segura de que contara como un beso de verdad. Ah, había sido bueno, muy bueno, pero ¿había sido a causa de la pasión? No me lo parecía. Si acaso, me había besado simplemente para demostrar que podía hacerlo. Pero ahora iba a besarme de verdad. Lo sabía hasta en los huesos. Moví mis manos temblorosas hasta sus hombros. No empujé demasiado, pero Roth me liberó de inmediato, y los músculos de sus brazos se abultaron mientras respiraba de forma entrecortada.

 —¿Qué? Su voz era profunda e infinita. Con el corazón latiéndome con fuerza, aparté las manos y las crucé por delante del pecho. Mi camiseta estaba levantada, y nuestras piernas seguían enredadas. Sus ojos... parecían emitir un resplandor dorado. 

—Creo... No sé si esto es buena idea. Roth se quedó muy quieto durante un momento, y a continuación asintió con la cabeza. Me mordí el labio mientras se tumbaba de costado. Esperaba que se levantara o se enfadara porque hubiera echado el freno antes de que pasara algo. Maldita sea, una gran parte de mí misma estaba enfadada. ¿Por qué lo había parado? 

—Lo siento —susurré mientras me sentaba y tiraba de mi camiseta

—. Es solo que nunca he... 

—No pasa nada.—La cama se hundió cuando Roth me envolvió entre sus brazos y volvió a bajarme a la cama. Se estiró y me mantuvo presionada junto a su costado

—. No pasa nada, de verdad. El gato blanco y negro saltó al borde de la cama y se frotó contra el pie de Roth, y después contra el mío, atrayendo nuestra atención. La distracción fue algo bueno, porque me sentía como si hubieran soltado un enjambre de mariposas en mi estómago. El gato blanco y negro se quedó inmóvil y me miró con unos brillantes ojos azules. Esperé a que me mordiera el pie o me clavara las garras en la piel, pero entonces pareció aburrirse de mí. Se enroscó en una bolita a los pies de la cama, y los otros dos gatitos se apresuraron a unirse a él. Transcurrieron unos momentos de silencio mientras trataba de poner mi corazón bajo control y de entender el sentido de todos los grados de decepción y alivio que sentía. Entonces Roth comenzó a hablar de cosas corrientes y mundanas, como las series de televisión que se había perdido mientras estaba abajo. 

—No tenemos televisión por cable allí abajo —dijo

—. Tan solo televisión por satélite, y en cuanto alguien lanza una bola de fuego, que es cada cinco malditos minutos más o menos, se apaga. Me contó cómo él y Cayman habían acabado siendo amigos. Al parecer, Cayman vigilaba el portal y el edificio de apartamentos. Había tratado de ligar con Roth, y él acabó consiguiendo un loft encima del bar tras explicarle que le gustaban las chicas. No sabía muy bien cómo había funcionado aquello, pero ni siquiera se lo pregunté. Y entonces me habló de su madre. 

 —¿Tienes madre? —pregunté, riéndome, porque me parecía extraño. Todavía seguía imaginándolo saliendo de un huevo, completamente crecido.

 —Sí, tengo madre y padre. Sabes cómo se hacen los bebés, ¿verdad? Casi me entraron ganas de demostrarle que sabía exactamente cómo se hacían los bebés. 

—¿Cómo se llama? 

—Ah, tiene muchos nombres, y ha estado por aquí desde hace mucho mucho tiempo. —Fruncí el ceño. ¿Por qué me resultaba eso familiar?

—. Pero yo la llamo «Lucy» —añadió. 

—¿No la llamas «mamá»? 

—Ni de coña. Si alguna vez conoces a esa mujer, y créeme, jamás querrías conocerla, comprenderás por qué. Es muy... de la vieja escuela. Y controladora. 

el beso del infierno libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora