Casi no podía creer que estuviera viéndolo.
—Tiempos extremos requieren medidas extremas —replicó Caym con una extraña sonrisa, mientras tiraba otra vez de mi pierna y me sacaba un par de centímetros más de debajo del lavabo. Lancé una patada con mi pierna libre, y lo alcancé en la rodilla. El demonio me soltó, retrocedió tambaleándose y se enderezó. La furia emanaba de él en oleadas de calor.
—No parece que esté funcionando —comentó Roth, levantando las cejas. Caym suspiró.
—Ha sido uno de esos siglos, hermano. No tengo ni un maldito respiro.
—Roth —lo llamé, y mi voz sonó como un graznido. Él no le quitó los ojos de encima al otro demonio... estaba demasiado ocupado charlando con él. Cualquier esperanza que pudiera tener se desinfló como un globo.
—Ya veo. —Bajó la mirada, y sus espesas pestañas le acariciaron los pómulos. Una sonrisita apareció en sus labios, y cuando habló su voz era suave, aunque profunda y poderosa
—. Ya sabes que no puedo dejar que te la lleves.
—¿Qué? —dijo Caym
—. ¡Conoces el riesgo que hay! Debemos ocuparnos de ella, o todos nosotros moriremos si invocan a los Lilin. No puedes detenerme. Roth se encogió de hombros.
—Claro que puedo. Caym frunció el ceño mientras lo miraba fijamente, y entonces la comprensión apareció en su rostro. El aire que había a su alrededor comenzó a resplandecer, pero era demasiado tarde. Roth se lanzó hacia él, y era rápido de narices. Sus manos aparecieron en el cuello del otro demonio en un segundo, y entonces las retorció. El crujido fue ensordecedor y se tragó el grito de Caym. Una niebla negra y oscura explotó, provocándome un escozor en los ojos. Y apestaba; apestaba de verdad. Me cubrí la boca y me dieron arcadas mientras los vapores que expulsaba el demonio, o lo que quedaba del demonio, hacían explotar la ventana que había al fondo del lavabo. Unos fragmentos de cristal cayeron al suelo, y entonces sonó la alarma de incendios, que me taladró los oídos con estridencia. El humo llenó el cuarto de baño, volviéndolo todo negro. En la oscuridad, sentí unas manos cálidas que me tocaban las mejillas. Di un salto hacia atrás, incapaz de ver nada más que el fuego en sus ojos.
—No pasa nada. Soy yo —dijo Roth, y deslizó las manos hasta mis hombros
—. ¿Te encuentras bien? Tosí.
—No puedo ver... nada. Roth se inclinó, recogió algo del suelo, y después me rodeó la cintura con el brazo.
—Estás sangrando.
—Me he dado un golpe en la cabeza. Me puso en pie.
—¿En el lavabo bajo el que te estabas escondiendo?
—Sí, bueno, las cosas no iban demasiado bien por aquí. —Dejé que me guiara fuera de la espesa niebla, hasta el pasillo. Respiré hondo y me empapé de aire puro, pero el humo también había llegado hasta allí. Me costaba distinguir las formas que tenía delante
—. Roth, ¿dónde has estado? Estaba muy preocupada.
—He estado por ahí —fue todo lo que dijo. Algunos alumnos salían corriendo medio histéricos de las aulas. Me pareció oír que alguien gritaba «¡Bomba!» en el caos apenas controlado. Noté que Roth me soltaba, y moví las manos a ciegas.
—¿Roth...? No puedo ver.
—Estoy aquí. Me rodeó la cintura con el brazo, y me medio llevó por el pasillo. Me tambaleé junto a él, sorprendida por su repentina reaparición, y todavía aturdida por mi encuentro con el demonio. La palpitación de mi cabeza estaba disminuyendo de intensidad, pero el escozor de mis ojos hacía que fuera imposible ver. Me agarró con más fuerza.
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el beso del infierno libro 1
RomanceLayla, de diecisiete años, solo quiere ser normal. Pero con un beso que mata a cualquiera que tenga alma, ella es cualquier cosa menos normal. Mitad demonio, mitad gárgola, Layla tiene habilidades que nadie más posee. Criada entre los Guardianes...